24. Aiden

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Digamos que cuando mi madre irrumpió en mi habitación y subió la persiana provocando así que el sol me diera directamente en los ojos, no me lo tomé muy bien...

-¿Pero a tí qué te pasa?

-¡Eh! Un respeto a tu madre.

Vale, quizás me pasé un poco. Pero no era así precisamente cómo había imaginado pasar la mañana de aquel domingo. Aunque me había despertado hacía ya un rato, al volver a mi casa me había acostado de nuevo, pues tampoco es que hubiera dormido mucho aquella noche. No es que no estuviera cómodo al lado de Ashley, sino todo lo contrario. Dormir con ella era prácticamente un sueño. Y más aún ahora que éramos novios, pues no tenía que esconder mis sentimientos.

El caso es que llevábamos tanto tiempo sin compartir una noche juntos, que me la había pasado acariciándole el pelo y mirándola dormir apoyada en mi pecho. No me cansaría de ver esa imagen en la vida. Sus enormes ojos cerrados enmarcados por sus largas pestañas, sus carnosos labios entreabiertos soltando algún que otro suspiro, su moflete estrujado contra mi pecho y su pelo alborotado pero igual de suave que siempre. Era adorable y se veía tan frágil y delicada. Me daban ganas de meterla en una burbuja para que nadie pudiera molestarla o hacerle daño. Pero como eso no era posible, me conformaba con tenerla entre mis brazos y acariciarla para que se sintiera bien.

Cuando me acosté de nuevo en mi cama todavía tenía su olor impregnado en mi piel. Si cerraba los ojos casi podía sentirla a mi lado, como si aún la estuviera abrazando. Estaba prácticamente soñando con ella cuando mi madre me despertó de esa forma tan sútil. Quizá por eso reaccioné de esa manera.

-¡Venga! Que Rob nos ha invitado a una barbacoa en su casa y es ya casi la una.

-¿Una barbacoa?

Me incorporé inmediatamente de la cama, pues las barbacoas en casa de los Walkers eran uno de mis recuerdos infantiles favoritos. Ash y yo nos pasábamos el día corriendo y jugando en su jardín mientras nuestros padres hablaban de sus aburridos asuntos. Además, fué en una de esas barbacoas donde descubrí mis sentimientos hacia ella.

-Ya no quiero jugar al baloncesto, Denny.

-¿Por qué no? Si nos lo estamos pasando genial.

-Llevamos jugando ya mucho tiempo y estoy cansada.

Recuerdo perfectamente sus mejillas encendidas por el ejercicio y el sol que hacía aquella tarde.

-Vaaaale, ¿y qué quieres hacer?

Incluso por aquel entonces me era imposible decirle que no a algo y ella lo sabía. Cuando quería algo de mí me ponía esos ojitos de corderito que sólo ella sabía poner y cambiaba su forma de hablar a ese tono de voz tan adorable. Siempre quise preguntarle si lo hacía conscientemente o simplemente le salía así.

-¡Juguemos a las casitas!

-Ash, ya somos mayores para eso. No tenemos siete años.

-Es verdad, tenemos diez. Por eso ya no podemos ser niños. Ahora seremos papás.- declaró con total seguridad y orgullo.

-¿Papás? ¡Eso es muy aburrido! Los papás no juegan, ni corren, ¡ni hacen nada!

Estaba indignado. No me estaba gustando la idea de Ashley. Sólo quería volver a coger mi pelota de baloncesto y seguir lanzándola a la canasta improvisada que nos habíamos montado colgando una papelera en la valla del jardín.

-Sí que hacen. Van a trabajar.

-¡¿Teatro?! ¡Me niego!

Ashley se echó a reír.

Mi protagonistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora