RESACA - UNAI

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—Estás aquí —dice entrando Gari a la habitación.

Todavía tengo el móvil entre las manos cuando mi amigo me encuentra aquí solo, con la luz apagada y sin ganas de salir a la fiesta que han montado en mi casa. Parece que tiene intención de quedarse en la puerta, hasta que traspasa el umbral y se sienta a mi lado en la cama, me abraza en silencio y yo acepto su cariño.

—¿Le has llamado? —pregunta sin separarse y yo asiento sobre su hombro —, ¿y cómo ha ido?

—No lo sé —respondo cuando me suelta y cojo aire para masticar todas esas palabras que he escuchado de su boca

¿Tú hubieras podido suportarlo?

Estás en todos lados, Unai, no puedo no pensar en ti cada vez que pienso en querer a alguien.

—Necesito que, si esta conversación que te voy a contar mañana no la recuerdo —mi ser más irracional se ha apoderado de los mandos —, no me la recuerdes, Gari.

—¿Por qué?

—Porque si mañana recuerdo todo esto, sería capaz de coger un avión para llamar a su puerta —confieso.

—¿Y qué tiene de malo? Deberías...

—Sé mi amigo, no mi consejero, Gari, por favor. Prométeme que no me la recordarás.

—Está bien —acepta con un suspiro —, pero como te vea muy jodido comenzaré a hablar como un condenado a muerte.

—Acepto.

Le cuento toda la conversación, prácticamente le narro palabra por palabra que hemos dicho ambos. Mi amigo escucha atentamente y veo como sus ojos se bañan en comprensión y ternura al escucharme hablar, como hace siempre que vuelvo a repetirle el dolor que me causa esta historia no historia con Pedri... ¿por qué tiene que ser todo tan sumamente complicado? Con lo fácil que ha sido hoy decirnos que nos queremos.

***

Cuando me despierto miro a todos lados y agradezco amanecer solo, aunque tirado en el sofá. Creo que no fui ni capaz de llegar a la cama, o estaba ocupada por una pareja cuando fui, no lo tengo del todo claro. Está todo bastante confuso y hay muchas imágenes inconexas en mi cabeza. No sé en qué momento comencé a beber tanto que me olvidé hasta de mi nombre.

—Buenos días —saluda Gari con un café en la mano, me lo ofrece y le miro extrañado de que siga aquí. Suele marcharse cuando la fiesta se intensifica —, tenía que asegurarme que te despertabas sano y salvo.

—El bueno de Gari que no se emborracha —bromeo como hacemos siempre.

—No tenéis ningún tipo de control —responde sentándose en el sofá tras hacerle un hueco —. ¿Quieres hablarlo?

—¿El qué? ¿El autocontrol? Que va.

—¿No te acuerdas, no? —niego sin saber a qué se refiere exactamente —. Pues te lo cuento porque soy un colega que está cansado de verte sufrir y de que no actúes como deberías actuar, ¿vale? Y porque seguro que tampoco recuerdas que me hiciste prometes que no te lo contaría.

—¿Qué...?

—Anoche llamaste a Pedri.

—Mierda —dejo el café sobre la mesa y escondo el rostro en mis manos.

—Os queréis, Unai, no entiendo qué os impide estar juntos. Sois los únicos que os estáis poniendo barreras constantemente y, de verdad, se supone que estáis separados porque así estaréis mejor pero no hacéis más que haceros más daño, ¿no os dais cuenta?

—No es tan fácil como...

—Sí lo es, tío, deja de buscar excusas.

—Me echó del hospital, no quiso que me quedase...

—Y tú te fuiste. Debes demostrarle que sí te quedarías, Unai, deja de...

—Está con otro.

—¡Para olvidarte a ti!

No respondo. Me lo dijo en el hospital 'Lo que siento por él ahora mismo no se compara a lo que siento por ti'.

—Necesito un ibuprofeno.

Me duele la cabeza, pero no sé si de la resaca del alcohol o de la emocional que me deja Pedri cada vez que me viene a la mente. Mi amigo me sigue hasta la cocina y me observa mientras busco donde están, nunca recuerdo donde dejo estas cosas.

—¿De verdad te crees es estáis mejor separados?

—¿Y cómo podríamos estar juntos? Si cada fin de semana estaríamos viajando, él vive en Barcelona y yo aquí y...

—Deja ponerme excusas que ni tú mismo te crees, por favor, hay muchos futbolistas con parejas que tampoco se ven constantemente y no tienen por qué ir mal.

—Pero...

Debería decirle algo, justificarlo pero es imposible. Tiene razón, es una gilipollez lo que acabo de decir. ¿Qué nos impedía estar juntos? ¿Qué el míster fue un cabrón y habló con los dos para decir que no deberíamos? Y yo fui el único que pensó que tenía razón, que deberíamos no... y al final ha sido peor el remedio.

—Unai, eres mi amigo y te tengo muchísimo aprecio, pero me dan ganas de darte dos hostias...

—Eso me dijo también David Raya.

—¿Qué más te dijo?

—Que fuera a Barcelona a buscarlo.

—Mira, no le conozco y me cae muy bien ese chico.

¿Debería...? Claro que debería pero es tarde, ¿no?



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Nota autora

En unas horas el siguiente capítulo, y os aconsejo pañuelos pero no serán lágrimas de tristeza (o sí).

Amor de vestuario UNAI SIMON/PEDRIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora