Capítulo 24. Gonzalo

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No he pasado una buena noche, quizá porque la conversación antes de dormir me dejó pensando en demasiadas cosas. Todo simplemente se me desordenó por dentro y tuve un sueño inquieto en el que me desperté varias veces para encontrarme con el cuerpo tibio de Amaru durmiendo a mi lado.

Me despierto apenas asoma el sol, es lo que más me gusta hacer cada mañana, tengo la sensación de que a esta hora todo se ve y se siente más claro. Todavía no hace demasiado calor y pienso que las primeras horas son las más productivas para mí.

Amaru duerme a mi lado, su cabello negro está alborotado y enmarca su rostro sereno. Me gusta cómo se ve, es hermosa. Tiene una belleza única que me recuerda a todo lo que me agrada: el sol, el campo, la naturaleza, nuestra infancia, nuestra amistad.

Tengo que conseguir fuerza de voluntad para no acariciarle el rostro, quiero sentir la textura de sus mejillas y de sus labios bajo mis dedos. Me gustaría que abriera los ojos para ver en ellos los restos de la charla de anoche. En la oscuridad no podía verla, solo imaginarla.

Suspiro y decido salir a tomar aire fresco, me pongo las zapatillas y llevo ropa para ir hasta el baño, asearme y cambiarme. Trato de salir lo más silenciosamente posible. La brisa de la mañana me golpea en la cara con el aroma a mar. Camino los metros que me separan del baño del campamento y luego ingreso, no hay nadie así que me tomo mi tiempo para asearme y cambiarme. Quiero ir a trotar por la playa antes de que el sol golpee con fuerza.

Voy de nuevo a la tienda para dejar mis cosas y como ella sigue dormida, decido ir a ejercitarme. Me gusta hacerlo y más con esta vista. El mar susurra en mi oído mientras las gaviotas revolotean en busca de comida. El sol se abre paso entre algunas nubes y comienza a brillar con más intensidad, en el cielo hay un montón de colores que me recuerdan lo mucho que me gustan los amaneceres.

Un rato después, me siento sobre una piedra y pierdo la vista en el océano. Las palabras de Amaru vuelven a mi mente una y otra vez. Trato de ordenar lo que pienso y lo que siento, porque de pronto en mi interior hay un mar que está revoltoso.

Me gusta, claro que sí. Es una mujer preciosa con una belleza exótica que la hace llamativa. Además, es sexi sin darse cuenta de que lo es, lo que a mí manera de pensar, hace mucho más atractiva a una mujer. Y ni que hablar de su personalidad. Me encanta su forma de ser, aguerrida, orgullosa, altiva. Siempre ha sido así, segura de sí misma, capaz de alcanzar sus sueños con sus manos. Y ella no se da cuenta de todo lo que ha logrado, o a lo mejor el peso de lo que ha perdido es lo que la mantiene en ese constante limbo de insatisfacción del que me gustaría que saliera.

Amaru no necesita demostrarle nada a nadie, lo hace con simplemente existir y ella no es consciente de ello.

Pero yo no había pensado en ella como mujer antes de volver a verla. A pesar de lo que ella sentía cuando éramos adolescentes, yo nunca la había visto de esa manera. Quizá porque mi abuelo me había aleccionado bien o a lo mejor porque solo la veía en verano, también es muy posible que fuera debido a que consideraba insalvables las diferencias culturales que nos separaban. O a lo mejor, y aunque me cueste aceptar, es que cuando solo era un chiquillo, no pensaba tener una relación con alguien que no fuera una chica socialmente aceptada por mis amigos.

Suena horrible, pero sería un hipócrita si no lo aceptara al menos para mí mismo. Hay una edad en que pesa muchísimo lo que digan aquellos que nos rodean y muchas veces nos juntamos con alguien solo por no salirnos de lo que esperan los demás.

Y sin embargo cuando la volví a ver me dejó embobado. Quizá porque nunca la había visto como una mujer, yo siempre la vi como mi mejor amiga. Puede ser que tantos años sin verla hubieran congelado su imagen en mis recuerdos. Es obvio que yo sabía que había crecido y que ya no sería la niña que fue, pero no me imaginaba que se vería así, y no solo es físicamente, sino también que se hubiera convertido en la mujer valiente y luchadora que es ahora, la que enfrentó a toda la sociedad con sus creencias infundadas y dio vuelta cada una de las ideas arcaicas de las personas con las que se cruzó. Como la mujer del supermercado.

El verano que derritió tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora