Capítulo 11 (Amaru)

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Ingreso hasta la oficina del ministro y lo saludo, él se pone de pie para darme un beso en la mejilla y me indica dónde sentarme.

—Me han dicho que todos están muy felices con el trabajo que están haciendo, además dicen que la gente te reconoce y se alegra de tenerte de nuevo por aquí —explica.

—Sí, la gente ha sido muy gentil.

—Dime, ¿cuándo irán a la comunidad? —pregunta.

—Pensaba ir mañana y pasado, tengo entendido que nos están esperando también.

—Sí, el jefe de la tribu se ha puesto contento al saber que eres tú la que irá como cabeza, estaba un poco desconfiado con la idea de que les mandemos a los médicos.

—Me imagino, pero haré todo lo posible para que se sientan a gusto —explico.

—Solo quería agradecerte por tu gestión y la de tus compañeros, en pocos días hemos logrado mucho más que en semanas. También se lo debemos a Gonzalo, que desde que regresó ha estado ayudando muchísimo con lo del suministro de agua...

—¿De dónde regresó? —pregunto y él sonríe.

—De la ciudad, suele ir muy poco, pero creo que tuvo que ir a ver algunas cuestiones y estuvo casi dos meses fuera. Acá la gente lo respeta mucho, creo que hasta lo quieren más que a mí —dice sonriente—. Comenzó el calor y el caos y él no estaba, era como si no estuviésemos completos... Seguro que mañana podrás ver los avances de la escuela...

—¿Qué escuela? —inquiero.

—La que él está construyendo en la región indígena...

—¿Está construyendo una escuela para la comunidad? —pregunto confusa.

—Sí, hay todavía demasiados niños que no vienen al pueblo y él cree que todos los niños deben estudiar, así que ha construido una escuela primaria que funcionará con profesores nativos y algunas personas del pueblo. Cuenta con la ayuda de Isati ¿la conoces? —asiento—. Su plan es que allí se enseñe en ambos idiomas para que los padres no teman enviar a sus niños y así podamos escolarizar a la mayoría de los niños nativos.

Abro los ojos con sorpresa.

—¿No te lo dijo?

—No hemos tenido mucho tiempo de hablar aún —respondo.

—Bueno, pues entonces no te quito más el tiempo, solo quería coordinar contigo algunas de las acciones de los próximos días.

El resto de los cuarenta minutos que paso en esa oficina nos dedicamos a organizar el trabajo y lo que llamamos jornadas de salud, pero en mi mente no puedo dejar de pensar en que no sé nada de lo que Gonzalo está haciendo y me molesta que Arua no me lo hubiese dicho.

Al salir de allí, me lo encuentro hablando con Mónica, por lo que me apresuro a acercarme.

—¿Sigues aquí? —pregunto a mi amiga.

—La verdad es que justo me estaba despidiendo. Un gusto, Arua, nos vemos luego.

Mónica se marcha y yo suspiro mientras miro a mi hermano y me cruzo de brazos.

—¿Qué? —pregunta.

—Es lo que quiero saber —respondo y él sonríe—. Dime, ¿qué es eso de la escuela que está construyendo Gonzalo? ¿Por qué no me has dicho nada? Ni siquiera mencionaste que vivía aquí.

—Gonzalo es mi amigo y tú eres mi hermana, yo no comprendo nada de lo que sucede entre ustedes, nunca lo he hecho. Sin embargo, tú me has pedido que no le dijera nada de ti, yo lo he respetado porque tú estás por encima de todo. Pero ¿no te parece injusto que a él no le dijera nada de ti y sí te hablara de él a ti? Si tú no quieres que él sepa de ti ¿para qué tú quieres saber qué él hace aquí o dónde vive?

Lo miro con seriedad y me muerdo el labio porque no puedo reprochar su respuesta, él lo sabe y sonríe.

—Habla con él, deja que él mismo te lo cuente —insiste.

—Vamos a casa —respondo—, tengo la tarde libre y quiero comer comida típica.

—Sí, mamá ha preparado comida como para un batallón —explica con diversión.

Esta vez caminamos y mientras nos ponemos al día de los cambios que ha habido en el pueblo.

—Es impresionante, me gusta que ahora no se sientan las miradas de la gente sobre uno cuando caminas por la calle —digo—, se siente... increíble.

—Claro, ha sido un proceso, pero creo que estoy orgulloso de todo el trabajo que hemos hecho a lo largo de estos años para que la ciudad se convierta en lo que es hoy en día, puedo decir sin temor a equivocarme que hemos logrado una apertura y aceptación que no han logrado otras comunidades indígenas que viven en otros pueblos.

—Es lindo —admito.

—Sí... y aunque no lo creas, mucho se lo debemos a los Flores... primero a los abuelos, pero también a Gonzalo —añade—. Él es querido aquí, es como la cabeza del pueblo... y la gente lo escucha y lo admira.

Sonrío, pese a todo me gusta escuchar eso.

—Siento que no lo conozco —admito.

—Creo que siempre lo has conocido, pero te has dejado llevar y has perdido el enfoque.

—¿Qué quieres decir? —pregunto.

—¿Recuerdas ese cuento que nos contaba la abuela? ¿Sobre las luces y las sombras, sobre que el mundo siempre tendrá un lado bueno y un lado malo y que de nosotros depende qué pesa más en cada uno?

—Lo recuerdo —contesto.

—Has dejado que las sombras pesen más sobre lo que pensabas de él. Antes de ese último verano, no había nada ni nadie que te hiciera creer que Gonzalo podía ser alguien malo o dañino. Ni los niños de la escuela, ni los de la tribu que veían con malos ojos tu amistad con él, ni las dudas de nuestros padres... Gonzalo era todo lo que estaba bien para ti, y de pronto, por un solo error, se convirtió en todo lo que estaba mal. Y eso no me parece justo, Amaru, porque todos tenemos luces y sombras... —dice y yo suspiro.

—Es la forma en la que me protegí en ese momento... —respondo consciente de que tiene razón.

—Lo sé, pero deberías dejar de protegerte ahora y tratar de hablar con él, está enloqueciendo y me está volviendo loco a mí con sus preguntas —responde con una sonrisa—. Es mi amigo.

Me gusta escucharlodecir eso porque cuando éramos niños siempre se refería a él como mi amigo, noel suyo, incluso aunque él solía unirse a nuestros juegos

Me gusta escucharlodecir eso porque cuando éramos niños siempre se refería a él como mi amigo, noel suyo, incluso aunque él solía unirse a nuestros juegos

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El verano que derritió tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora