CAPÍTULO 3

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"La incertidumbre es como una margarita a la que jamás vamos a terminar de deshojar"

                       Mario Benedetti.

Calypso

El humano es débil

La mesera se va casi llorando. Aparenta a un santo, pero es el mismo demonio, tal padre tal astilla.

Esto es por mi culpa, porque si su comida no ha llegado hasta ahora, es porque le he pedido a Gabriela esperar hasta que baje.

—No quise ser grosero,  pero he dado mi pedido hace unos minutos, no sé porque tardan tanto en subir con ello.

Yo sí sé porque.

—No pasa nada. Entonces, suele venir aquí  muy seguido?

Le sonrió de medio lado dejando mi copa sobre la mesa.

—Solo cuando quiero tomarme un tiempo para mí, ¿Por qué?

—Para saber si el ambiente es cálido y también si es seguro.

—Por la calidez usted misma puede definirla, en cuanto a la seguridad del lugar, no creo que un Casino sea un lugar seguro.— hace comillas con sus dedos— Es como si me preguntará si hay sexo en un prostíbulo.

Qué ejemplo tan fuera de lugar. Ay los hombres.

—Cierto.

Concuerdo con él dando un gesto de cabeza.

—Cuénteme más sobre sus padres, me he quedado con ganas de saber más.

—¿Le parezco tan aburrida como persona que teniéndome a mí, prefiere hablar de mis padres?

Se calla, es lo que quería.

—Claro que no, discúlpeme, es usted todo menos aburrida, créeme.

—Pues entonces, pregúnteme de mi y no de mis padres.

Se ríe. Y veo lo hermoso que es aún con su cara iluminada.

Nos quedamos en silencio unos segundos en los que aprovecho para vaciar mi copa escapando de sus ojos intensos. Ya le mandado un mensaje discreto a Gabriela diciéndole que puede subir con la comida.

El contacto que quería tener con él ya lo tengo y no fue para nada difícil, su lado cazador me ha ayudado mucho. Ahora vamos a dejar las cosas pasar por si solas.

La terca de Gabriela no tarda en aparecer en mi campo de visión muy enojada, con la carriola de comida ocupando sus dos manos camina en nuestra dirección mirando al suelo.

Cuando por fin llega a nuestra mesa, no me mira, se hace la enojada echándome la culpa por el regaño que le da su jefe.

Luego de acomodar todo sobre la mesa, se retira dejándonos de nuevo a solas. Y yo ya me quiero ir, ya cumplí mi objetivo: incentivar su curiosidad hacía mí y las ganas de algo más que una charla conmigo. Ahora es tiempo de dejar lo demás en las manos del destino, que haga lo que tenga que hacer.

—Bueno ya que su comida ha llegado, lo dejo cenar tranquilo.

—No, no hace falta. Me gustaría que me acompañará.

—Gracias, pero ya me tengo que ir. Mis amigos de seguros ya me estarán esperando.

Me pongo de pie con mis cosas entre mis manos.

—¿Cómo hago si quiero volver a verla?

—¿Cree en el karma?

Frunce el ceño sin entender mi pregunta, sin embargo no paro y sigo hablando.

LA RULETA NEGRA [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora