Capítulo 23:

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Sueños rotos de un escritor:

Narrador omnipresente:

Celeste, lucía el traje de aquel color pastel, un agente que ya no estaba entre nosotros. Descansaba su inerte cuerpo en uno de los sofás de la estancia. Tan pulcro como la ocación lo ameritaba y tan sereno , como si jamás hubiese conocido el pecado. Contrastaba con aquel tono pastel, el bermellón del asiento empolvado y la profunda oscuridad que recorría sin rumbo por el resto del lugar.
Su expresión de total calma daba la impresión de que dormía, con su única mano reposando al lado de su cuerpo y la restante en un nuevo embase de vidrio, lista para ser exhibida junto a las demás piezas de la colección de tesoros de Jayden.

En un acto simbólico, Hans colocó la mano mutilada del agente junto a la de su amada Lilián, rezando a quien fuera que estuviese escuchando, que sus almas tuvieran su final feliz, al menos, en el más allá.
Pedía perdón el menor de los Clifton, rogando a la docena de cuerpos que cargaba sobre su ser que perdonasen, si es que alguien escuchaba, a aquellos tres hermanos atrapados en su miseria.
Recordaba su tiempo de adolescencia, cuando solo era un niño, sin preocupaciones, sin pensamientos que le comieran la conciencia y lo atormentaran en forma de pesadilla cada vez que intentase dormir; se arrepentía enormemente de haber sido tan correcto y seguir el sentimiento de hermandad inculcado por su madre.
Recuerda apenas, que se le había educado para ser un caballero, que protegiera a su amada ante situaciones de peligro, pero su madre no contó con dos factores importantes en su vida, Jander, como su amada y que en lugar de un caballero de brillante armadura sería un príncipe llorón o un mendigo sin consuelo.
Llegaba a manera de flashbacks, historias a su joven mente. Historias demasiado vívidas para él, como aquella de aquel lago de Tempest, donde comenzaría la historia de los Insanity.
Los Insanity, propiamente dicho, una hermandad creada por Jayden y su mejor amigo, una hermandad firmada en sangre, no solo la de ellos sino también la de sus víctimas, con el único fin de lograr un mutuo acuerdo que a su parecer no lo beneficiaba en nada.
No sabía decir cuando las cosas se habían puesto tan bizarras, pero cuando quizo abrir los ojos, estaba sosteniendo una pala para cavar y enterrar un cuerpo que desconocía.
Nunca había sido capaz de asesinar a una persona y probablemente jamás lo haría, solo estaba ahí, en ese mundo, intentando salvar su propio pellejo.
Tocó instintivamente su pelvis, sintiendo bajo su polera la cicatriz, recordando el día que con lágrimas en sus ojos y el corazón en la mano, juró proteger, más que nada , a sus hermanos.

Por otro lado y no muy lejos de él, veía la escena Jander, quien tecleaba de a poco en su computadora, haciendo sonidos que hacía respingar la nariz del chico sentado junto a él. Observaba con detenimiento el panorama, como cada vez que se encontraba frente a cualquier ser humano, escribía en el ordenador el admirable cuadro que lo rodeaba, luego de haber pasado a formato digital la carta del agente.
Con cada letra que aparecía en su pantalla mejoraba sus habilidades como escritor, un pequeño pasatiempo que adquirió en las noches de ansiedad y cuando llevaba la batalla perdida contra el insomnio.
Colocó el punto final en el ordenador y con eso finalizaba aquel capítulo, celebrando su victoria con un estiramiento de brazos y un pequeño bostezo.
Miró a todos lados en busca de Evans, quien no había dado señales de vida tras haber caminado imponente por el pasillo con una Lessy maldiciente echada sobre sus hombros.
Sonrió, recordando el día que la había conocido. Aunque había sido pura coincidencia haberse sentado junto a ella, estaba seguro de que había sido la mejor decisión de su vida, por el pequeño e insignificantes factor de no haber previsto que también la vería involucrada en su mierda.
Suspiró esta vez con tristeza, deseando que su realidad fuera distinta a esta que estaba viviendo, soñando que salía de ese lugar para publicar su novela y ser reconocido como el gran escritor que sabía que era; deseando con cada fibra de su ser poder dejar de fingir y salirse del yugo opresor de Jayden.
Ambos chicos, al unísono, rogaban a Dios que por fin llegara el día de ejecutar el plan de Evans.

Alexa Figueroa:

— ¡Suéltame ya , hijo de puta! — gritaba a Evans, quien seguía conduciendo la camioneta de Hans por el terreno boscoso de Winersfield.

—Cállate de una jodida vez y relaja tu puto trasero inexistente — pidió arrugado el ceño — Sabes perfectamente que no te haría daño, no tienes por qué estar alterada.

Divisaba a lo lejos, pasar junto a la ventana del auto, las luces de las farolas que en su tenuedad se burlaban de mi situación. A mi lado, con una mano en el volante y la otra reposando al borde de la ventanilla, Evans intentaba llegar a nuestro destino sin perder la cabeza en el intento. Se le veía cansado, con unas oscuras ojeras apoderándose de su pálida tez y suspiros continuos acompañando su respiración. No quedaba ni un pequeño rastro del Evans que conocí en la universidad, sin su toque burlón escurriendo de cada palabra que escapaba de sus labios y con la mínima ausencia de su acostumbrado sarcasmo.
A mi parecer, la situación se había robado la esencia de todos, incluyéndome.

Dirigí mi mirada está vez a mis manos y pies, atadas como ya era costumbre para facilitar el trabajo de Evans aunque, no creía tener la fortaleza suficiente para continuar luchando por mi vida.
Era consciente de mis errores, sabía perfectamente que había llevado a Kurt hacia su muerte por mi propio pie; lo que no quería creer realmente era que había ayudado a matar a un ser inocente que no planeaba hacerme daño.
Negué con la cabeza para deshacerme de aquellos pensamientos cuando nos detuvimos frente a un edificio residencial, el mismo que me había dado la bienvenida aquella noche de supuesta borrachera , y ese que acogía cada noche a los Clifton.
Se escuchó el portazo a mi izquierda y sin perder ni un segundo, Evans rodeó el auto, abrió la puerta del copiloto y me tomó en brazos para caminar hasta su hogar.
No sabía si él lo veía así, como un hogar, a aquel que resguardaba sueños rotos de cuatro asesinos que se creían la muerte.

Tomó el ascensor tras saludar al guardia de seguridad con una sonrisa más falsa que las tetas de Melany y marcó nuestro rumbo hasta el décimo piso.

—¿Por qué me has traído? — interrogué al sabernos solos.

— Guarda silencio hasta que lleguemos a casa. — ordenó sin más, haciéndome suspirar resignada.

•○●•○●

Hola.

Espero que estés bien.
Ahora sabemos un poco más de los sentimientos de ciertos personajes.
Es por esto que a veces me compadezco de la vida que les ha tocado vivir.

Teorías por acá.

Por cierto, estamos a unos pocos capítulos de terminar este primer libro de los Insanity.

Nos leemos en el próximo capítulo y por acá te dejo la cuenta de instagram de mi equipo de trabajo, por ahí estaremos subiendo contenido acerca de la historia.

Besos en el Esternocleidomastoideo. Milen.

El Rey de la Locura [Insanity #1] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora