-¿Qué pasó?-Escuché la voz de Janette, alterada.-Tranquilos, la luz debe encenderse en cualquier momento-la voz de mi tío Octavio sonó del otro extremo. Javier me sujetaba aún la cintura y podía sentir el calor que su cuerpo emanaba, haciéndome sentir segura.
-A la novia le dará un paro cardiaco-susurró en mi oído de manera juguetona y solté una risita tonta, pues su aliento me provocó cosquillas. Antes de poder contestarle, sentí cómo una mano apretaba mi muñeca con fuerza y me llevaba a rastras hacia otro lugar. Todo estaba muy oscuro, demasiado para ser de día, y no pude ver el rostro de la persona que me haló y me encerró en un pequeño lugar. Comencé a dar golpes en la puerta que escuché cerrarse y mis nudillos comenzaron a doler debido a la brusquedad de mis movimientos.
-¡Abran la puerta! ¡¿Qué clase de mierda de juego es esta?! ¡Abran, ahora!-chillé, pero al parecer ese lugar quedaba lejos de la recepción en donde todos estaban. ¡Pero mierda! No había luz y ya comenzaba a ponerme nerviosa.
-¿Tienes miedo?-Alguien susurró en mi oído y di un respingo. Mi espalda chocó contra una superficie dura y podía sentir una cálida respiración chocar contra mis orejas, de modo que todos los vellos de mi piel se encresparon. Me quedé helada, no podía mover ni un solo músculo de mi cuerpo.-Deberías tenerlo, preciosa-susurró de nuevo la voz e intenté voltearme, pero una mano fuerte me lo impidió.
-¿Qué mierda es esta? Déjame salir-dije con voz temblorosa y escuché una ronca risa que no hizo más que solo ponerme más nerviosa. Sabía a quién le pertenecía esa voz, sabía que era él, pero lo que no sabía era por qué su manera de hablar era tan diferente, tan caliente. Carajo, porque sí, su voz sonaba caliente.
-No vas a salir, preciosa, te has estado portando muy mal allá fuera-susurró, tomándome por la cintura y mi trasero chocó contra su entrepierna, cosa que me provocó un leve cosquilleo en mi abdomen. Pegó su boca en mi oreja e inhaló profundo, como si estuviera embriagándose con mi aroma; cerré los ojos como por inercia-. ¿Crees que no me he dado cuenta de cómo el imbécil aquel te mira? Eres mía, Marisol, de nadie más-apretó mi cintura y podía sentir cómo su entrepierna crecía con cada segundo que pasaba pegada a su cuerpo. Mi corazón martillaba a una velocidad que dolía y mis piernas estaban debilitándose debido a la cercanía de nuestros cuerpos. No podía abrir los ojos, las sensaciones estaban a flor de piel.
-No soy tuya-dije en un débil susurro.
-¿Que no eres mía? Tu cuerpo no me está diciendo eso-succionó mi cuello y un gemido brotó de mi garganta-. Tu cuerpo me está diciendo lo contrario-pasó sus dedos lentamente por mi cintura hasta llegar a el punto bajo de mi abdomen. Mi cuerpo vibraba y mi sur comenzaba a palpitar, debido a las suaves caricias de Arquímedes. Él posó sus labios en mis hombros y depositó pequeños besos lentamente. Me estaba llevando al límite de la locura y no hacía nada para detenerlo. Mi mente podía decirme lo que fuera, pero mi cuerpo me exigía que no lo frenara, que lo sintiera-. Eres mía, Marisol, lo eres-mordió levemente mi oreja y otro gemido brotó de mi garganta. Su entrepierna estaba tan dura que me desquiciaba, apagaba mis sentidos.
-N-No soy tuya-dije en un jadeo. En un arrebatado movimiento, Arquímedes me volteó y me tomó por mis muslos, pegando mi espalda contra la pared. Todo estaba oscuro, solo se escuchaban nuestras agitadas respiraciones y eso hacía que mi sur palpitara con más intensidad.
-¡Basta, maldita sea, basta! ¡Eres mía, Marisol, eres mía!-unió nuestros labios y su lengua se introdujo en mi boca con desespero y yo le respondí sin pensarlo. Mis piernas estaban entrelazadas en su cintura y su dura entrepierna la sentía en mis muslos, haciéndome gemir, haciéndome perder la cabeza. Arquímedes puso una mano en mi abdomen y comenzó a descenderla poco a poco.- Di que eres mía-introdujo su mano por debajo de mis bragas y, como por instinto, mi reacción fue abrirme más-. Anda, dilo, Marisol, di que eres mía-insistió, pero no podía articular palabra alguna. Él tomó mi punto más débil entre sus dedos y ahogué un grito por la fuerte sensación de cosquilleo en mi abdomen. Comenzó a acariciar mi centro y de mi boca no hacía más que solo salir gemidos-. Dilo, maldición, dilo-gruñó Arquímedes y sacó su mano de mi centro para tomar mi cabello y encararme. La falta de su tacto me desquiciaba, me hacía exigir más. Pegó su nariz junto a la mía y, a pesar de la oscuridad, podía sentir su intensa mirada clavada en mis ojos.
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•Un amor irreversible•
RomantizmCada arruga que mis manos poseen me recuerda los trazos de un amor que nació por la fuerza del destino. Un amor que me subió, me elevó hasta lo más alto del placer, y así mismo me desplomó. ¿Y si te digo que ese desplomo solo fue la fuerza del desti...