Me detengo a observarla desde el marco de la puerta, tiene la vista fija en el cielo y se ve más hermosa que nunca. La luna irradia su luz sobre ella y su piel brilla tanto que casi no puedo contener las ganas de tocarla.
—¿Qué has hecho estos días?
—Nada, dormir... Mónica se fue ayer y me tiré a la cama hasta hoy, hacía mucho que no descansaba así.
—Pues deberías descansar más...
—No es fácil en la ciudad...
—Lo que más me gusta de vivir aquí es la tranquilidad que hay, la naturaleza, la paz. Es como si se pudiera escuchar los pensamientos. Por más problemas que pueda tener, por más difícil que haya sido el día, cuando acabo la jornada y me echo aquí en la hamaca a escuchar los sonidos de la noche y mirar las estrellas, todo pasa a segundo plano.
—Me gusta...
—Tú me lo has enseñado...
—¿Yo? —pregunta mirándome.
—Sí, amabas la naturaleza, trepabas a los árboles, sabías qué fruta podíamos comer y cuáles maderas servían. Me parecía fascinante...
Sonríe y yo la observo.
—Mamá me ha preguntado qué planeo para el futuro y ¿sabes qué me he dado cuenta? —dice y vuelve a perder la vista en el firmamento.
—¿Qué?
—Que no he pensado en eso, creo que me he pasado huyendo... corriendo para alcanzar mis metas y demostrarles a todos que soy capaz...
—No necesitabas demostrárselo a nadie.
—Sí que lo necesitaba, necesitaba mostrarle al mundo que podía lograrlo, no solo por mí, sino por todos los que vienen detrás... Era abrir una puerta, como dijo Isati... Pero ya está, ¿cuándo debo detenerme? —inquiere y me mira.
—¿A qué te refieres con detenerte? —pregunto.
—A dejar de correr, de huir de no sé qué... a buscar mi lugar en el mundo, el sitio en donde quiero estar. Tú ya lo sabes, eres feliz aquí...
—¿Y tú? Esta es tu tierra... Siempre admiraste que Pocahontas era valiente y había elegido a los suyos por encima de su amor...
Sonríe y niega.
—Si lo miro desde la amargura que ahora arrastro, pienso que no tenía otra opción. ¿Qué haría una mujer indígena en Europa en aquella época? Mínimo sirvienta... nadie la iba a aceptar.
—¿Por qué le quitas la magia a un cuento tan bonito? —inquiero.
—Porque ya no creo en la magia —susurra.
Me acerco a ella y me siento a sus pies.
—¿Cómo puedes decir eso?
—Es el resultado de alcanzar mis metas, Gonza... Todo triunfo conlleva sacrificios.
—¿Y dónde has dejado a esa niña llena de sueños cuya inocencia yo amaba? —pregunto.
—¿En tus recuerdos? —inquiere.
Nos quedamos un rato en silencio y entonces vuelvo a intentarlo.
—Vamos, ahora mismo... Subamos a la camioneta y manejemos hasta la primera playa que nos quede cerca...
—¿Te has vuelto loco? —pregunta con diversión.
—No, solo quiero hacer algo que te despierte... ¿Sabes qué escuché en la tele hoy?
—No, ¿qué?
—Que el calentamiento global está haciendo que el permafrost se derrita en algunas partes del mundo...
Se echa a reír y yo sonrío, me gusta verla así.
—Tenemos que hacer que alcance también a tu corazón... Si este verano nos derrite hasta el cerebro, ¿por qué no puede derretir tu corazón helado?
—Gonza... —susurra y me toca la cabeza con ternura. Sus dedos se enredan por primera vez en mis cabellos y yo cierro los ojos.
—Una locura, tú y yo en ese mundo que solo nos pertenece... Di que sí, vamos... no lo pienses tanto. ¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo sin pensar?
—Cuando vine a despedirme de ti con un beso... ya sabes cómo acabó —añade, pero no lo hace desde el dolor, más bien se ríe.
Abro los ojos y la miro a los ojos.
—Ha pasado demasiado tiempo de eso, las locuras no siempre acaban mal, a veces pueden marcar un antes y un después...
—¿Cómo cuándo?
—Como cuando decidí hacerme amigo de una niña que no hablaba mi idioma y a la que solo vería cada verano. Como cuando cada verano mi padre me invitaba a ir a Europa o al caribe y yo elegía volver aquí para verte...
Sonríe.
—No lo sabía...
—Eras mi prioridad... significabas mis veranos... Regálame este también, aunque sea solo por unos días, para rectificar el final de ese último verano... Vamos...
—Vamos...
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El verano que derritió tu corazón
RomantizmUn verano para conocerse, Ocho veranos para enamorarse, Muchos veranos para odiarse, Y un último verano para reencontrarse. Amaru y Gonzalo son como el agua y el aceite, a simple vista no tienen nada en común más que el amor por la naturaleza y por...