Capítulo 13 - Amaru

238 68 12
                                    


Temprano en la mañana nos dirigimos hacia las tierras nativas, al llegar, el jefe me espera junto con algunos ancianos y Tara, la curandera del pueblo. Al verme, la mujer me sonríe, probablemente recuerda a aquella niña que la llenaba de preguntas sobre todas las cosas que usaba para curar a los enfermos. Mis compañeros, Arua y Gonzalo, también se acercan.

Luego de los saludos correspondientes, el jefe me indica que Tara hará un ritual de limpieza antes de permitirnos entrar a la choza donde tienen a algunos de los más enfermos en el pueblo. Asiento y dejamos que la mujer mencione algunas oraciones, luego enciende un madero grueso y me lo pasa para que yo limpie a mis compañeros. Lo hago como me lo enseñó tantos años atrás y todos me miran con curiosidad, menos Gonzalo y mi hermano.

Cuando acabamos, la mujer me indica que la siga.

—Solo tenemos a dos personas que están bastante mal, dos ancianos —explica en nuestra lengua—, ya les he probado varios remedios.

Tara procede a contarme qué infusiones y hiervas les ha servido a los enfermos.

Comprobamos que ambos están con un grado bastante importante de deshidratación debido a la colitis que les dio por beber agua contaminada cuando no podían acceder al agua potable. Le explico a Tara que lo que ha hecho ha estado bien, pero necesitamos ponerles una vía para pasarles suero y medicamentos. Me pregunta qué es eso y se lo explico.

—Es peligroso pasar cosas por las venas de las personas —dice y yo asiento.

—Sí, pero esto está limpio. Si no crees podemos hacer un ritual juntas antes de que lo hagamos.

Tara acepta y ambas recitamos un cántico en nuestra lengua antes de pasarle unas hojas de ruda embebidas en una infusión de varias hiervas alrededor del suero y los insumos que utilizaremos, eso calma a Tara que luego nos permite hacer nuestro trabajo.

Revisamos al resto de los enfermos que están en el pueblo y entregamos algunos medicamentos. Tara me explica qué ha hecho con cada uno y yo le doy algunas ideas más. Mónica y mis compañeros me observan con asombro, pero no interfieren en nada.

Al final de la jornada les informo que me quedaré a pasar la noche para estar al pendiente de los ancianos, mis compañeros se despiden y se marchan prometiendo volver al día siguiente, Arua dice que se quedará conmigo y vamos hasta la que solía ser nuestra casa donde ahora vive una tía con mis primos.

Gonzalo nos acompaña en silencio, hemos quedado en que luego de comer algo iremos a ver la escuela. Cuando estamos a nada de llegar, una mujer embarazada se acerca a mí. Lleva en brazos a un niño pequeño.

—Tiene fiebre —dice y me lo señala—. Tara ya le ha dado remedios, pero no se cura.

Asiento y la acompaño hasta su casa, los chicos me esperan afuera mientras atiendo al pequeño. Le pregunto a la muchacha por qué no lo llevó más temprano y me dice que su marido no quería porque no confía en nosotros, pero que ella está desesperada.

Le doy un medicamento, le digo que se lo repita en horas, y ella promete hacerlo sin que su marido, Naran, la descubra. Entonces me percato de que es la mujer de Naran.

Dejo al niño arropado y salgo de la casa un poco conmovida, allí en esa pequeña choza en donde viven cuatro personas soy consciente de que ese era mi destino, esa casa, esos niños, ese hombre.

—¿Sucede algo? —pregunta Arua cuando caminamos de regreso.

—No, no te preocupes.

Llegamos y luego de comer algo mi hermano se despide y Gonzalo y yo nos disponemos a ir a ver la escuela.

El verano que derritió tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora