Capítulo 18. Amaru

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—Nos veremos pronto —dice Mónica—. No me extrañes demasiado.

Rio y la abrazo.

—Son solo unos días, pero ten por seguro que te extrañaré.

—Disfruta de estos días con tu familia, pero si puedes escápate a la playa con Gonzalo, aunque solo fuera el fin de semana...

—No lo sé...

—Ya han quedado en reconstruir su amistad, ¿qué mejor forma que esa?

—Lo pensaré, mándale un saludo a todos de mi parte y te espero en una semana...

La veo marcharse con mis compañeros e ingreso a la posada, pienso dormir todo el día de hoy y mañana iré a pasar el día con mamá, le ayudaré en las cosas de la casa y con lo que pueda necesitar.

Me acuesto y solo puedo pensar en nuestra conversación, me siento mejor por habérselo dicho, además, hacerlo me ha dado una perspectiva más certera del tiempo que he dejado pasar. He sido bastante tonta, lo sé, pero lo sé ahora. El rencor no deja ver bien cuando uno se ahoga en él.

En algún punto me quedo dormida y cuando abro los ojos está amaneciendo, he dormido más de doce horas y me siento descansada. No estoy acostumbrada a tener días libres, pero se siente bonito no tener que hacer nada más que descansar.

El día está menos caluroso y hay una ligera brisa, eso es bueno. Llego a casa de mamá y ella me recibe con un abrazo. Me pide que la ayude en la huerta y lo hago mientras ella me cuenta noticias de todos los primos y familiares a los que ya he visto, pero de los que no me he enterado en detalle.

—¿Piensas volver? —inquiere de pronto.

—Estoy aquí ahora, mamá...

—Esa no es mi pregunta, quiero saber si vas a regresar. Todos me lo preguntan...

No respondo y mi madre vuelve a hablar.

—¿Eres feliz? ¿Eres feliz en el mundo de los blancos? —inquiere.

La miro y suspiro.

—No lo sé. No es que me sienta una de ellos así que nunca será del todo mi mundo, pero me he adaptado bien y me gusta. Pero también me gusta estar aquí con todos ustedes, ayudar, transformar este pueblo como lo están haciendo Gonza, Arua, Isati...

Mi madre sonríe.

—Yo creo que aquí te necesitamos, Amaru. Aquí puedes hacer la diferencia y te sentirás acogida, no fuera de lugar, no diferente.

—No lo creas, mamá, aquí también hay gente a la que no le gusto.

—Sí, pero es normal no gustarle a todo el mundo. Los que no están de acuerdo con tu forma de vida son los que no la comprenden, no pueden ver que los cambios a veces son para bien...

Asiento.

Vamos de nuevo a la casa y nos ponemos a lavar las verduras y hortalizas recolectadas antes de disponernos a preparar la comida. Me pregunta sobre mi vida, sobre el hospital, sobre Mónica y los demás doctores.

—¿Has encontrado a alguien especial? —pregunta.

—No —respondo.

—Me preocupaba eso —admite.

—¿Por?

—No lo sé, una unión con alguien fuera de la tribu... no lo sé...

—¿No lo aceptarías?

—No es eso, aceptaría lo que te hiciera feliz, siempre lo he hecho. El problema es que podría alejarte de nosotros, ya suficiente ha sido el tiempo que has estado fuera, no me gustaría perderte.

—No me perderás y lo sabes...

Mi madre me abraza y me besa en la frente. No suele ser muy cariñosa, por lo que este gesto me genera mucha ternura. Yo también la abrazo.

—Hay que limpiar esto —dice y pone su dedo sobre mi pecho como si señalara mi corazón—, está sucio.

—¿Qué quieres decir con eso? —pregunto.

—Mucho dolor, mucha tristeza, mucho rencor... es igual que una cueva abandonada, se llena de telarañas —comenta—, tú eras una niña dulce, tierna y feliz. Tienes que encontrar esa parte de ti.

—Es difícil.

—Yo sabía que eso pasaría contigo si salías al mundo de los blancos. Pelear un lugar, sufrir el rechazo, sentirse menos hace eso al alma...

—Pero tú lo permitiste...

—Porque también sabía cómo eras, inquieta, saltarina como una pequeña mariposa. No te ibas a conformar con vivir en la casa y en el campo, ibas a ser infeliz.

—O sea que no había alternativas para mí —bromeo.

—No, si salías al mundo ibas a sufrir, pero ibas a lograr tus sueños y un día comprenderías que, pese a todo, ha valido la pena. Si te quedabas ibas a pudrirte lentamente. Ibas a perder tu brillo, ahora no brillas, pero solo porque falta pulir.

Lo dice y me frota con un paño, sonreímos ambas.

Arua viene más tarde junto con mi padre y se sientan a comer mientras hablamos de cualquier cosa. Me siento tan a gusto que no me percato de lo tarde que es cuando salgo para volver al hostal.

—¿Irás sola? —pregunta mi hermano.

—Sí —respondo.

Camino por la estancia y veo la luz prendida en su pórtico, entonces veo su sombra en la hamaca y me acerco.

—Hola —saludo.

—Amaru... ¿Qué haces aquí?

—Estaba con mi familia, pero voy a la posada...

—¿Quieres quedarte un rato?

—Es tarde, Gonza...

—Yo luego te acompaño, podríamos mirar las estrellas y sentir esta brisa que por fin nos da un poco de tregua.

Sonrío y asiento. Él me da su lugar en la hamaca e ingresa a su casa para traerme algo para beber. Yo me recuesto en el tejido hecho a mano por mi madre y observo el cielo límpido y oscuro. Las estrellas brillan tanto que me encandilan, llevaba demasiado tiempo sin mirar este cielo tan mágico y distinto al de la ciudad.

 Las estrellas brillan tanto que me encandilan, llevaba demasiado tiempo sin mirar este cielo tan mágico y distinto al de la ciudad

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El verano que derritió tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora