XXXVIII

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—Laura, me gustaría hablar contigo.

Irrumpió William en la cocina haciendo a la mujer dar un pequeño brinco del susto, se limpió las manos con el delantal y asintió siguiéndolo a un lugar más tranquilo. Phileas había pasado más tiempo durmiendo ahora que estaba en sus últimos meses de embarazo, también había cambiado un poco su look afeitando su bigote, decía que una vez naciera el bebé tendría que acercar su rostro y no quería lastimar su piel. Will buscaba consejos y quien mejor que Laura para ello, la mujer tenía varios hijos y había cuidado de él desde joven, era perfecta para aconsejar. Con un par de palabras ella comprendió la situación, se alegraba de que acudieran a ella para este tipo de situaciones, al menos podía ayudarle.

—Aún no sabemos si sucederá o no, pero trataremos de evitarlo.

—No quiero que rechace al bebé, podría suceder y yo no sabría como manejarlo. Dijo que tenía miedo a que el bebé no lo quisiera, los recién nacidos necesitan mucho de su madre, pero si llega a hacer algo involuntario y Phileas cree que lo está rechazando...

—Sé que este tipo de cosas te preocupan, y por la sensibilidad de tu esposo luego del parto podría suceder cualquier cosa. Yo te prometo estar ahí para ayudarlo e intentar prevenir situaciones así.

—Gracias Laura, en serio muchas gracias —la abrazó, sintiendo un poco de calma ante las palabras de la mujer.

Más tarde Laura se ocupó de ir con Phileas para conversar, sabía que estaba nervioso por el parto y la llegada del bebé, así que le contó sobre sus embarazos e hijos. Laura había tenido seis hijos, de los cuales cuatro sobrevivieron, tuvo miedos e incertidumbres, fue madre primeriza sin más ayuda que la de su marido, y ahí estaba, sin miedo alguno a las adversidades.

—Tendrás un bebé sano, y nacerá muy bien. El doctor ha revisado muchas veces, todo está en orden, cuando salga lo podrás cargar entre tus brazos y verás su tierna carita. Phileas, vas a sentir lo más hermoso del mundo, tú bebé sentirá tu calor y deseará quedarse pegado a tí.

—¿Y crees que pueda amamantarlo? —dudó, mirando sus pechos, ni un poco hinchados, no había una sola gota de leche aún en ellos— El doctor dijo que aveces pasa, las glándulas no se desarrollan del todo y no segregan leche, algo como amamantar a mí hijo, ¿no podré hacerlo?

—No te lo puedo asegurar, pero si puedes estar seguro de que eso no impedirá a tu hijo amarte. Yo no pude amamantar a mí segundo hijo, lloré mucho pero eso no resolvió la situación —suspiró—. La leche de cabra rebajada con agua fue lo que alimentó a mi bebé, y es un hombre sano hoy día, esto no me hizo menos madre.

—Comprendo, seguro fue duro para ti. Pero lograste superarte y supiste enfrentar la situación, eres una gran mujer, desearía ser tan fuerte como tú.

—Un acto de amor como lo es alimentar a tu hijo, ya sea hecho por tí o por alguien más, si es por su bienestar, ya estás siendo la mejor madre —le tomó la mano palmeando esta con suavidad, Phileas sonrió—. Tú ya eres una persona fuerte Phileas, todos lo vemos, y lo serás aún más para ti, para tú bebé, y para tú esposo.

Se levantó para abrazarla, la calidez de sus brazos y la forma en que Laura sobó su espalda fue casi como la de una madre. Phileas esperaba poder darle esa misma seguridad a su primogénito cuando creciera, y estar allí en cada etapa de su vida. Estaba seguro de que lo iba a lograr, junto a su amado esposo llegaría hasta el final y superarían cada obstáculo como hasta ahora. La mujer salió de allí para continuar con sus tareas y más tarde Phileas bajó para sentarse en el balancín de uno de los patios interiores, donde admiró las flores en las macetas mientras Víctor descansaba en su regazo con el hocico pegado a su panza para verificar si su hermanito se movía.

༒El olor de las Mandarinas 〄༒Donde viven las historias. Descúbrelo ahora