Cuando escuché los ladridos del perro de Arua estaba yendo a buscar un caballo al establo para salir a cabalgar. Me encanta hacerlo al amanecer, es como si me cargara de pilas para enfrentar la jornada, además es la única hora que el calor lo permite.
Entonces me desvié para mirar lo que sucedía y vi su figura recortada contra el sol naciente. Hablaba con su hermano y aunque no la veo hace años, no quedan dudas de que se trata de ella. Cuando decido acercarme y escucho a Arua llamarla por el apodo que él le puso tras la obsesión que desarrolló de niña por Pocahontas.
La llamo igual con la emoción vibrándome en el pecho por reencontrarme con ella luego de tanto tiempo, pero solo recibo hostilidad. Me ignora y se marcha con dirección a su casa en el caballo en el que iba Arua.
Me quedo estupefacto. Tengo ganas de llamarla y de preguntarle qué le sucede. Llevamos sin vernos demasiados años y no comprendo su reacción.
Miro a Arua que se encoge de hombros, no va a decirme nada por más que pregunte.
—Dale tiempo —comenta tras mi desconcierto y coloca una mano sobre mi hombro.
Niego porque no entiendo nada, pero no voy a dejar esto así, si está enfadada conmigo al menos debe decirme por qué.
Voy hasta mi casa y me preparo algo para desayunar, trato de no pensar demasiado en el tema porque comprendo que pasará la mañana con sus padres luego de tanto tiempo fuera y no quiero molestar, pero estoy al pendiente de la ventana por si la observo salir.
Cerca de las diez la veo avanzar en el caballo de Arua, salgo como un bólido de mi casa y subo al mío, lo dejé listo así que lo monto y voy tras ella. Logro alcanzarla cerca de la salida de estancia.
—¡Amaru! ¿Quieres detenerte? —pregunto.
—No, tengo que trabajar, hay muchas cosas que hacer, no vine aquí a perder mi tiempo —responde sin vacilar.
—¿Por qué me tratas así? ¿Qué sucede?
No responde, acelera el paso y se aleja con velocidad. La sigo y la alcanzo cuando baja cerca de la posada del pueblo. No se detiene, ingresa a toda velocidad y yo decido esperarla, no tengo apuro, si hay algo que aprendí de la vida en el campo es lo lento que pasan las horas.
Sale casi una hora después con una bata blanca y un maletín, va con otra chica vestida igual y conversan.
—Amaru —digo apareciendo delante de ella justo cuando está por salir de la posada.
—¿Otra vez tú? —inquiere.
—Hola —saludo a su amiga y sonrío.
—Hola —responde ella con amabilidad—. ¿Quién eres?
—Mi nombre es Gonzalo Flores, un gusto —digo y le paso la mano.
—Soy Mónica Jara, un placer —añade con una risita divertida y luego mira a Amaru que está cruzada de brazos y pone los ojos en blanco—. Así que es él.
—Mónica —le advierte y la chica se encoje de hombros y sonríe.
—Creo que me adelanto y te espero en la ambulancia —dice, pero Amaru la toma del brazo y niega.
—No, estamos retrasados, nos esperan hace media hora.
—Amaru... ¿a dónde vas? —pregunto y ella me mira de soslayo cuando pasa a mi lado.
—A trabajar...
—¿Eres médica entonces? —inquiero con orgullo y señalo su atuendo—. Oh, por Dios, ¿lo has conseguido?
Amaru me mira con algo parecido al rencor o al dolor, no lo tengo claro, pero señala el nombre bordado en su bata y asiente.
—¿Acaso no confiabas en que lo lograría? —pregunta con despecho.
—¡Jamás lo dudé! Lo sabes bien —respondo. Ella pone los ojos en blanco y suelta una risa irónica antes de volverse hacia su amiga que nos mira con curiosidad—. ¿Podemos hablar luego? Dime la hora, dime el lugar y ahí estaré.
—He venido a ayudar al pueblo y estoy muy atareada, Gonzalo, no tengo tiempo para perder con gente como tú —zanja y yo pestañeo confuso.
No sé qué decir porque su reacción otra vez me deja anonadado. No la comprendo.
La veo partir y solo puedo pensar en lo bella que está. Siempre lo fue, pero ahora se ha convertido en una mujer y todavía intento encajar a la Amaru de mi infancia y adolescencia con la muchacha que estoy viendo. Sobre todo, porque esta parece odiarme.
Y claro que era consciente de que tuvo que haber crecido en todo este tiempo, pero en mis recuerdos está la pequeña, la adolescente, siempre con su sonrisa enorme de dientes muy blancos y su cabello negro y lacio cayendo hasta bajo sus caderas. La Amaru actual guarda el color canela de su piel, pero su cabello está más corto y ordenado. Y su risa, su risa brilla por su ausencia y en su lugar solo veo una mirada que no reconozco. ¿Qué ha pasado con mi amiga de la infancia?
ESTÁS LEYENDO
El verano que derritió tu corazón
RomanceUn verano para conocerse, Ocho veranos para enamorarse, Muchos veranos para odiarse, Y un último verano para reencontrarse. Amaru y Gonzalo son como el agua y el aceite, a simple vista no tienen nada en común más que el amor por la naturaleza y por...