Capítulo 4

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CAPÍTULO 4

MÓNICA

Respiré hondo por milésima vez desde que me levanté de mi cama. No pude pegar ni un ojo en toda la noche. Un huracán de emociones trascendía desde mi cabeza hasta mi sistema nervioso y digestivo, amenazando como destruirme en menos de una noche.

Decidí usar ropa deportiva y peiné mi largo cabello en dos trenzas que tejí desde la raíz. Amaba profundamente saber que no estaba mi padre ordenándome que vestir, era bastante agradable elegir la ropa más básica de mi armario sin miedo a que alguien me fracturará la mandíbula. Por un momento dudé, y lo imaginé a mi alrededor, vigilándome y después provocándome nuevamente una hemorragia cerebral que casi me llevaba a la muerte.

De tan solo recordarlo, mi cerebro me pedía volver a mi habitación y ponerme un vestido y planchar mi cabellera.

Finalmente seguí mi camino hasta que llegué al objetivo. 

Ahí estaba ese demonio griego. Mierda. Se veía incluso más hermoso que ayer. Llevaba un traje de tres piezas de color gris. Su ceño estaba fruncido mientras tecleaba rápidamente en su ordenador de alta tecnología. Sino supiera que era el jefe de la mafia más horripilante de Grecia, podría apostar que se trataba de un maduro y sexy empresario.

Estaba sentado en su escritorio de profesor. Hermoso en la forma en que lucifer era hermoso. Encantador como imaginaba la magia negra, porque retorcía el aire a mi alrededor. Inquietante de la forma que solamente los seres humanos que han cometido los peores pecados podrían ser, porque de tan solo verlo ahí sentando, haciendo algo tan normal, me provocaba un escalofrío en la espina dorsal.

Un pizarrón adornaba la pared frontal, enormes ventanas adornaban la parte trasera de las paredes laterales. El suelo tenía tres niveles, en el más bajo estaba el escritorio que usaba el Don de la mafia griega, escritorios básicos y sillas en el segundo y el tercer en ordenadas filas.

Respiré hondo nuevamente cuando mis piernas comenzaron a caminar hacia él. Hanna a mi lado, apretó suevamente mi antebrazo, indicándome apoyo. El día de ayer me encontraba en un estado de shock que simplemente le contó cada detalle a mi nueva amiga.

Por lo que me encontraba caminando hacia ese hombre que me hizo creer que me mataría.

Estaba en territorio neutral. Él no me matará.

Ayer sacó una pistola y le disparó a un heredero ruso en su territorio.

Claro que puede matarte si quiere.

Mi ansiedad no me estaba ayudando mucho ahora mismo.

—Tú puedes. Eres una jodida guerrera —Hanna me susurró en el oído y después caminó directamente hasta el tercer nivel, sentándose lo más cerca de la puerta principal, preparándose para correr si sucede algo. Ahora entiendo que me haya dicho que no era muy valiente.

Muy dentro de mí, albergaba la esperanza de que no fuera un hombre puntual y así tendría una excusa para no mantener una conversación con él durante todo día. Sin embargo, por su aspecto, me daba a entender que llevaba ya tiempo sentando en ese escritorio de profesor diplomático. Este hombre probablemente no tenía nada de diplomático.

Yo era su alumna.

Él mi profesor.

No me haría absolutamente nada malo en plena tarde y con los alumnos amenazando por entrar por esa puerta en cualquier momento. Así que tomé valentía y caminé hacia él.

Dejé el café negro que le había comprado en la cafetería sofisticada del campus en su escritorio, frente al portátil. —Buenas tardes, profesor Petrou. —Le hablé con un tono de voz respetuoso, como si no nos hubiéramos conocido antes, como si no hubiera gemido por su contacto físico, como si no lo hubiera vomitado encima.

Destrúyeme, cariño (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora