Capítulo 29. Amaru

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El pequeño ha ido a terapia intensiva apenas llegamos y han logrado estabilizarlo. Le he dicho a su madre que puede ir a casa a descansar, pero ella ha insistido en quedarse cerca, por lo que le hemos conseguido una habitación en el albergue que está en frente y que normalmente lo utilizan las madres que tienen bebitos en incubadora.

Yo he pasado la tarde en el hospital pendiente de los avances del niño, pero en las últimas horas no ha empeorado, lo que es bueno. Todo dependerá de cómo pase la noche. Decido ir a casa a ducharme y descansar un rato antes de regresar, quiero estar aquí temprano para que me den el informe antes de que los doctores que lo están atendiendo cambien de turno.

Antes de salir llevo algo de comer a Tasurí, también le he conseguido un poco de ropa que tenía en mi casillero para que se pueda cambiar. Le prometo volver temprano y le digo que descanse, que el niño está bien y que está atendido. Ella me abraza, me agradece, me bendice en nuestra lengua y me promete intentar dormir un poco.

Con el corazón un poco agitado por el día que he tenido, decido caminar hasta el departamento. Es curioso que hoy amanecí en el pueblo y dormiré aquí, ni siquiera sé cuándo volveré porque no pienso irme sin el niño y su madre.

Mientras camino las cinco cuadras que me separan de mi casa, pienso en todo lo que ha pasado en este tiempo. Haber vuelto a mi pueblo me ha hecho caer en cuenta de lo mucho que extraño mi vida allí, esa sencillez de la que habla Gonza, esa tranquilidad. Pero también extraño estar aquí, la adrenalina del hospital, el movimiento de la ciudad, la sensación de que aquí puedo simplemente ser yo, sin que los ojos de nadie más me estén fiscalizando.

Pienso también en Naran, en su actitud, en su enfado, en sus palabras. En su miedo a que yo transforme a su hijo y lo aleje de sus raíces. ¿Qué tan ignorante puede ser eso? Me duele pensar así, no me gusta ponerme en un plan de superioridad, él era mi amigo y no era mala persona, éramos iguales. Y de pronto nos siento a años luz de distancia, y no es que yo sea más que él, es que él no sabe lo que yo sé, no conoce el mundo que yo conozco, no ha vivido lo que yo viví... y tiene miedo.

Y eso es comprensible. Lo que desconocemos nos da miedo.

Como el amor.

Mi mente salta de un pensamiento al otro a toda velocidad. La palabra amor se relaciona a Gonzalo en mi cabeza. Al miedo que me da enamorarme de él, o, mejor dicho, al miedo que me da dejarme llevar por el amor que descubrí que sigue allí por y para él.

Pienso en que no le avisé que vine a la ciudad, pero a estas horas es seguro que ya se ha enterado. Supongo que sabrá el motivo y no lo tomará a mal, me pregunto si le importará o le dará igual.

Vuelvo a pensar en lo que sucedió en la aldea. El jefe de la tribu y Tara confían en mí, pero sé que hay gente reacia al avance que piensa como Naran. Ojalá las cosas fueran más sencillas, ojalá no tuviera que sentirme constantemente en el centro sin ser parte de ninguno de los dos mundos, ojalá hubiera un sitio en el que solo pudiera ser yo misma y ser feliz.

Pienso en los días en la playa, en lo bien que me sentí con Gonzalo, en la libertad que experimenté a su lado, en despertar junto a él. Quiero más, quiero mucho más.

Abro la puerta de mi departamento e ingreso, dejo el bolso en el colgador que tenemos en la puerta y me saco las zapatillas. Amo andar descalza. Escucho un sonido que viene de la pequeña cocina y me asusto. ¿Acaso ha entrado alguien? No hay señales de que se haya forzado la puerta principal ni las ventanas.

—¿Quién anda ahí? —pregunto y tomo un paraguas que descansa en el recibidor a modo de arma.

Camino con lentitud y me lo encuentro cocinando algo. En el centro de la mesa hay un enorme ramo de girasoles. Mi vista pasa de uno al otro.

El verano que derritió tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora