Capítulo 2

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CAPÍTULO 2

MÓNICA

—¡Mónica! —Me llamó Hanna.

Me detuve antes de salir por completo de nuestra habitación.

—¿Sí?

Ella siguió mirándome asustada y agitada. —Recuerda que se supone que esto es territorio neutral. Ellos no pueden matarte —siguió apresurando sus palabras. —No sé si te percataste del ejercito de hombre allá afuera, al parecer cada grupo de hombres son los soldados de los herederos que están en la academia, cuidando sus espaldas por si sucede algún atentando o una pelea entre las mafias, sin embargo, ellos no tienen permitido estar aquí adentro. Te digo esto para que sepas que los gilipollas que vienen por ti probablemente no tengan ni un arma y sus hombres no están junto a ellos... y tampoco creo que quieran iniciar una pelea teniendo miles de soldados allá afuera, a la espera de una catástrofe.

—¿Territorio neutral? Dudo rotundamente que exista esa palabra en el vocabulario de los mafiosos. No existe la rendición ante la posibilidad de volarle lo sesos a sus enemigos. —contesté, pero de pronto callé a ver a una Hanna a punto de llorar. Trague saliva. —Bien, aunque quizás tengas razón y solo quieran quitarme mis pertenencias y golpearme o algo muy estilo mafioso, sin embargo, no planeo dejarles el camino fácil.

Me eché a correr, aferrándome a mi bolsa.

Supongo que si me topará a una loca como yo escabulléndose con una bolsa Prada misteriosa también pensaría en la probabilidad de que llevase algo más que dulces.

Recorrí el mismo camino que recorrí con la maldita bruja blanca, pero en dirección contraria.

Vi una villa separada en el lado norte del campus. Lo suficiente lejos de los dormitorios como para tener un respiro de las interminables miradas de los estudiantes chismosos que probablemente delatarán por los lugares en los que estuve o estaré. Eran unas malditas sanguijuelas.

Finalmente veo una puerta de acero inoxidable, parecía una especie de oficina, justo al lado de la villa solitaria. Quité el polvo del pomo de la puerta. El universo estaba a mí por favor, porque en cuando giré el picaporte pude tener acceso a lo que se encontraba dentro. Dudando en la entrada, mientras entro. Se percibe un olor a tierra mojada junto con el olor a humedad de una habitación que he estado cerrada por bastante tiempo. Aparte de eso, todo se veía impecable. Era una oficina con un enorme escritorio de madera y un estante de enciclopedias detrás. Todo de madera rustica y fina, pero al parecer, se trataba de un lugar que nadie había ocupado, puesto que, todo estaba llenó de polvo y no había rastros de objetos personales.

Suspiré aliviada. Este sería mi escondite hasta terminarme de comer cada uno de mis dulces.

Me senté sobre la enorme silla preciosa, dejándome caer, relajada. Eché mi bolsa encima del escritorio, sacando y poniendo encima algunos de mis dulces, como si me tratará de una autentica asesina, preparando sus utensilios para matar a su víctima. Reí en lo baja imaginando la escena.

Comencé con mis favoritos.

Bueno, todos eran mis favoritos, pero decidí empezar por mis favoritos número uno.

Abrí la envoltura diminuta, comiéndome el primer dulce de muchos. Después fui con el siguiente, posteriormente con otro, continuamente y así fue hasta que perdí la cuenta de cuantos había comido. Solo sabía perfectamente que en mi decimo dulce, comenzaba a sentir un ardor en mi estómago. Sino moría por una bala de los rusos, podría morir de una gastritis o intoxicación por ingerir tanto dulce en poco tiempo.

Mi muerte sería parte del programa 1000 maneras de morir.

Primero pasaron diez minutos.

Luego pasó media hora en un abrir y cerrar de ojos.

Destrúyeme, cariño (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora