Camino a toda velocidad y me subo a la ambulancia, Moni se sienta a mi lado y me mira con curiosidad. Sé que quiere decirme algo, pero no se anima. Siento que el corazón se me está por salir del pecho y me llevo una mano allí al tiempo que respiro.
—¿Por qué él no sabe que estás enojada con él? Pensé que... que habían discutido —pregunta.
No respondo, no puedo hablar y lo único que noto es que ni todos estos años han logrado menguar el efecto que Gonzalo Flores tiene en mí y eso me enfada mucho más de lo que ya lo estoy.
—Lo odio —murmuro.
—A mí me parece otra cosa —responde ella con diversión.
La miro con todo el enfado que bulle en mí y ella se ríe más.
—Voy a ordenar las cosas, mejor —añade y toma una caja de medicamentos para ordenarlos.
Nuestros compañeros llegan también y siento la vibración del motor en movimiento. Así vibra también todo dentro de mí.
Quiero llorar, y yo no lloro nunca. Las lágrimas se me aglutinan en la garganta y debo parpadear varias veces para que no se escapen. No estaba lista para verlo, no sabía que estaba aquí.
Tengo sentimientos encontrados, ha sido hermoso ver a mi familia, sentir de nuevo su calor, sus palabras, sus gestos de cariños. Pero verlo a él... Dios, está tan guapo... Esperaba que el tiempo hiciera de las suyas con él y me lo encontrara un poco más gordo, sin cabello o con ojeras. No sé, algo que me hiciera pensar que no me perdí de gran cosa. Aunque, de hecho, ni siquiera pensé que estaría por acá.
—¿Qué hace Gonzalo aquí? —pregunto.
Mónica me mira y se encoge de hombros.
—No le diste mucho tiempo para que te lo explicara —añade.
Cierro los ojos y me llevo las manos a la cabeza. Gonzalo, mi sol, el chico de los cabellos de oro y los ojos del color del mar que siempre quise conocer. El de la sonrisa dulce que impulsó mi mundo y lo puso a girar.
—Cálmate, Aru —susurra Mónica sentándose a mi lado y abrazándome, me llama así solo cuando me pongo muy mal—. Todo irá bien, deberías hablar con él y escuchar lo que tiene que decirte.
—Ni siquiera sabe por qué estoy enfadada —atino a mencionar.
—¿Por qué? ¿No hubo discusión? Tú dijiste que...
—Sí, sé lo que dije, pero no... no fue así...
—¿Cómo que no fue así? —pregunta confundida.
Niego.
—Él no sabe que yo lo escuché aquella tarde... era su último día aquí y yo había venido a despedirme. Él no me vio...
—¿Pero no le dijiste nada luego?
—No, hui sin que me viera. Estaba demasiado dolida y él ya tenía que viajar... ya nos habíamos despedido, yo solo... solo venía a darle algo antes de que se fuera y... fue cuando lo escuché... él no me vio... —digo entrecortadamente.
—Dios, Amaru... Han pasado años y tú te has quedado con una frase que quizás has sacado de contexto... Has dejado que esa frase delimitara tu vida y tu manera de ver el mundo pasando por alto toda la amistad que tenían... ¿Eres consciente de ello?
—Sí... pero dolió mucho... —Niego. Sí que soy consciente de ello, pero mi carácter es así, soy obstinada y rencorosa y me cuesta dar el brazo a torcer. Yo sabía que no íbamos a vernos en bastante tiempo y dejé que el dolor se arremolinara y creciera en mi interior.
—¿Y por qué no hablas con él? Cuéntale lo que escuchaste, dile por qué te enfadaste y lo que te dolió.
—¿Qué caso tiene? ¡Han pasado años! —exclamo.
—Pero él quiere hablar contigo, te ha seguido desde tu casa y tú no le has dado chance. Te ha esperado fuera de la posada y lo has tratado mal. ¿Por qué?
—No quiero hablar con él...
—¿Por qué? —pregunta y yo suspiro.
Si hablo con él y me doy cuenta de que todo fue una equivocación, no me perdonaré a mí misma todo este tiempo alejados. Lo he extrañado como a nadie, lo he necesitado como a nadie, y cada vez que su nombre cruzó mis recuerdos lo hice a un lado intentando convencerme de que no valía la pena, que yo no le importaba, que él me había menospreciado igual que todos los demás. Entonces volvía a sentir la furia en mi interior y volvía a odiarlo un poco más.
—Porque me duele —admito y Mónica asiente.
—Y la doctora Amaru sabe que cuando algo duele hay que buscar el origen del dolor y luego buscar la manera de sanarlo antes de que se expanda y afecte a otros órganos, ¿no? —me habla como si fuera una niña pequeña.
—A lo mejor ya es demasiado tarde para eso, Moni...
—A lo mejor no —responde justo cuando llegamos al primer barrio donde trabajaremos hoy—. Vamos, ahora hay que trabajar.
ESTÁS LEYENDO
El verano que derritió tu corazón
RomanceUn verano para conocerse, Ocho veranos para enamorarse, Muchos veranos para odiarse, Y un último verano para reencontrarse. Amaru y Gonzalo son como el agua y el aceite, a simple vista no tienen nada en común más que el amor por la naturaleza y por...