XXXI. No me rendiré

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Al llegar a su casa, SeokJin se sintió envuelto en una extraña mezcla de familiaridad y desconcierto. Las paredes, los muebles, incluso los colores, todo parecía conocido y desconocido a la vez. Había algo en el aire que no encajaba, como si estuviera viviendo en una versión distorsionada de su propia vida. Cada esfuerzo de Hwan por demostrarle que habían sido felices en los años que no recordaba se sentía vacío y forzado. Su corazón le decía que algo andaba mal, que las palabras de Hwan no eran la verdad completa.

—Voy por el desayuno —dijo Hwan, besando la frente del zorro con una sonrisa tranquilizadora antes de salir de la habitación.

SeokJin se quedó solo, sus ojos recorriendo cada rincón de la habitación. Los cuadros en las paredes, las cortinas, la disposición de los muebles, todo parecía dispuesto para inducir un sentido de nostalgia y confort, pero solo lograba intensificar su sensación de pérdida y confusión. Su respiración se volvió irregular y, de repente, sintió una oleada de tristeza que no pudo contener. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, su cuerpo temblando con sollozos silenciosos.

—¿Qué estoy olvidando? —se preguntó en voz baja, su voz quebrada por la emoción.

Se llevó las manos al vientre, sintiendo una conexión profunda y protectora hacia la vida que crecía dentro de él. Aunque Hwan le había dicho que el bebé era suyo, algo en su interior le decía que eso no era cierto. Cada fibra de su ser le gritaba que había algo o alguien crucial que no estaba recordando, una pieza vital de su vida que le faltaba.

SeokJin cerró los ojos, tratando de calmar su mente y encontrar algún rastro de las memorias perdidas. Fragmentos de imágenes, emociones y sensaciones pasaban fugazmente por su mente: una risa suave, una mirada cálida, un abrazo reconfortante. Pero cada intento de agarrar esos recuerdos se desvanecía como niebla al amanecer.

La sensación de vacío y dolor en su pecho era casi insoportable. Sabía que no era alguien que lloraba sin razón, su instinto le decía que había algo extremadamente importante que estaba siendo manipulado o escondido de él. Y ese pensamiento solo aumentaba su ansiedad y desesperación.

—Necesito recordar... por mi bebé —susurró, decidido a no rendirse.

En ese momento, su mente regresó a la idea de que Hwan podría no estar diciéndole toda la verdad. Había una parte de él que se resistía a aceptar la versión de la historia que le estaban contando.

[…]
Al salir de la cárcel, Jungkook sintió una mezcla de alivio y urgencia. Apenas tuvo tiempo de agradecer a su madre y a sus primos por su esfuerzo; su mente estaba fija en un solo objetivo: SeokJin. Con el corazón acelerado y la desesperación en aumento, se dirigió directamente a la mansión Kim.

Al llegar a la majestuosa propiedad, se encontró con los imponentes portones y un equipo de seguridad que le bloqueaba el paso. No importaba cuánto insistiera, las respuestas eran siempre las mismas: no estaba autorizado a entrar. La desesperación lo consumía. SeokJin, su SeokJin, estaba allí, y él tenía que verlo, tenía que protegerlo.

—¡Jinnie! —gritó, su voz desgarrada por la desesperación. Miró hacia el patio y lo vio, un destello de esperanza brillando en sus ojos.

A lo lejos, SeokJin estaba de pie junto a Hwan, sus manos entrelazadas en un gesto que desgarró el corazón de Jungkook. —¡Jinnie! —volvió a gritar, con la esperanza de que el zorro lo escuchara.

Por un breve momento, creyó que sus ojos se encontraron. Vio a SeokJin fruncir el ceño ligeramente, como si tratara de recordar algo o a alguien. Pero antes de que pudieran tener algún tipo de conexión, Hwan intervino. El león, con una mirada fría y calculadora, llevó a SeokJin lejos, apartándolo de la vista de Jungkook.

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