Ximena
Por alguna razón no me quedé demasiado tranquila ante la promesa de Alejandro. No lo había sentido del todo sincero cuando me dijo que no sabía quién era la mujer que estaba en el vídeo. Tal vez fuese vergüenza o esa mujer era algo importante en su pasado o vital para su presidencia. Al menos esas eran las conclusiones a las que estaba llegando mientras trataba de dormir.
Alejandro me tenía fuertemente sujeta mientras dormía, y si me movía, se iba a dar cuenta de que algo me pasaba. Por eso solo estaba sin moverme, viendo por la ventana la quietud de la noche y la tenue luz que entraba por el cristal.
Me sentía muy culpable de no desear tener relaciones por el momento. Alejandro no me había sido infiel, pero seguía siendo muy doloroso el haberlo visto con otra mujer. Tan solo esperaba que este malestar se me pasara y pudiéramos seguir nuestra hermosa relación, una que nunca pensé que fuera a tener con alguien, menos con él.
No quería que la relación se fuera al diablo por culpa de mis celos.
Cuando me di cuenta, estaba llorando y apenas podía contener los jadeos. No lloraba solamente porque me sienta celosa, sino por el miedo a perderlo, a arruinar las cosas diciendo cosas hirientes. La sensación era horrible y no podía hacer mucho para sentirme mejor. Y lo que más me desesperaba era que él no tenía la culpa de eso, que lo estaba castigando por algo de lo que él era una víctima.
—Mi amor, ¿qué te pasa? —me preguntó Alejandro con voz adormilada—. Estás llorando.
—Perdóname —sollocé—. Soy una completa inmadura.
—¿Qué? ¿Por qué dices eso?
Alejandro me hizo voltear y palpó mi rostro, dándose cuenta de mis lágrimas.
—Perdóname tú a mí —me pidió abrazándome.
El corazón de mi prometido estaba muy acelerado y noté que le temblaba el cuerpo. Tenía mucho miedo, lo cual era entendible porque debía sentir que me estaba perdiendo.
—No, tú a mí, por morir de celos —confesé.
—¿Estás celosa? —preguntó—. No sé para qué pregunto, es obvio.
—Lo siento.
—No, no tienes que disculparte. Yo habría quemado algo o a alguien si hubiera pasado al revés —contestó—. No soporto que nadie te toque, mi amor. Pero tú no debes estar celosa, ¿sí? Yo solo te amo a ti.
—Hazme olvidar —le supliqué agitada—. Hazme el amor.
—¿Estás segura? No te fuerces a algo que...
—Sí, lo estoy. Quiero olvidarme de que vi eso.
—Claro que lo harás.
Él se posicionó arriba de mí, y aunque los recuerdos me golpeaban como olas crueles, no dejé que me vencieran. Alejandro me tocaba de forma ansiosa, temblando. En cada caricia y en cada beso me transmitía el amor que sentía por mí.
Los dos nos desvestimos de forma apresurada, poniéndonos de rodillas en la cama. Yo no podía dejar de sonreír, olvidando por completo mi llanto.
—Te amo, Ximena —declaró mientras me tocaba los pechos—. Ni se te ocurra pensar lo contrario, ¿me entendiste? Nadie significó nada para mí, solo tú.
—¿En serio?
—Claro que sí. Nadie, nadie me ha tenido como tú me tienes —contestó convencido—. Con nadie me veo pasando toda la vida, solo contigo. Eres mía, Ximena, aunque suene trillado, pero eres mía.
—Alejandro...
—Y yo soy todo tuyo —me interrumpió—. Me encanta tenerte así, no sabes cuánto me enciende.
—Dime que nadie...
—A nadie le he hecho el amor, comprende —dijo con tono agresivo, antes de hacer que me recostara de nuevo.
Solté un fuerte gemido cuando él me abrió las piernas y comenzó a succionar con fuerza mi sexo. Yo solo movía las caderas de arriba a abajo, buscando aumentar todavía más esta deliciosa sensación.
Dejé escapar un grito y una risa cuando Alejandro me hizo girar y me asestó una nalgada. Seguramente el trasero me quedaría rojo, pero me daba igual. Que hubiera hecho eso había sido muy sexi.
—Solo te amo a ti —dijo al penetrarme—. Ximena, te ruego que me creas.
—Te creo, te creo, mi amor —contesté.
El choque de nuestras caderas sonaba con mucha fuerza y recordé aquellos chistes sobre los aplausos. No pude evitar echarme a reír y Alejandro, sin preguntar nada, también se rio.
—Te adoro —dijo inclinándose para morderme un poco la oreja.
—Y yo a ti —contesté—. No te quiero perder, mi amor.
—No lo harás, aquí me tienes, muriéndome de amor. Eres el amor de mi vida, Ximena.
—Te voy a... creer.
—Tienes que hacerlo. Ximena, no puedo vivir sin ti. Si me dejas voy a morirme, no me va a importar nada.
Alejandro me apretó más por las caderas y se movió tan rápido que me sorprendió con un orgasmo fuera de toda proporción. De lo inesperado y fuerte que había sido, grité escandalosamente y pronto sentí cómo él se vertía dentro.
Cuando salí de aquel estado de aturdimiento, tomé consciencia de las palabras que él me había dicho.
—No digas eso —le pedí cuando se recostó a mi lado—. No digas que...
—Es que es la verdad. Si te pierdo me muero —susurró—. Eres mi amor, mi obsesión.
—Pero...
—No me dejes —imploró—. Vamos a hacer pública nuestra relación de una buena vez y nos iremos a nuestra casa. Al carajo la discreción.
—Pero es que esa mujer...
—No me importa —me interrumpió—. Tomaré las medidas necesarias si ella lo publica, pero no dejemos que eso...
—Está bien —le contesté—. Voy a confiar en ti.
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SOY LA OBSESIÓN DEL PRESIDENTE
RomanceLas votaciones del año 2036 son algo que no me emociona, ya que los candidatos, a mi parecer, no valen la pena, en especial Alejandro Villanueva, aquel chico que se burlaba de mí por mi sobrepeso y al que ahuyenté cuando decidí defenderme. Mi encuen...