El octavo verano

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Amaru estaba enamorada, lo había descubierto dos meses antes de que Gonzalo llegara aquellas vacaciones. Lo sabía porque tenía todos los síntomas que aquellas protagonistas de los libros que la abuela de Gonza le había prestado. Pensaba todo el día en él, se imaginaba los diálogos que tendrían cuando se encontraran una vez más, sentía que el corazón le latía fuerte solo con contar los días que faltaba para verlo y las mariposas aleteaban en su panza.

Nadie la entendía, no necesitaba hablar con nadie para saberlo. Sus amigas de la tribu no lo comprenderían, sus familiares no estarían de acuerdo y sus compañeras del colegio se burlarían y le recordarían que a alguien como ella un chico como Gonza nunca la miraría, pero ella sabía que no era así, o al menos eso quería creer. Habían sido amigos desde pequeños y para él ella no era diferente.

Cuando él llegó, ella corrió a encontrárselo. Gonza estaba más alto que el año anterior y mucho más musculoso, además estaba más guapo y Amaru no podía creer que fuera tan perfecto.

—¡Hola! ¡Gonza! —Saludó con entusiasmo.

—¡Hola, Amaru! ¿Cómo has estado?

Estuvieron hablando un buen rato esa mañana mientras limpiaban el fuerte y recolectaban un poco de flores para darle color y bonito aroma.

—Este año no podré quedarme tres meses, solo serán dos —dijo de pronto.

—¿Por qué? —preguntó la muchacha con la desilusión incrustada en la voz.

—Es que voy a iniciar la universidad y debo hacer un cursillo que empieza un poco antes —explicó—. Además, tendré que viajar para todo eso y no podré venir el siguiente verano.

—¿Qué? —inquirió desilusionada.

—Es que mi papá quiere que me quede dos años en Europa para estudiar...

—Oh...

Amaru se dejó caer sobre la madera y suspiró, aquello no estaba comenzando bien.

—¿Y si te olvidas de mí? —inquirió.

—Nunca podría olvidarme de ti —dijo él y a ella el corazón le dio un brinco—. Volveré apenas llegue de allá.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo —respondió él—. ¿Tú qué piensas hacer? ¿Vas a acabar la escuela?

—Sí, ese es el plan... luego ya veremos...

—¿Vas a casarte? —preguntó él y ella lo miró con curiosidad.

—¿No quieres que lo haga?

—Me sigues pareciendo muy joven para eso —respondió él.

Amaru sonrió, en su interior aquella respuesta significaba mucho más, quería decir que a él le importaba que ella no se juntara con nadie, quizá porque le interesaba.

Pasaron varias semanas antes de que Gonzalo le contara a Amaru que estaba saliendo con alguien.

—¿Saliendo cómo? —inquirió ella consternada.

—Como pareja... No es mi novia, solo... nos estamos divirtiendo —explicó—. Se llama Ángela.

—¿Y la quieres? —preguntó con la sensación de que una daga se le clavaba en el pecho.

—No lo sé, es pronto para eso, solo la pasamos bien...

—Ya... Lo entiendo...

La verdad era que no lo entendía... Para ella alguien te gustaba o no te gustaba y si salías con alguien era por la primera opción, y eso tenía que ver con querer, con enamorarse, con planear un futuro juntos. Eso era lo que sucedía en todas las novelas que había leído y en algunas películas que había visto.

Por lo tanto, Amaru pensó que él no tardaría en enamorarse de Ángela y ella no tenía oportunidad.

Intentó no dejarse llevar por la tristeza que eso le causaba y pasar lo mejor que podía ese tiempo a su lado, y así lo hizo. Una tarde cualquiera, con el cielo gris y una tormenta que amenazaba con caer sobre sus cabezas, Amaru se despidió de él guardándose todos sus sentimientos y regalándole una vez más una piedra con un girasol pintado de brillantes colores.

Él le dio un beso en la mejilla y le prometió volver apenas pudiera. Ella le prometió esperarlo.

—Amaru —dijo antes de que ella se fuera—. No te apures para juntarte con alguien, piénsalo bien... prométemelo...

Ella sonrió y se lo prometió. Entonces regresó a su casa.

Una vez allí pensó en aquellas novelas que leía y en esos finales tan hermosos en los que uno de los dos corría en busca del otro para darle un beso fuera de serie antes de que la palabra fin asomara en la última página, y decidió que ella también quería un momento de gloria para recordar esos muchos meses que no lo vería.

Decidió entonces hacer una locura, correr hasta él, decirle lo que sentía y darle un beso en la boca. El primero que ella daría en su vida.

Cuando estaba a nada de cruzar al otro lado, comenzó a llover, por lo que ella corrió hasta la casa de la abuela y logró resguardarse bajo el alero, entonces lo escuchó en el pórtico, hablaba por teléfono.

—Claro que no, amor. No tienes por qué ponerte celosa, no hay nadie aquí, no he salido con nadie y mañana ya estaremos juntos... Un mes solos tú y yo antes de que comiencen las clases... ¿Qué te parece eso?

Amaru sintió un nudo en la garganta.

—Tú eres mi única chica, acá no hay nadie... La única chica con la que he hablado estos días es con mi amiga indígena, pero ella no cuenta...

Eso fue suficiente para que algo se desgarrara en su interior. En ese mismo instante un trueno sonó en el cielo y otro en su corazón. Amaru echó a correr hacia el arroyo y fue hasta el fuerte donde se resguardó de la lluvia, aunque no pudo esconderse de la tormenta que explotaba en su interior.

Lloró, tanto o más de lo que llovía afuera. Y no supo precisar qué le dolía más, si la mentira sobre irse antes o la humillación de no ser más que su amiga indígena que no contaba cuando para ella él era su sol.

A ella le tomó varios días comprender lo que había sucedido, durante todo el otoño trató de darle vueltas y vueltas a lo sucedido, a veces estaba enfadada y otras trataba de justificarlo. Pero cuando llegó el invierno y la helada quemó los cultivos, su corazón comenzó a congelarse. Era la única manera de seguir adelante.

Cuando se enteró que Naran pidió por ella, decidió comenzar a salir con él y tratar de olvidar lo que había sucedido. A lo mejor era la hora de sentar cabeza y comprender que ella debía ser y hacer lo que se esperaba que hiciera, dejar de soñar con un mundo al que no pertenecía y con historias que no estaban escritas para ella. Pero Naran no le gustaba, era aburrido y hablar con él no le resultaba en ningún desafío.

Ese año la profesora Julia comenzó a explicarle también sobre sus opciones, sobre los cupos disponibles para nativos en la universidad y sobre el apoyo que ella podía brindarle si tan solo se animaba.

Y Amaru decidió intentarlo para demostrarle al mundo que ella no era alguien que no contaba, para demostrarle a todos que existía y que podía tener la misma voz que cualquiera.

Y Amaru decidió intentarlo para demostrarle al mundo que ella no era alguien que no contaba, para demostrarle a todos que existía y que podía tener la misma voz que cualquiera

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El verano que derritió tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora