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Florencia.

El resto del fin de semana me la pase encerrada en mi pieza, no quería ver a nadie y mucho menos que me hablaran, y al final era porque sentía vergüenza, la sentía por haber estado en una relación con el tanto tiempo, que todas sus actitudes trate de justificarlas solo porque el la estaba pasando mal, cuando en realidad la más afectada acá, era yo.

Ese día cuando pasó todo, el Vicente no me
dejo sola en ningún momento y estuvo conmigo hasta que me calme. El no dudo ni un segundo en llamar a mis papás y ellos no dudaron en llegar rápido, y ahí comenzaron más problemas.

Escuchaba a lo lejos a mi papá putear al Cristobal, queriendo ir a pegarle, el Nicolás no se quedó atrás, pero mi mamá trato de calmar la situación, tratando de priorizar lo que estaba sintiendo yo en ese momento.

Aunque yo solo estaba ahí, ida, estaba físicamente pero mi mente se fue y así me mantuve todo el fin de semana.

Cuestionándome, dejando que las voces en mi me hicieran sobre pensar e incluso en un momento me llegue a culpar.

¿Nunca han sentido que los han destrozado, pero de una manera tan lenta, en donde sienten que juntar sus partes otra vez les costará?

Bueno, de esa manera me sentía.

No quería volver al liceo, sabía que las cosas ahí se sabían muy rápido, pero no estaba segura de esto, estaba segura que nadie de mis cercanos lo contaría a alguien más y mucho menos el Cristobal, no se arriesgaría a que las personas lo miraran de esa manera y se alejarán de él.

Mi mamá me dejo faltar unos tres días, pero cuando ya la directora comenzó a llamarla diciéndole que no podía perder más clases, optó por mandarme.

—Cualquier cosa me llamas Florencia —me miro antes que me bajara del auto.

—Si mamá, no te preocupes.

—¿Estás segura que no quieres que hable con la directora? no quiero que ese pendejo se te acerqué Florencia —me miró preocupada, como lo ha hecho estos últimos días.

Negué con la cabeza.

—No quiero más dramas. Estaré bien —le asegure, tratando de mostrarle una sonrisa y acto seguido me baje del auto.

Mire un momento la entrada al liceo y me digne a entrar, había convencido a mi mamá que me trajera una hora después, cuando ya todos estaban en clases. A pasos lentos llegue a mi sala y lo primero que hice fue sentarme al lado de mi amiga.

Sentía su mirada sobre mi, pero no quería tomarle importancia, porque sabía que me sentiría vulnerable.

El resto de la clase se me hizo sumamente aburrida, aunque en realidad no le había estado prestando mucha atención, mi mente solo estaba ida.

Trataba que los pensamientos no me carcomieran, que la culpa no me consumiera, pero se me hacía imposible.

Sentía ganas de llorar, pero no podía hacerlo acá, no quería.

—Flo... ¿estás bien? —escuché a mi amiga susurrar a mi lado.

Después de aguantar esas lagrimas unos segundos me giré.

—Si, tranquila, solo me duele la cabeza.

Sabía que no sonaba muy convencida, así que solo me volví a girar, mirando en otra dirección, pero creo que fue peor, porque esta vez mi mirada se topó con la del Vicente.

Me estaba mirando con el ceño fruncido, pero de un momento a otro trato de sonreír, yo solo lo observé y volví mi vista al frente.

Otra cosa que no me gustaba de todo esto, es sentir que el resto sentía pena por mi, agradecía que estuvieran preocupados, pero a veces sus miradas me hacían sentir incómoda.

Me gusta un ahueonao Donde viven las historias. Descúbrelo ahora