Capítulo 27. Amaru

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Camino de un lado al otro observando la habitación de Gonza. Mi mente es un batiburrillo de pensamientos todos inconexos; por momentos me preocupo por él, no me gusta que ande correteando por la estancia con este tiempo, me dan miedo los rayos. Luego me pierdo acariciando las sábanas y olfateando la almohada. Así de mal estoy, busco su rastro en la cama en la que duerme y me pregunto cómo se sentirá amanecer aquí a su lado, en sus brazos.

La verdad es que estoy hecha un lío andante porque lo que siento por él se expande en mi pecho a cada instante. ¿Acaso es amor? Nunca me he enamorado más allá de cuando tenía quince años y por el mismo chico.

Mis ojos caen entonces sobre su mesa de noche, allí reposan todas las piedras pintadas que alguna vez le di. Camino con emoción hacia ella y las acaricio una a una entre mis dedos. Cada una de ellas es una parte de mi historia, recuerdo el momento en que las hice, lo que pensaba en esos instantes. La última es la que más carga emocional tiene, todo ese amor adolescente escondido tras unos pétalos amarillos brillantes.

Un par de lágrimas caen por mis mejillas, eso es lo que logra Gonzalo en mi interior, desestabilizarlo todo, ablandarme, hacerme sentir vulnerable... derretirme.

Esa es la palabra.

Recuerdo su idea del calor global derritiendo el permafrost y me da la risa boba, a lo mejor él logra que mi corazón se derrita... a lo mejor sí que es el sol y yo sigo siendo el girasol que va tras de él.

No es justo, no es justo enamorarse de un imposible. ¿Por qué el corazón es tan irracional?

Pienso en mis clases de anatomía analizando un corazón y me río de mí misma por mis tonterías.

Estoy en eso cuando Gonza entra a la habitación, tiene la camisa manchada con sangre y me asusto.

—¿Qué sucedió? —digo acercándome corriendo a él—. ¿Te pasa algo?

—No... —responde él y me mira con curiosidad. Señalo la sangre y sonríe—. ¡Ah! Acabamos de ayudar a parir a una de las yeguas. El potrillo no podía salir, tuvimos que intervenir ya que el veterinario no llegaría con este tiempo.

—Ahh —suspiro y me siento en la cama, por un instante las rodillas se me aflojaron del susto.

Gonzalo se acerca con la mirada cargada de curiosidad y cuando está muy cerca sonríe.

—¿Tanto te preocupas por mí?

—No seas idiota, claro que me preocupo... —respondo nerviosa.

—Me halaga saberlo, Amaru —dice y se queda mirándome como si buscara en el fondo de mis ojos. Su mirada azul es tan intensa que tengo que bajar la mía.

—Báñate y cámbiate la ropa —ordeno.

—Muy bien, a su orden —dice y sonríe.

Me doy cuenta del tono con el que lo dije y me pongo nerviosa.

—No quería...

—Me gusta también que me des órdenes —susurra y camina hacia el baño.

Dios mío, esto se me está yendo de las manos.

Apenas escucho el sonido de la ducha se enciende un calor en mi interior. La lluvia ha traído calma al clima exterior, pero por dentro yo me incendio. ¿Qué demonios me sucede? Nunca he experimentado algo así. Deseo ingresar a esa ducha y meterme con él, besarle cada parte de su cuerpo.

Siento cómo me derrito con solo imaginarlo y niego con vehemencia. Salgo de la habitación, voy a la cocina para preparar un té para los dos y después me dirijo hacia el pórtico. Me siento en la hamaca y disfruto de la brisa húmeda y el olor a lluvia golpeando mi rostro.

El verano que derritió tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora