Prefacio: El inicio de un fin

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La gran promesa del tenis ha caído: a puertas del campeonato internacional, Jeon Jungkook sufre lesión que lo hace retirarse un tiempo de las pistas.

Jungkook suelta con brusquedad su celular, desviando la mirada a su entrenador, quien suspira con fuerza y niega con la cabeza. Sus ojos se llenan de impotentes lágrimas, mientras siente su rodilla punzante del dolor. Bota todo el aire retenido en sus pulmones, y siente ganas de morir. Ahí mismo. Quedar fuera de las ligas. Arrancar de todo y todos. Y olvidar. Olvidar el hecho de que su rodilla jamás volvería a ser la misma.

—Es una mierda, chico —susurra Seokjin, su entrenador—. Tu padre se está encargando de esto, solo...

—Me importa una mierda lo que haga mi padre —masculla Jungkook.

Se obliga a parar su habla para evitar llorar, y vuelve a sentir esa rabia en su interior. Un enojo interno muy potente que en ocasiones lo hace perder el control y querer destruir todo a su alrededor.

—Retírate, quiero estar solo —murmura en un oscuro tono de voz—. Y no dejes que madre entre. No tengo ganas de escuchar sus reclamos en contra mi estúpido padre.

Su entrenador se retira no sin antes revolver su cabello de la misma forma que hace doce años atrás.

El silencio en que se sume la sala de hospital le causa náuseas. Observa a su alrededor, evitando a toda costa mirar su rodilla derecha vendada y totalmente inútil.

Inútil.

Todo es inútil.

Todo él es inútil.

Alza sus brazos para revolver su cabello con exasperación mientras escucha las máquinas sonar insistentemente, totalmente cansado de seguir en una maldita sala de hospital. ¿Por qué le quitaron lo único que lo hacía sentir vivo? ¿Por qué nunca más podrá jugar tenis?

Las lágrimas comienzan a caer sin su permiso y esa opresión en su pecho crece cada vez más, sofocado sus pulmones y haciendo cosquillar su cuerpo. En ese preciso momento, le gustaría morir. Ese es el único pensamiento que pasa por su cabeza cada vez que un médico viene a revisar su rodilla y recibe la misma respuesta de todos los días: «Con terapia quizás tu rodilla pueda volver a ser la misma de antes» Y, en su mente, ese quizás, significaba jamás.

Y todo por ese idiota de Sunwoo. Ahora su nombre descansaba en el primer puesto, porque Jeon Jungkook debió retirarse por una lesión.

Y lo odiaba.

Haría lo que estuviera a su alcance para destruirlo.


[...]


Los días pasan y pasan por su ventana, pero no se siente lo suficientemente vivo para tomarle atención. Lleva dos meses encerrado en su habitación, usando una muleta para moverse y evitando mirar su rodilla inútil más de dos segundos, porque no puede lidiar con el hecho de que su carrera deportiva había muerto.

Su padre lo llamó luto.

Jungkook lo llamaba mediocridad.

Su madre lo abrazó y después habló mierdas de su padre por su nueva novia que podría ser fácilmente novia de Jungkook por su edad.

Suspira por milésima vez mientras revisa competencias antiguas de tenis y se dedica a criticar mentalmente a los jugadores y jugadoras, tratando de crear mejores jugadas en su mente. En ocasiones, no lo nota, pero golpea una pelota imaginaria mientras mantiene su mirada fija en la pantalla. Su madre le llamó la atención la primera vez que lo vio y su padre le dio una mirada de lástima.

Dos golpes en la puerta lo sacan de su mente, y debe cambiar rápidamente el video que se reproduce porque, bajo indicaciones médicas, debía mantenerse lo más lejos del tenis posible para poner sanar.

Jungkook lo encontró idiota, porque en lo único que pensaba día a día es en tenis.

No hay día que no se imagine volviendo a la cacha de color ladrillo y respirando el aire de gloria. Sudando de calor y esfuerzo. Corriendo de lado a lado, buscando la pelota verde que en ocasiones aparece en sus pesadillas. Tomando la raqueta con fuerza para rematar y ganar puntos.

Ganar.

Ganar.

Ganar.

Eso era lo único que habitaba en la cabeza de Jungkook desde sus cuatro años, cuando en un día de parque, su madre reparó en lo naturalmente bueno que el chico era con la raqueta y en su agilidad al responder a los vigorosos golpes de un niño que doblaba su edad.

Y desde ese momento el tenis se volvió parte de la personalidad de Jungkook.

—¿Quién es? —pregunta sin ganas, recostandose en sus suaves sábanas.

—Tu padre.

—Soy huérfano —replica Jungkook.

—No eres gracioso —escucha a su padre decir al otro lado de la puerta—. Escuché que estabas videos de tenis nuevamente. ¿Qué fue lo que dijo el psiquiatra?

—Literalmente nada, solo me recetó somníferos —masculla Jungkook—. Estoy demasiado cansado, ¿podrías irte? De la casa, es decir. No es necesario que estés aquí solo porque mi mamá te dijo que eras un mal padre. Déjame solo, sé cuidarme mejor que ustedes —agrega al final con acidez.

—Jungkook —el duro tono de voz de su padre lo saca de sus casillas—. No te encierres, hijo.

—¡Vete! —exclama Jungkook—. ¡Vete de aquí y nunca más vuelvas! ¡Aléjate de mí! ¡No quiero ver a nadie más! ¡Lo único que quiero hacer es morir! ¡Dejame solo! ¡Necesito que todos se callen y me dejen solo! ¡No necesito a nadie!

Su respiración se agita y todo da vueltas. A lo lejos, muy a lo lejos, escucha la puerta de su habitación ser abierta y unos pasos rápidos. Sus ojos no enfocan correctamente por la dosis excesiva de somníferos que consumió. Sus latidos cardíacos se aceleran. Su cabeza bombea con fuerza, mientras en un interior una oscuridad quiere tragarlo. Y finalmente nada más siente. Sólo unos brazos rodeándolo con fuerza. Un llanto a lo lejos que se mezcla con el suyo. Y arrepentimiento. Mucho arrepentimiento por parte de su padre. Una figura lejana que jamás cumplió realmente el rol de padre.

—Perdóname —farfulla Juyeon, su padre—. Perdóname.

Ambos saben que es muy tarde.

Porque los ojos de Jungkook se cierran lentamente, perdiendo la conexión con la realidad, mientras sus labios se tiñen de un preocupante morado.

Y después solo se escuchan gritos. 


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