XXXIX

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Las lluvias no paraban y la paciencia de Phileas se volvía cada vez más escaza, había pasado gran parte de la noche despierto y preocupado por su esposo, los peones y el ganado. Había logrado dormir quizás cuatro horas, levantándose varias veces en la madrugada para finalmente estar completamente despierto a las siete de la mañana mirando por una ventana cómo caía el agua a cántaros. La matrona le advirtió que todo ese estrés podría repercutir en el bebé, y que no sería nada bueno, aún así Phileas no podía dejar de estar preocupado.

—¿Y si les sucedió algo? ¿Se habrán podido resguardar?

—Conocen el terreno, nada les puede haber sucedido, será cuestión de tiempo que lleguen aquí —Edgae intentó tranquilizarlo.

—Con estas lluvias el río ha crecido, ¿y si la creciente se los lleva lejos? ¿Y si mi esposo se ahoga? ¡Quedaré viudo en menos de un año! —se tiró con suavidad al sofá, colocando un brazo sobre su frente— ¿Y qué haré con una hacienda yo solo? ¿Como criaré a mí bebé sin su padre?

—Estás siendo muy ansioso, respira profundo e intenta estabilizarte o se te subirá la presión —recomendó la matrona, pidiendo a Edgar que lo abanicara—. Laura por favor, tráele un vaso con agua.

Phileas intentó mantenerse lo más tranquilo posible, en unos minutos estuvo más relajado y pudo mantener una charla con la matrona y Laura. De vez en cuando miraba hacia la puerta esperando el regreso de su esposo, nervioso por las fuertes lluvias. En la casa del río los peones recién se levantaban, todos estaban preocupados por como volverían si aún estaba lloviendo, Mason y Trinidad preparaban un café para los muchachos, William no paraba de ver por la ventana como las gotas chocaban contra el cristal, y el sonido de la lluvia se escuchaba tanto dentro como fuera de la casa. El mayor se acercó ofreciéndole una taza de café, Will la tomó soltando un largo suspiro.

—Me pregunto como estará Phileas. No aguanto más, quiero ir con él.

—Sé cuanto te preocupa, y sé que estás ansioso por la llegada del bebé, pero aún falta una semana así que no llegarás tarde al nacimiento de tu hijo. En cuanto escampe intentaremos irnos.

William asintió dirigiendo la vista a los peones, ellos también querían volver a la hacienda, todos querían regresar. Pasado el mediodía las nubes se dispersaron, cesando la lluvia poco a poco y saliendo a su vez el Sol. Unos peones fueron a cerciorarse de que el puente estuviera en buen estado y que el nivel del río no fuese peligroso, dos regresaron para informar que podrían pasar y otros dos se fueron de vuelta a la hacienda, con el propósito de también informar que estaban bien. Pasaron a todos los animales antes de que cayera otro chubasco como aquél de la mañana, William siguió a paso marcado delante de ellos liderando el grupo.

Al volver lo primero que hizo fue dirigirlos a todos al establo que había sido correctamente entablado por los peones, habló con ellos y tras agradecer el buen trabajo volvió a la casona. Phileas iba bajando las escaleras cuando escuchó la voz de Will, sostuvo los bordes de la bata alzando estos para apresurar el paso sin tropezar, corrió por el pasillo saliendo al patio exterior lanzándose a los brazos de su esposo que le esperaba allí. Besó sus labios con emoción y alivio al verlo sano y salvo, enredó sus dedos en los cabellos rizados del otro y suspiró.

—Mi amor, estuve tan preocupado. ¿Cómo están todos, y los animales? ¿Dónde pasaron la tormenta de anoche?

—Yo también lo estuve, pensé que estarías pasándola mal —besó sus labios múltiples veces, abrazándolo con cuidado de no lastimar su pancita—. Todos estuvimos a salvo, gracias a Dios, alcanzamos a los animales prófugos, aunque dos ovejas se perdieron. Estuvimos en la casa del río.

—Ay Dios, me la pasé tan preocupado, moriría si algo te hubiese sucedido.

—Me niego a dejar solos a mi amado esposo y nuestro futuro bebé.

༒El olor de las Mandarinas 〄༒Donde viven las historias. Descúbrelo ahora