Gorilas con traje

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Mis talones comenzaban a doler debido a los tacones que llevaba puesto. Me tiré en la acera, cayendo de trasero, para quitarme los molestosos zapatos y tomar una respiración profunda. Llevaba más de media hora caminando por la calle, sin rumbo. Necesitaba escapar de aquel lugar, necesitaba procesar todo lo que había escuchado de la mismísima boca de aquel hombre al que amaba. ¿Cómo era posible todo aquello? ¿Cómo demonios llegué a ser pieza de su juego? ¿Cómo carrizos llegué a ser dueña de su empresa? ¿Por qué Rodrigo pensaba que Javier era una amenaza? ¿Por qué puñeteros Arquímedes jugó conmigo de esa manera? Había prometido no casarse, me había prometido que ambos estaríamos juntos, por amor, ¡maldita sea!, ¡por amor! ¡No como parte de un juego, de una jugada para asegurar su empresa! ¡¿Por qué puñeta tenía que utilizarme de esa manera?! ¡No entendía nada!

Lágrimas caían por mi rostro, lágrimas amargas, ácidas, carcomiendo todo a su paso... Mi corazón, mi pecho, mi alma, mis sentidos... Quería gritar, gritar hasta que no me quedara aire en los pulmones. Puse mis dos manos en mi rostro y apreté mis mejillas, con impotencia, dolor, un dolor que jamás creí que pasaría. Arquímedes me estaba destruyendo y lo peor, yo estaba dejando que lo hiciera, permití que lo hiciera desde el puto instante que llegó a mi vida.

Mi teléfono comenzó a sonar y di un respingo. Abrí mi bolso y vi que era una llamada de Arquímedes. La rabia, el coraje, me invadían... Quería reventar el teléfono, quería contestar y gritarle muchísimas cosas, pero ignoré la llamada. Me levanté de la acera y comencé a caminar por la solitaria carretera. Solo se escuchaba el sonido de los autos lejanos y cómo el viento soplaba poniéndome los vellos de punta. Era viernes en la noche, ¿por qué estaba tan vacío? Caminé durante quince minutos más y a lo lejos vi unas luces que iluminaban una esquina. Era un bar club, al parecer estaba abarrotado de gente, pero sin pensarlo demasiado, me dispuse a caminar hacia allá.

Me importaba poco mi facha. Mi cabello debía parecer un nido de pájaros y mi vestimenta no iba acorde para un bar, pero necesitaba beber hasta que mi sistema no pudiera más. Necesitaba ahogarme en alcohol, ahogar mi dolor, ahogar todo mi amor por Arquímedes. Aunque sabía que necesitaba mucho más que alcohol para borrar todo ese amor que sentía por él.

En la entrada habían dos chicas besándose que parecían que podían morir asfixiadas en cualquier momento. Crucé la puerta sin prestarles atención y enseguida una música rápida invadió el lugar. El bar estaba abarrotado de gente. No había personas elegantes por ningún lado, todos vestían de manera informal. Las chicas, que parecían de no más de dieciocho años, vestían con telas que apenas cubrían sus cuerpos. Todos en la pista de baile se besaban, bailaban de manera sexual o fumaban. El ambiente no era el mejor, pero en esos momentos no me importaba nada.

Caminé con dificultad por entre la gente, hasta que llegué a la barra de bebidas. El chico de la barra me brindó una sonrisa y me sirvió una bebida sin yo tan siquiera pedirla. Debía verme verdaderamente espantosa. Pasé el amargo trago por mi garganta y achiné mis ojos por la sensación de quemadura por mi tráquea. Dejé el pequeño vaso de cristal sobre la barra y el bar tender me sirvió otro trago; me lo bebí de un solo sopetón. Quería ahogarme, quería beber hasta que mi cuerpo no pudiera más y así olvidarme de la realidad, aquella realidad en donde solo había sido un juego, una pieza para Arquímedes. En donde Rodrigo, el cabrón que fue amable conmigo, que me brindó una mano cuando lo necesité, se burlaba de mí con crueldad. Alberto había tenido razón, ¡Arquímedes y Rodrigo eran un par de gorilas con traje!

Di un golpe a la barra y le pedí otro trago al chico, quien me miraba sonriendo.

-Gracias, muñeco-le dije, tirándole un guiño. Él asintió y se fue para atender a otra persona. Giré en mi silla y miré a la gente que bailaba. Todos parecían adolescentes, eran unos críos. Verlos allí me hizo recordar mis años en la universidad. Pasé mis años de pura juventud con un hombre que no valía la pena, un hombre que me botó sin pensarlo dos veces. Me perdí de grandes cosas, me perdí de la oportunidad de conocer a alguien que de verdad valiera la pena. Al parecer siempre me toparía con alguien que jugara conmigo.

•Un amor irreversible• Donde viven las historias. Descúbrelo ahora