Camino hasta la casa de los padres de Amaru y desde unos metros antes puedo oler el aroma de todas esas comidas tan deliciosas que prepara su madre. A lo largo de todos estos años he ido aprendiendo sobre las tradiciones que practican, las comidas que comen, sus creencias y sus rituales y puedo decir que hasta me siento un poco parte de vez en cuando.
Golpeo la puerta de madera y espero, el sonido de los llamadores de ángeles hechos de bambú y cristales acaricia mi mente y me da paz. Siempre me han recordado un poco a la risa de Amaru, ya que amaba hacerlos y colgarlos por todos los árboles del bosque.
—Pasa —dice Arua abriéndome. Dentro ya se puede atisbar el aroma del maíz al fuego y de las bebidas fermentadas que consumen en ocasiones especiales. En una mesa de madera que solía ser de mi abuela están dispuestas varias comidas, Amaru está allí sentada junto a su hermano menor, Naló y el esposo de su hermana pequeña. Hay un par de niños correteando en el jardín trasero, son los hijos de estos y han venido para cenar en familia.
—Hola —saludo en su lengua, todos me responden al saludo. El padre de Amaru aparece por la puerta trasera y me saluda con un apretón de manos. Me habla sobre el trabajo que hizo hoy y me cuenta que una de las vacas que tenemos ha dado a luz esta mañana, pero con complicaciones. Conversamos un buen rato sobre eso en lengua nativa y observo la sorpresa con la que me mira Amaru, debo decir que me encanta y me genera cierto placer.
Naló también me saluda y al segundo siguiente tengo a los hijos de Saumira alrededor de mis piernas jugando y riendo.
Un buen rato después, comenzamos a comer y todos hablan en lengua nativa.
—¿Lo entiendes todo? —pregunta en un momento Amaru, que se acerca a mí con la sorpresa impregnada en el rostro—. ¡Has hasta contestado! —añade como si se respondiera a sí misma.
—¿Crees que solo tú aprendiste español con facilidad? —digo y le guiño un ojo—. ¿Quieres que caminemos un poco? —pregunto y ella asiente.
Nos despedimos de sus padres y hermanos y salimos a caminar por la estancia. Ya es de noche, pero el calor sigue como si fuera plena siesta.
—¿Se ha secado el arroyo? —pregunta—. Aún no he podido ir hacia allí.
—No, pero definitivamente se ha achicado mucho el cause, hacia esta zona solo parece un hilo de agua... Es triste...
—Oh... necesitamos que llueva —dice con la vista en el cielo y yo asiento.
Nos quedamos en silencio un rato y meto las manos en los bolsillos.
—¿Qué quieres hacer? —pregunto.
—Caminar está bien —dice y se lleva las manos al estómago—. Mi madre me ha metido en una tarde toda la comida que no he comido en años —bromea.
Sonrío.
—Está feliz con tu regreso...
—Lo sé... yo también estoy feliz de verlos...
—¿Por qué no habías venido antes? —pregunto y ella suspira.
—Primero mucho estudio, luego mucho trabajo... Sé que suena horrible, pero me he dejado la vida estos años en la universidad... no ha sido fácil.
—Estoy orgulloso de ti... —digo y ella me mira de reojo como si deseara confirmar mis palabras—. Todavía recuerdo a la pequeña que deseaba curar a los enfermos... ¿Te acuerdas cuando lo hablamos la primera vez?
Sonríe y asiente.
—Conseguí una plaza en la universidad —me explica—, hay un cupo para nativos... Casi nadie lo usa nunca... Al principio los profesores pensaban que yo estaría atrasada con respecto a los demás, les parecía inaudito que hablara tan bien, que supiera tanto... que incluso fuera mejor que los otros compañeros... —dice con tristeza.
No respondo, no sé cómo hacerlo.
—Pero me he ganado el espacio en cada ámbito de mi vida —añade orgullosa.
—Y me parece perfecto —respondo—. ¿Y Mónica? ¿Es tu amiga desde la universidad?
—Sí, se empeñó en ser mi amiga y en sortear todas las dificultades que le puse para alejarla —sonríe—. Es una gran amiga...
—¿Mejor que yo? —pregunto.
Amaru se detiene y pierde la vista en el horizonte. De pronto la siento lejos, pero no digo nada. Cuando me doy cuenta de que no va a contestar suspiro y me acerco a ella. No la toco, pero me pongo tras su espalda muy cerca.
—Estoy feliz de volver a verte, te he extrañado mucho, Amaru. Quería comunicarme contigo, pero toda tu familia se ha obstinado en negarme tu contacto... No sé qué es lo que te hice, no lo recuerdo... Mi último recuerdo corresponde a una tarde de verano en la que yo te prometí que regresaría en dos años, estabas triste, yo también, pero no podía volver al siguiente verano porque viajaría a la universidad. No era una decisión que estaba en mis manos y te lo expliqué. Me diste una de las piedras pintadas y dijiste que contarías los días para vernos de nuevo... Cuando regresé, ya no estabas aquí y todos parecían estar confabulados para no decirme tu paradero.
Ella no responde, la siento lejos, distante, fría. Se muerde el labio inferior y ese es el único gesto que me permite dudar de que a lo mejor está un poco nerviosa. Cruza los brazos por sobre su cuerpo y niega.
—Recuerdo bien esa tarde —dice, pero no agrega nada más.
He intentado hacer memoria de ese momento una y otra vez, pero no logro ver nada más, solo que llovía mucho... una tormenta de verano.
—Mañana van a la comunidad —menciono para cambiar el tema y volver a la comodidad—, me dijo el intendente que sería bueno que los acompañara. ¿Quieres que vaya?
—Si quieres puedes ir —responde.
—¿Quieres tú? —insisto.
—No tengo por qué decidir sobre tus acciones, Gonzalo.
Suspiro, ella parece luchar contra sí misma y entonces asiente, se voltea y me mira a los ojos.
—Me gustaría que me contaras sobre esa escuela que estás haciendo allí... así que si quieres ir y mostrarme todo...
Sonrío, es su manera de responderme.
—Por supuesto que lo deseo, Aru Aru —solía llamarla así cuando jugábamos a las escondidas.
Se manda un mechón de cabello tras la oreja como si se sintiera nerviosa, no ha dejado de abrazarse a sí misma en todo este tiempo, pero no digo nada.
—¿Te acompaño hasta la posada? —pregunto y ella asiente.
—Sí... gracias...
Y hacemos el camino en completo silencio, aunque en mi mente mil preguntas sin formular se pelean entre sí para intentar escapar por mi boca mientras mi corazón galopa más fuerte que mi caballo. No hay viento, pero una ligera brisa arrastra su aroma hacia mí y me embriaga porque Amaru huele a jazmines en flor mezclados con el olor de la tierra después de una lluvia de verano, huele a infancia y a horas tendidos en el césped mirando el cielo, huele a todo eso que me gustaba del verano, pero, además, ahora, huele a la mujer maravillosa en la que se ha convertido y yo nunca la había visto así.
Amaru es preciosa, y su sola presencia ha movido toda la tierra bajo mis pies.
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El verano que derritió tu corazón
Storie d'amoreUn verano para conocerse, Ocho veranos para enamorarse, Muchos veranos para odiarse, Y un último verano para reencontrarse. Amaru y Gonzalo son como el agua y el aceite, a simple vista no tienen nada en común más que el amor por la naturaleza y por...