Confusión

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Arquímedes era un hombre difícil de predecir. De un momento a otro cambiaba su humor con gran facilidad. Eso me confundía de tal manera que hacía que me gustara más. Esa forma tan ruda, tan varonil, hacía que no pudiera mantenerlo alejado de mí. Aunque era él el que siempre se acercaba, haciéndome sentir miles de sensaciones, pero luego venía y se alejaba provocándome rabia, coraje. Él era confusión, y eso, no lo soportaba.

-¡Peralta!-llamó Arquímedes desde mi espalda. Yo giré y él estaba en su auto mirándonos desde su ventana abierta. Tragué en seco por su mirada intimidante y por supuesto, porque me encontró en una situación incómoda con mi jefe. Aunque a él no le importara mi vida personal, estaba involucrada mi vida profesional. Él era el presidente de la empresa y no podía quedar con una mala imagen... ¡Mierda! No quería que pensara que me interesaba mi jefe.

-Nos vemos, Marisol. Gracias por aceptar-me dijo mi jefe con una gran sonrisa y luego miró a Arquímedes-. ¿Nos vamos, mi querido Sr. Presidente?-Le dijo dando la vuelta para montarse en el auto de él. Yo miraba fijamente a Arquímedes, pero él tenía la vista fija al volante.

-Que llegues bien, Marisol-dijo Rodrigo tirándome una guiñada. Yo asentí sin despegar la vista del presidente. Él me miró unos segundos y mi corazón se paralizó. Seguido, arrancó en su auto a toda velocidad, causando un fuerte ruido en el ya vacío multipisos. Yo me quedé unos segundos observando el solitario lugar, para luego montarme en el auto y arrancar.

***

Los días siguientes fueron llenos de mucho trabajo. Mi jefe era un ejecutivo muy inteligente, pero a veces necesitaba ayuda extra para entender algunas cosas, y su asistente, o sea yo, lo ayudaba con algunos cálculos y demás cosas de la empresa. En toda la semana no vi a Arquímedes. Se la pasaba encerrado en su oficina y al salir no me lo topaba ni en el estacionamiento. Quizás era mejor así, pero no podía negar que me moría por tan siquiera verlo.

El jueves llegó sin darme cuenta. El ajetreo de la empresa era constante, que ni tenía tiempo para mis amigas. Me levantaba temprano, iba al trabajo y luego regresaba a mi apartamento, muy cansada. Esa era mi rutina desde que empecé a trabajar.

-Estás muy pensativa- me dijo mi jefe. Estábamos en nuestra hora de break, así que fuimos a una cafetería cerca de la empresa. Muchos empleados iban allí.

-Creo que sí-le dije encogiéndome de hombros. Él alzó una ceja y sonrió.

-¿Sabes qué me doy cuenta?-Comentó mientras le daba un sorbo a su bebida.

-¿Qué?-Le pregunté mientras comía mi pastel de chocolate.

-Que el Sr. Piedra te trae muy loca-me dijo con una sonrisa pícara. Yo me ahogué con mi pastel. Empecé a toser y él me dio de su bebida. Cuando recuperé mi respiración, él comenzó a reír.

-No te rías-le dije aún con la voz ahogada. Él rió aún más.

-Vaya, no me equivoqué. ¿Cierto?-Dijo y yo alcé una ceja.

-¿Qué te hace pensar eso?-Le dije y él chasqueó la lengua.

-Vamos, conozco muy bien a las mujeres. Basta con verte cuando él está cerca para saber que se te caen las bragas por mi queridísimo presidente-dijo y yo negué.

-No sé de qué me hablas-le dije encogiéndome de hombros. Él rió.

-De esto...

No me dio tiempo de decir nada. Arquímedes apareció de la nada y mi jefe se levantó de la mesa para invitarlo junto a nosotros. Yo me quedé inmóvil y mi corazón se paralizó. Él no me miró en ningún momento, solo se sentó junto a Rodrigo y una mesera llegó para atenderlo.

•Un amor irreversible• Donde viven las historias. Descúbrelo ahora