Prólogo

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MÓNICA

Tijuana, México

—No quiero—. Intenté detener las lágrimas que amenazaban por estallar. —Me portaré bien, abuela. Seré una chica educada, madura y obedeceré en todo a mi padre.

Mi abuela era una señora de setenta y ocho años, sin embargo, siempre mantenía su cabello canoso hasta la cintura, recogido en una coleta. Su cuerpo era delgado y carecía de curvas exagerantes. Era una mujer increíblemente hermosa y bien cuidada para su edad. Además de eso, era muy inteligente y fuerte... lástima que mi padre tomó el puesto de jefe en nuestro cartel tras la muerte de mi abuelo.

—Mi niña.  —Mi abuela me observó con tristeza. —Sabes que, si fuera por mí, siempre te tendría conmigo. Entiende que lo que hiciste fue traición hacia el cartel, sino fuera porque eres la hija de Antonio García, probablemente estarías tirada en una fosa común a lado de todos los traidores. ¿Sabes lo que les hacen a las mujeres traidoras?

Resoplé y tomé asiento junto a mi abuela. Nos encontrábamos en la oficina de mi padre. Limpié el sudor de mi frente y acomodé lo más decente posible la ropa de gimnasia. Mi abuela peino mi cabello con una ligereza en sus dedos, intentando que los mechones sueltos se acomodaran entre las trenzas de boxeadora. Ambas sabíamos que Antonio García odiaba que las mujeres usarán leggins, vaqueros y todo lo que no conlleve vestido o falda. Tenía que verme un poco presentable para calmar la situación.

Un poco. Esto estaba por reventar.

—Lo sé.  —Pellizque el centro de mi nariz, intentando disminuir el dolor de cabeza que comenzaba hacerse más intento conforme pasaba el tiempo.

Sabía completamente lo que se les hacía a las mujeres en este mundo. Me violarían hasta treinta hombres por día, los siete días de la semana hasta que simplemente quedé en completa locura.

Quise vomitar de tan solo imaginármelo.

No me queda de otra más que ir a Moscú... directo a la jauría de los peores mafiosos del mundo; en vez de haberme alejado por completo de ellos,  me caí directamente en su cueva.

La había cago en grande, lo sé. Pude haber controlado mis emociones e ignorar la situación, fingiendo que no existía. Mi abuela me había prometido que cuando cumpliera veintitrés años de edad me ayudaría a irme lejos de este mundo. Me llevaría Reino Unido a estudiar la universidad y llevar una vida normal, pero no, no pude quedarme quieta.

—Lo arruiné, abuela. Lo hice. Eché a perder todo. Estoy jodida. —Un sollozo escapó de mi boca.

Mi abuela limpió mis lágrimas con la manga de su blusa roja de algodón.

—No lo arruinaste, cariño; simplemente eres una buena chica en este mundo brutal y horrido.

Quise responderle, pero la puerta se abrió de golpe, dejando entrar a mi padre. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, provocando que mi columna vertebral temblará. Pronto el cortisol se elevó en mi sistema nervioso y quise salir corriendo y protegerme de cualquier peligro eminente.

—Ruth —Mi padre se colocó del otro lado del escritorio, rebuscando entre sus cajones, sacando un porro. —Sal de aquí y déjame hablar con mi hija.

Miré a mi abuela con suplica para que no me abandonará. No quería que me dejará sola con él. Mi padre siempre provocó un terror catastrófico en mí.

—Antonio, por favor, permíteme que...

Mi abuela no pudo terminar la oración porque el rostro de mi padre comenzó a transformarse en un completo maniático. Resoplé y toqué el antebrazo de mi abuela, indicándole que lo mejor era que se fuera, porque definitivamente si este hombre se enojaba un poco, las cosas se pondrían muy horribles.

Destrúyeme, cariño (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora