PARTE XXX

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Ximena

Confiaba en que Alejandro cumpliera con su promesa de llevarme para su casa, pero al día siguiente llegó mucho personal después del desayuno para ayudarme a empacar nuestras cosas y llevarse algunos muebles que yo había mencionado que me gustaban.

—¿Es necesario hacer todo eso? —le pregunté a él.

—Sí, mi amor, lo es —contestó—. Y hoy mismo voy a hablar con la prensa para vender la exclusiva.

—¿Vender? —Arqueé una ceja y él sonrió.

—Sí, recibirás tu paga por dejar que lo nuestro se haga público.

—No quiero dinero por eso. —Fruncí el ceño.

—Recuerda que aceptaste venir aquí por trabajo —me susurró—. Que se haya vuelto real no me exime de mis responsabilidades como contratante. Vas a tener una mensualidad fija y tendrás todas las ganancias que se generen de...

—A ver, para un poco, que me mareas —le dije aturdida—. Entiendo que me das techo, comida, ropa y todo eso, pero ¿un sueldo? ¿Ganancias? Lo mío contigo no es un negocio.

—Tendrás que acostumbrarte a recibir. —Se encogió de hombros—. Eres mi mujer ahora, y pronto serás la primera dama.

Antes de que pudiera protestar, él me besó y acabó con cualquier argumento que pudiera tener. Aquello fue un error, puesto que tuvieron que llamarnos casi a los gritos porque estábamos a punto de ir al baño a hacer el amor. Cuando nos besábamos era un detonante peligroso, algo que no podíamos frenar si no nos detenían.

—Te va a gustar la casa —me dijo durante el camino. Él me tenía abrazada a él, mientras que uno de sus chóferes conducía.

Me estaba sintiendo tan consentida que pocas veces pensaba en mi dolor. La forma en que Alejandro me miraba y estaba tan feliz por estar de nuevo bien me tenía hipnotizada, con ganas de reconciliarnos todo el tiempo.

—¿Sí? ¿Tiene un jardín bonito?

—Sí, como te gustan —sonrió—. Quiero que solo tengas lo mejor, preciosa.

—Ay, Alejandro —dije riéndome y bajando la mirada—. Me tienes demasiado mimada.

—Nada es suficiente para ti. Me obsesionas, Ximena.

Tras decir eso, comenzó a besarme el cuello. Yo cerré los ojos y emití un pequeño gemido. No importaba que hubiésemos hecho el amor anoche, quería todavía más.

—Quiero ir a ver a mi papá cuando...

—Vayamos por la noche —me propuso mientras me acomodaba los rizos—. Ya contraté a alguien para que vaya y releve a tu mamá.

—Pero...

—No te debes preocupar por nada, mi amor —me interrumpió—. Quiero que estés bien. Yo voy a resolver este asunto, ¿sí?

—Ten cuidado —le pedí—. Es riesgoso lo que estás haciendo.

—No te preocupes —me dijo, sonriendo con confianza—. Tienes que aprender a confiar más en mí, a que...

—Sí, está bien. Yo confío en ti —asentí—. ¿Crees que esa mujer tenga más grabaciones?

—No —me aseguró—. Si la hubiera vuelto a ver, la recordaría.

—Sí, tienes razón —dije en voz baja.

—Perdóname —me suplicó—. Yo...

—Eso es parte de tu pasado —contesté—. Estoy celosa, claro que lo estoy, pero no estoy molesta contigo, porque sé que me amas y que eso está olvidado para ti.

SOY LA OBSESIÓN DEL PRESIDENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora