༒El olor de las Mandarinas 〄༒

XXXIII

Durante la mañana William buscó las mercancías en el pueblo, la mayoría de compras estaban hechas así que solo faltaba buscar algunas cosas y volver. Habló con el señor del aserradero para comprar tablones y madera ya que debían reforzar el granero, el caserío y los demás lugares que necesitaban de arreglos. Diego fue con él hablando sobre comprar mantas y sábanas para el fuerte invierno que se veía venir, Boldwood sacó la libreta de inventario revisando las cosas que ya habían comprado y las que no.

—Está bien, compra cuidadosamente.

—Gracias patrón... Oye, hace tiempo nos conocemos y de hombre a hombre quisiera decirle algo.

—Claro Diego, te escucho —caminó junto a él por la acera rumbo a una de las tiendas.

—Sé que a inicios de año fui un patán con el señor Fogg, y usted me regañó debidamente pero también me disculpó una y otra vez —bajó la cabeza, en verdad apenado—. Lamento haber sido un canalla, usted es el hombre que admiro y algún día quisiera ser como tú.

—Me hace feliz saber que recapacitaste sobre tus malas conductas, he podido comprobar por mi mismo que has cambiado —con unas palmadas en la espalda hizo sentir mejor al bronceado—. Gracias por ser sincero, y quiero que sepas que Phileas no te guarda nada.

—Todos me han dicho lo mismo, Phileas es genial, un hombre admirable. Y lamento haberme dado cuenta de ello después, estaba cegado por los celos...

—Somos humanos, tenemos derecho a equivocarnos.

Palmeó la espalda del bronceado una vez más y este asintió con la cabeza siguiendo adelante con su trabajo allí. Una vez compraron todo Will les dio treinta minutos para que ellos hicieran lo que desearan en el poblado, luego volverían a la hacienda, los peones compraban algo de comer o simplemente se sentaban en la plaza un rato, el patrón por su parte recorrió las boutiques y otros establecimientos para comprarle algo a Phileas. Odiaba llegar con las manos vacías, en cada ida y vuelta al poblado principal siempre le compraba algún detallito a su prometido. Observó la vitrina contemplando un pequeño babero, se veía bordado con delicadeza y la tela blanca era impecable.

—¿No lo comprará? —preguntó Moon señalando la vidriera.

—Si lo compro quizás a Phileas le dé nostalgia. No quiero que entristezca.

—Pero es tan lindo.

Boldwood suspiró con añoranza, a Moon también le hubiera gustado ver un hijo de su patrón y el señor Fogg.

—Lo voy a comprar —se atrevió, el moreno sonrió—, tenemos a Víctor de todos modos, seguro a Phileas le cause risa.

—Ve, siempre hay un lado positivo para todo.

Lo animó esperándolo fuera de la tienda, Boldwood pidió uno y la mujer empacó dos sin darse cuenta, el rizado agarró la bonita caja que le entregó la dependienta y salió, comprando también unos caramelos para su futuro esposo. El regreso a la hacienda fue animado, cantaron algunas canciones y Moon les contó historias de cuando vivía en América con los otros nativos. Ellos iban sin esperar el revuelo que había en la casa principal, sin sospechar las sorpresas que estaban por descubrir.

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—¡¿Phileas embarazado?! —la sonrisa en el rostro de Laura se hizo enorme, y sus comisuras casi se parten— ¡Dios, gracias por este maravilloso regalo!

—El doctor estará aquí en media hora, ya lo llamamos en cuanto Edgar nos dijo —comentó Crystal, que por la emoción dio un pequeño salto—. ¡Ah, es fantástico! ¿Cómo le quieres poner?