El poder de la palabra

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-¿Y qué pasó con tu auto?-Me preguntó Adrián cuando paramos en el semáforo. Podía sentir unos ojos observándome por el retrovisor y eso me hacía sentir incómoda. Desde que me había montado en la camioneta, el hombre al volante no dejaba de observarme. No era alguien que hubiera visto antes, en mi vida lo había visto, pero él me observaba como si me conociera.

-Esta mañana no quiso encender-le contesté y miré al acosador. Él me miró por última vez y fijó su vista a la carretera llena de luces. El semáforo cambió a verde y arrancó nuevamente.

-¿Y quién te llevó a tu trabajo?-Iba a contestar, pero Adrián siguió hablando-. Espera, no me digas. Tu jefe, ¿no?-Dijo y su tono daba a entender muchas cosas. Lo miré con una mirada asesina aunque él mirara a la carretera.

-Arquímedes Villanueva-dijo el conductor y volteé mi vista hacia él.

-¿Lo conoces?-Le pregunté. Él soltó una risa ronca. De hecho, su risa no era tan molestosa como su insistente mirada.

-¿Quién no conoce a Arquímedes Villanueva?-Dijo y enarqué una ceja. Ellos no notaban mis gestos, pues estábamos en una camioneta oscura, pero estos hombres eran igual de raros-. Es uno de los empresarios más grandes del Caribe. Muchas personas lo conocen-continuó y me sentí estúpida. Era cierto, Arquímedes era una persona reconocida, ¿cómo era que no lo sentía así? Yo sentía que era una persona común y corriente, cuando estaba con él olvidaba que era famoso. No me había puesto a pensar qué pasaría si alguien se enteraba de nuestra aventura. ¡Carajo, no lo quería ni imaginar!

-Marisol, deberías saber eso-dijo Adrián, despertándome de mis pensamientos. Él se había volteado a observarme.

-Sí, lo sé-le contesté. No quería seguir hablando sobre aquel hombre que traía de cabezas mi vida.

-Podemos saber muchas cosas, pero muchas cosas hacemos aún sabiéndolas-dijo el conductor y lo miré enseguida. Él me desafió con la mirada y sentí una punzada en mi estómago. Justo cuando iba a protestar, Adrián habló.

-Vamos para Arecibo-dijo y las ideas que tenía para decirle al entremetido del conductor, se esfumaron.

-¿Qué? ¿Para qué? Está lejos de aquí. Déjame en mi apartamento primero-le ordené, pero a él no pareció importarle mi petición.

-¡Ay, Marisol, deja de ser tan pesada, Dios mío! Nos vamos de (1)jangueo, es viernes-dijo. Desde que trabajaba para la empresa no salía con mis amigos. ¿Desde cuándo era tan aburrida? No protesté más y seguimos rumbo a el pueblo de Arecibo.

Llegamos a La Marginal, un sitio frente al mar, lleno de kioscos de maderas en donde la gente iba y la pasaba bien, bebiendo y disfrutando la vista que el mar ofrecía. Por la noche se abarrotaba de gente y se pasaba bien entre amigos. Javier, así llamó Adrián al conductor, estacionó su camioneta frente a una casa color rosada y entró en ella. Adrián y yo lo esperábamos fuera.

-Aquí vive su abuela-dijo y asentí.

-¿Quién es él?-Le pregunté, pues aunque el tipo fuera un entremetido, no negaba que me daba curiosidad saber de dónde salió.

-Es primo de una amiga mía que estudió conmigo en Italia. Él viajó un par de veces a visitarla y allí lo conocí. Cuando regresé a la Isla, él se ofreció a darme hospedaje, aunque la verdad no me hacía falta. Desde entonces llevamos una gran amistad. El cabrón es buena gente-dijo y miré hacia la pequeña casa rosada-. Él es de Arecibo y su familia también-agregó y asentí. En eso él salió de la casa junto a una señora de cabello blanco, vestida con un traje de flores. La anciana nos dio un saludo de manos y le dio un beso en la mejilla a Javier.

•Un amor irreversible• Donde viven las historias. Descúbrelo ahora