Capítulo XXVI

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XXVI-SÍ QUE NADA ES LO QUE PARECE

El almuerzo continuó en silencio luego de las risitas entre el señor Othelio y el señor Gilles, y todo era cómodo hasta que:

—¿A qué viniste aquí? —intentó averiguar el tío-abuelo de Allen, mirándome con mucho carisma.

¿Él sabía todo? Yo lo dudaba, no sabía si sí o si no.

—A estudiar en el International Gates —confesé, muy tranquilo—. Le recomendaron ese colegio a mis padres entonces yo vine aquí porque mi mamá lo quiso.

—¿Entonces no trabajas?

Vale, me sorprendió mucho que esa pregunta me la hiciera Brant, el niño pelinegro de ojos grises. Parecía molesto, y creo que era por mi presencia, porque a todos los miraba normal, amagado, pero a mí me miraba con mucha más amargura, como si no le agradara.

—No, no trabajo —le respondí—. Pero…

—¿Y cómo piensas mantener a Allen? —me interrumpió.

Allen soltó una risita y se cubrió la boca, con las mejillas totalmente rojas. El novio del profesor Benetton soltó una carcajada, pero inmediatamente se cubrió la boca porque el profesor Benetton le dedicó una mirada de cordialidad, obligándolo a comportarse delante de mí.

Ah, ya entendí, entonces yo tampoco le agradaba al profesor Benetton, ¿Por qué? Ni idea. Estaba mirándome con mucha insistencia, como si esperara a escuchar mi respuesta porque a él también le interesaba.

—Brant… —le advirtió su padre, pero él lo ignoró totalmente y siguió hablándome.

—A Allen le gusta comer bastante —me comentó, con ironía y con acidez—, y si no tienes dinero no podrás darle lo que quiere. Le encantan los libros, ¿Tienes idea de cuánto cuesta un libro original de los que a ella le gustan?

—Tengo diecisiete años —le comenté, para que él creyera que los menores de edad no trabajábamos. Esa era la mejor repuesta, porque estaba demasiado pequeño como para entender lo que yo le fuese a decir.

—¿Y por qué te buscas una novia con tan poca edad?

Dios mío, ¿Por qué nadie lo callaba?

—¿Cuántos años tienes? —le pregunté, limpiándome los labios con una servilleta.

—Quince —respondió, mirándome con la mirada neutral, como si no sintiera nada, como si estuviese muriéndose de… ¿Rabia? ¿Por qué?

—Quince —repetí, sin quitarle la mirada de encima en ningún momento—. ¿Ya sabes dominar el mínimo común múltiplo?

—¿Estás tomándome de loco?

—De ninguna manera —negué con la cabeza lentamente—. ¿Sí sabes que si puedes dominarlo ganarías mucho dinero?

—Tengo los bolsillos vacíos.

—Porque te falta más inteligencia —debatí enseguida, tocándome repetidamente la sien con el dedo índice izquierdo.

—¿Crees que tú eres muy inteligente?

—Si gano dinero con eso, es obvio, ¿No? —me encogí de hombros.

Y la habladuría paró. El niño se mantuvo muy pensativo, y ese pensamiento estaba en el Zulia, porque parecía muy aislado, como si estuviese ausente. Creo que intentaba analizar cómo ganar dinero utilizando el mínimo común múltiplo, y eso me causaba risa, porque solo jugué con él.

Me preguntaba si realmente era hijo del señor Gilles, porque no se parecían en nada. Es decir, el señor Gilles era rubio y tenía los ojos negros, al igual que Maverick, su hijo más pequeño. Mientras, Brant era pelinegro de ojos grisáceos, muy claros, y tenía la piel más blanca que cualquier otro que estuviese en la mesa a excepción de Allen. Él y Allen tenían eso en común: la piel exageradamente pálida, como si odiaran estar bajo el sol para no broncearse.

DORIAN© [Haunting I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora