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13 de septiembre — Córdoba; Argentina

No puedo dejar de mirarla. Es preciosa.

La naricita, la boquita, como se le levanta la pancita pequeñita cuando respira lento y tranquila mientras duerme.

Sin poder evitarlo, le acaricio la cabecita con cuidado de no ser brusca y despertarla. Aunque creo que ya es hora de alimentarla otra vez.

Sin embargo no puedo moverme de la cama junto a mi beba, lo único que puedo hacer es observarla y puede que se me caigan alguna lagrimitas (y la baba). Pensé que lo hormonal terminaba cuando nacía. Parece que no.

Después del día caótico del nacimiento, ahora sólo puedo prestarle atención a ella y el resto de la vida me importa un culo.

Es como si mirarla me diera fuerza de no sé donde, y me convenciera de que juntas vamos a ser invencibles. Me transmite toda la tranquilidad que no tuve en los últimos dos días.

Escucho unos golpecitos en la puerta y muevo la cabeza para ver a Marti asomándose y haciéndome señas para saber si puede entrar.

—Hola mamá— Me dice en un susurro—¿Cómo está la gordita?

Sin dejar de ver a mi hija le hablo, también en susurros.

—Bien. Es hermosa Mar, no puedo dejar de mirarla— Suelto una risita y ahora si miro a mi amiga.

—Igual que la mamá— Me sonríe con dulzura y se acerca a mi lado.

Nos quedamos un rato en silencio las tres. Nosotras dos mirando a la bebé, la bebé respirando despacito.

—Amiga— Otra vez habla en susurro, pero noto algo distinto en el tono en el que sale aquella palabra de su boca— Quiere hablar con vos.

Entonces todo el mundo se me viene abajo, de nuevo.

Vuelve la ansiedad a mi cuerpo, me vuelvo a poner alerta. La bronca y el enojo me vuelven a consumir.

—¿Te dijo por qué mierda vino?

—No, insiste en que quiere hablar con vos.

—Aunque no quiero, debería ¿o no?— Le pregunto a Mar.

—No se, capaz si. Quizá sea mejor para la gordita— La rubia lleva una de sus manos a mi brazo libre y lo acaricia dándome apoyo.

Respiro hondo y me preparo mentalmente para esto. Yo se que no puedo volverme loca y matarlo, porque tengo a la nena conmigo.

—Esta bien. Decile que pase

13 de Septiembre - Calchín, Córdoba; Argentina

Abro la puerta y me envuelvo en el aroma del lugar. Afuera está oscureciendo, pero el lugar está adornado con luces cálidas que le dan al espacio un aspecto hogareño.

Observo todo y me doy cuenta que está igual a como estaba la última vez que vine. Sin embargo, a juzgar por el silencio y la calma no hay nadie en la casa.

Agarro el teléfono y lo prendo par a ver si alguien en mi familia se contactó para avisarme que se iban a algún lado.

Pero no es el caso.

Confundido voy a donde era mi pieza y dejo mi bolso y mis cosas. Que raro que nadie esté acá. Es día de semana, se supone que a esta hora ya están todos en casa merendando o preparando la cena. O por lo menos eso hace mi familia cuando hacemos videollamada todos los días a esta hora y charlamos de como nos fue.

Mando un mensaje al grupo que tenemos con Agus y Rafa para controlar que todo esté en orden y de paso preguntar cuando vuelven. Pero durante los minutos siguientes no obtengo respuesta.

ETERNO | Julián ÁlvarezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora