El cuarto verano

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Ese era el primer verano en que Amaru lo esperó en su casa, la señora Flores le avisó el día en que vendría y también lo que había sucedido a inicios de ese año. No había pasado ni dos meses que Gonzalo había llegado a casa de las vacaciones anteriores cuando su madre falleció.

Amaru lloró, y ella no lo hacía nunca. Pero cuando la señora Flores le contó lo sucedido ella pensó en su amigo y no pudo evitar que las lágrimas se le derramaran. La muerte para su tribu consistía en una ceremonia sagrada por la cual los ancianos de la tribu ayudaban a los espíritus de los fallecidos a atravesar al otro lado por medio de oraciones, cánticos, comidas específicas y bailes. Creían que iban a la tierra de los ancestros, pero que existía un abismo en medio por el cual podía caer el alma si no era ayudada por los seres queridos que habitaban aún en la tierra. No se suponía que lloraran a los muertos por más de unos cuantos días, ya que creían que las lágrimas dificultaban el viaje del alma y el cruce a la tierra de los ancestros.

Pero Amaru vio llorar a su madre cuando falleció el bebé de su amiga y también cuando su abuelita partió, y comprendió que era un viaje sin retorno. La niña solo pudo pensar en qué haría ella si su madre se fuera a la tierra de los ancestros. ¿Cómo podría vivir sin ella y sin sus cuidados?

Cuando lo vio llegar, supo que estaba triste. Había pasado meses de aquello, pero su mirada no era de un azul cristalino y no se veía en él ese brillo que a ella le recordaba al sol. Le dio un fuerte abrazo y le cantó una canción en su lengua. Gonzalo no sabía qué decía, pero era bonita y sonaba muy tierna en la voz de aquella niña. Tiempo después le contó que era la canción que cantaban los ancianos de la tribu para acompañar a las almas y que ella había estado cantándola pensando en su madre.

El niño había crecido muchísimo desde el último verano, ya había cumplido los trece y le pasaba casi una cabeza a Amaru que tenía por aquel entonces once años.

Durante aquellos días no jugaron tanto como lo hicieron otras veces, más bien compartieron horas y horas caminando por el bosque, juntando flores silvestres, ramas secas y troncos que les sirvieran para hacer un fuerte. Trabajaron en el fuerte por varias semanas y cuando lo tuvieron listo se pasaron horas y horas tendidos sobre la hierba hablando sobre la vida y la muerte, sobre sus miedos, sobre los sueños y sobre las culturas de las que venían.

—Mi padre ya está con una nueva mujer —contó un día Gonzalo—. No es mala, me cae bien.

—¿Se ha vuelto a casar? —preguntó la niña.

—No, solo están saliendo... son novios... Me la ha presentado solo hace unas semanas...

—Ah...

Amaru recordó las películas que habían visto en la tele durante esos días y pensó que a ella también le gustaría enamorarse un día.

—¿Cómo ha ido la escuela este año?

—La escuela bien, mis notas geniales... Me han elegido para un concurso regional de Matemáticas —explicó con emoción—, quedé en segundo lugar —añadió encogiéndose de hombros—. Pero el año que viene ganaré.

—Segundo lugar es increíble, yo no quedaría ni para el concurso —añadió divertido.

—No voy a parar hasta ser la primera —afirmó.

—¿Ya has hecho amigos?

—No, eso está peor que nunca. Ahora todas se han enterado de que Arua me llama Pocahontas y se han burlado de mí. Dicen que Pocahontas es bonita y no sucia y asquerosa como yo, además, dicen que tú no te enamorarías de mí jamás como se enamoró John Smith de Pocahontas.

—¿Y yo qué tengo que ver? —preguntó él confundido. Amaru sonrió.

—No lo sé, supongo que porque eres rubio como él —respondió—. No les hago caso, ¿sabes? Pero me gustaba ese apodo y ahora comienzo a odiarlo...

—Tú eres más bonita que Pocahontas —dijo entonces él y la miró con dulzura, Amaru sonrió.

—¿Crees que si fueras John Smith te enamorarías de Pocahontas? —preguntó.

—A lo mejor, aunque yo no quiero enamorarme nunca —zanjó con decisión.

—¿Por qué?

—No lo sé, me da miedo querer mucho a alguien y que luego se muera, como mi mamá... —admitió—. No podría pasar de nuevo por eso.

Amaru lo tomó de la mano y asintió, comprendía su temor y su dolor.

Ese año, también hubo algo distinto en la amistad que forjaban cada verano, esa fue la primera vez que Gonzalo fue invitado a ingresar a las tierras de los nativos y conocer de primera mano dónde vivía su amiga y sus hermanos.

A raíz de una sequía, muchos de los cultivos se habían malogrado, por lo que los abuelos de Gonzalo habían empezado a dar trabajo a algunos indígenas a quienes trataban muy bien y pagaban justamente, gracias a esa ayuda, otras personas del pueblo también comenzaron a dar trabajo a los nativos y por ese motivo la tribu estaba más abierta a la relación con las personas del pueblo. Ya no solo cruzaban los viernes, sino que ponían puestitos en las plazas o trabajaban en las casas. Más niños empezaron a ir a la escuela y la gente comenzó a acostumbrarse a verlos entre ellos.

Cuando el verano acabó, Gonzalo se llevó de nuevo otra piedra con girasoles además de una pulsera hecha a mano con semillas que Amaru le prometió que le daría suerte ya que al mirarla la recordaría. Tenía nueve cuentas más grandes que simbolizaban los meses que tardarían en volver a verse.

Gonzalo antes de despedirse le dio un beso en la mejilla.

Gonzalo antes de despedirse le dio un beso en la mejilla

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El verano que derritió tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora