HOLA - UNAI

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Cuando llamo al timbre estoy temblando, no sé ni qué cojones aquí. Bueno, sí lo sé pero no sé ni qué voy a decir. Cuando me abre la puerta me quedo sorprendido porque es Gavi a quien tengo delante.

—Hostia —susurra y ambos debemos tener la misma cara de asombro —. ¡Pedri, yo me marcho! —grita hacia el interior de la casa.

—¿Qué? ¿Por qué? —su voz me hace temblar.

Mientras camina hacia la puerta, va cojeando y mirando al suelo, por lo que no es consciente de mi presencia hasta que alza la vista y se para en seco.

Ha pasado un mes desde que le llamé, un mes dando vueltas a si debería venir o no. Un mes donde he tenido tiempo de sobra para prepararme un discurso entero pidiéndole perdón y que comencemos de nuevo. Pero también ha sido un mes donde ha tenido tiempo de seguir enamorándose de ese chico y que mi oportunidad sea cada vez más pequeña.

—Me marcho —dice Gavi acercándose a darle un abrazo, luego viene a mí y hace lo mismo añadiendo un susurro —. Vuelve a cagarla y te corto los huevos.

Nuestro compañero se marcha y Pedri sigue parado en el mismo punto desde que nuestras miradas se han cruzado. Yo sigo en la puerta, sin saber si puedo entrar o debería darme media vuelta y marcharme ahora que...

—¿Por qué no pasas? —su voz no es de enfado, sino de ternura preguntando por qué sigo aquí parado.

No respondo, simplemente doy un par de pasos para cerrar la puerta y quedarme dentro del recibidor. No decimos nada más, me mira y trato de leer su expresión pero creo que he perdido la práctica, o tal vez ha vuelto a ponerse ese escudo para que nadie sepa qué es lo que le pasa.

Quiero avanzar hasta él pero no sé si debo hacerlo. Llevo tres meses sin verle en persona y estoy nervioso, aunque si le hubiera visto ayer también estaría igual. Eso es lo que provoca él en mí, un lío de sentimientos que a veces no sé describir.

—No quería molestar, no sabía que... —tartamudeo al romper este silencio.

—Tranquilo, ahora estamos solos.

No sé si eso me tranquiliza o me pone más nervioso.

—¿Quieres tomar algo? —me ofrece y asiento —. Deja eso ahí —dice señalando la maleta y después un armario que tiene a la entrada.

Le hago caso y sigo sus pasos hasta la cocina. Todavía no apoya bien la pierna, pero me alegra saber que no necesita una muleta, supongo que eso es que la recuperación está yendo bien.

—¿Qué haces aquí? —pregunta ofreciéndome un refresco y lo acepto.

Se queda apoyado en la encimera y yo le miro desde la puerta. Apoyo mi cabeza en el marco y le observo bien, por si dentro de dos minutos se arrepiente por haberme dejado entrar y me dice que me marche.

—No sé qué decirte... —respondo con un nudo en la garganta —. Es complicado supongo. No sé por dónde empezar.

—Por el inicio estaría bien —me mira fijamente.

—¿Me escucharás? Todo lo que quiero decirte, ¿lo escucharás?

—Sí —parece sincero.

—¿No se molestará Joan de que estemos aquí solos?

—Prefiero no hablar del tema, hace unas semanas que ya no...

—Lo siento.

—Está todo bien, tranquilo.

—Está bien... —suspiro y cojo tanto aire que no sé si seré capaz de aguantarlo, pero necesito decirlo del tirón, sin pararme, porque como lo haga tal vez vuelva a darle la razón dando media vuelta y huyendo de aquí —. Pedri, yo...

—Está todo bien tranquilo —repite acercándose a mí y el corazón se acelera de tal forma que no creo que pueda mantenerlo dentro mucho más tiempo —. Voy a hacer lo que debería haber hecho en su momento, ¿vale? Luego hablamos.

Cuando está a menos de un metro de distancia, me coge del cuello de la camiseta y tira de mí hacia él, separándome del marco de la puerta e imitando la forma que hice yo el día que ganamos la copa, pero esta vez me besa. En estos dos segundos que tarda en besarme no he dudado ni un segundo en apartarme, le rodeo la nuca con mi mano y la otra termina en su cintura, obligándole a dar un paso más hacia mí y estar completamente pegados el uno con el otro.

Dije tantas veces que no sería nada, que aquellas dos noches no volverían a ocurrir que terminé por creérmelo pero no, lo que yo quería era seguir besándole con la misma intensidad que ahora. Volver a él cada día para sentirme de nuevo en casa.

—Unai... —lo susurra sobre mi boca cuando nos separamos a recuperar el aliento

—Pedri... —respondo igual, con una sonrisa imposible de ocultar.

—Dime que no estoy soñando, por favor.

—No estás soñando.

—Se ha cumplido mi deseo y todavía no he soplado las velas —se ríe sobre mi boca y yo quiero quedarme a vivir en este momento —. Mañana es mi cumpleaños.

—Lo sé —susurro y apoyo mi frente sobre la suya —, ¿y qué ibas a pedir de deseo?

—Volverte a besar, aunque fuera una última vez —su tono se hace un poco triste con esas últimas palabras...

—No tengo intención de que haya última vez, ¿sabes?

Vuelvo a besarle antes de darle opción a hablar y no se separa de mí, sus manos viajan nerviosas de mi nuca hasta mi cintura, pasando por toda mi espalda y trata de pegarme un poco más a él pero es imposible, ya estamos tan pegados que terminaremos siendo uno como vuelve a intentar arrimarme a él. 

Lo echaba de menos, creo que no se imagina cuanto, y siento que todo esto era lo que necesitaba para poder pensar con claridad, para confirmar por decimo cuarta vez que sí podríamos con esto, que nos merecemos esto. Que la felicidad juntos está más cerca de lo que me hacía creer a mí  mismo. 



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Nota autora

La sesión del psico prometida, espero que os haya gustado.

No es el último capítulo. 

Nos leemos. 

Amor de vestuario UNAI SIMON/PEDRIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora