Capítulo XXXVII

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Este capítulo toca temas muy sensibles. Queda bajo tu responsabilidad leer.

XXXVII-MI FIN

Todas las clases habían acabado y quería volver con Allen de nuevo a la residencia, pero así como Siana y Ludovico echaron a perder el que hubiéramos llegado juntos al International Gates, el señor Freyen y el señor Gilles echaron a perder que también nos hubiésemos marchado.

No sabía qué estaba pasando dentro de la dirección, pero llevaba media hora esperando a Allen para irme con ella y todavía no salía, hasta que me llegó su mensaje pidiéndome que me fuera solo, que luego ella me alcanzaba. No quería que fuera de esa manera, así que esperé media hora más, pero los vigilantes del instituto empezaron a sacar a todos porque la hora de salida ya había llegado. Entonces nada, tuve que irme solo. Parecía que el tema era muy importante, y yo ya me sentía nervioso sin saber qué era.

Ludovico salió al mismo tiempo que yo, y por alguna razón, ni siquiera se atrevió a mirarme cuando me pasó por un lado para subirse al auto de Prey (quien sí se había molestado en despedirse). No creí que realmente se hubiese tomado en serio ese tema de Allen, pero me daba igual que no me hablara. Sí, era un poco decepcionante encontrarnos así luego de que ambos nos hubiese hecho cómplices de muchas cosas y que nos entendiéramos como lo hacíamos, pero yo no podía hacer nada para que dejara de sentir eso enfermizo que sentía por Allen. No sabía si al igual que yo, él la adoraba o la amaba. No entendía nada, era confuso, pero no quería indagar más en ese tema, porque no quería seguir conociendo a más gente que quisiera tenerla al igual que yo, y tampoco quería saber cuáles eran exactamente los sentimientos de Ludovico.

Cuando llegué a la residencia, noté que Birkin todavía no estaba de servicio. Quizás ya no iba a trabajar más luego de que Ludovico le hubiese pagado tanto dinero así como el que me contó que le había entregado. Era muy raro que le hubiese regalado dinero solo por él haberlo ocultado en la residencia. A lo mejor hizo algo más pero Ludovico prefirió ocultarlo y no contármelo. Pero pensándolo más a profundidad, Birkin seguía quedándose en la residencia porque ahí vivía, así que no sabía qué iba a pasar con su vida. Tampoco me importaba.

Entré al ascensor, dispuesto a subir al sexto piso para quedarme en mi departamento hasta que Allen llegara. Y hubo algo raro, rarísimo. El ascensor había sido impregnado por un olor muy particular pero conocido. Era un perfume extremadamente imponente, poderoso, fuerte y brutal. Lo conocía, sabía perfectamente de quién era, y el corazón se me aceleró de solo pensarlo. No sabía por qué, pero pensé en Ludovico y en que yo era igual a él. No era su perfume, pero sentía miedo. Sí, le tenía miedo, muchísimo miedo al dueño del perfume que ahora entraba por mis fosas nasales, y no entendía por qué, porque yo no era un niño y sabía defenderme, no era débil, ni siquiera cuando mi trastorno me causaba ansiedad por las ganas de querer dominarme.

Cuando abrí la puerta de mi departamento, la empujé lentamente, ya sabiendo con lo que iba a toparme. Ni siquiera sabía por qué mi teléfono no había sonado para ese movimiento desconocido. Pero fue mi entrenador, así que no esperaba menos, era precavido, siempre lo había sido. Pulcro, inteligente, y sobretodo, estratega.

Ahí estaba él, ese hombre de cuarenta y un años de un metro con noventa (uno solo por sobre el mío), parado con firmeza frente a la puerta pero a una larga distancia. No cambiaba, siempre vestía de negro y usaba muchas prendas de ropa: camisa interna, blazer, gabardina, zapatos pulidos, pajarita, correa entre los entre-brazos, cinturón, y guantes negros. Todo su estilo para mí era una nimiedad, pero para él era imprescindible. Parecía un mafioso, y quizá sí lo era. Su porte era firme, corpulento, potentado, y de grandes músculos.

Si hablábamos de su cara, todavía no entendía por qué no tenía ni una arruga. Sus rasgos estaban bien moldeados porque eran serios y firmes. Cejas gruesas y sacadas. Nariz de puente recto y punta perfilada. Pómulos resaltantes. Labios bien alineados, ni tan carnosos ni tan finos. Quijada de punta. Era pelinegro ondulado, con el cabello abundante arriba y bajo a los lados, pero lo de arriba le caía un poco hacia los costados. De pestañas largas y ojos pequeños, los cuales eran de color gris, algo como una mezcla de gris y azul claro.

DORIAN© [Haunting I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora