Una llamada

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¿Alguna vez han sentido ese ardor en el pecho que no te permite siquiera respirar? Eso es lo que sentí cuando vi a Arquímedes arrodillado frente a mi prima con un anillo en sus manos. Janette miraba a su alrededor con la boca abierta y reía. Todos los allí presente observaban la escena sonrientes, expectantes. Yo estaba petrificada, no podía mover ni un solo músculo de mi cuerpo.

-Arquímedes, querido. Levántate y besa a tu futura esposa-dijo Olga, la madre de Janette, después de que ella dijera un que retumbó en mis oídos. Arquímedes parecía incómodo, miró hacia ambos lados y cuando nuestros ojos se encontraron, sentí que mis piernas me fallarían en cualquier momento. Él no dejó de mirarme hasta que di la vuelta y me fui. No podía ver eso, no lo soportaba. Sabía que fue un error haber ido a la fiesta. ¿Qué pretendía? ¿Que después que Arquímedes me besara él iba a dejar a mi prima e iría corriendo hacia mis brazos? ¿Que nuestro beso le significó algo? ¡Puf! ¡Qué imbécil fui! Arquímedes no sentía lo mismo que yo. ¿Pero qué me creía? Yo sabía que era el prometido de mi prima. Sabía que se casarían. ¿Por qué me afectaba tanto? ¡Maldita sea! ¡Porque Arquímedes me tenía loca desde el primer instante en que lo vi!

-¡Maldita sea!-di un golpe a la puerta del baño en que me encontraba. Sin yo querer, una lágrima rodó por mi mejilla. La limpié con brusquedad. No lloraría, no me derrumbaría por algo que sabía pasaría. Además, ¿por qué sufrir por alguien que siquiera sentía lo mismo? ¿Por alguien que apenas había llegado a mi vida? ¡No! Definitivamente no me permitiría sufrir. Me miré al espejo y me dije a mí misma que me alejaría de Arquímedes. ¡No le permitiría que jugara conmigo! ¡No más! Salí del baño decidida y caminé hacia el patio trasero. Ya todos estaban nuevamente hablando, la conmoción había pasado. A lo lejos vi a mamá y caminé con pie firme hacia allá. No se me había olvidado lo de Teresita. Ella me escucharía...

-Jessica, necesito hablar contigo-le dije, cortante. Ella me miró perpleja. Solamente la llamaba por su nombre cuando estaba enojada. Créanme, en esos momentos estaba bien cabreada. Todos voltearon a verme, incluido Arquímedes, que me miraba con mucha atención, pero decidí ignorarlo.

-¿Tiene que ser ahora, hija?-Dijo mamá entre dientes. Yo alcé una ceja y la miré seria.

-Sí, ahora-le dije tratando de contenerme. Ella miró nerviosa hacia los allí presentes y rió.

-¿Qué es tan urgente? Estoy ocupada, cariño-dijo ella de lo más relajada. Mi paciencia se agotó.

-Ah, ¿sí? Muy bien, entonces te lo diré aquí. ¿Por qué demonios tratas a Teresa como si fuese un animal? ¿Qué pasa contigo? ¡No puedes tan solo venir y dejarla en aquella mugrienta casucha de porquería, habiendo miles de habitaciones en esta maldita casa! ¡Esa mujer es la que cuidó de tu hija cuando tú no podías!-le grité. Ya todos me miraban con los ojos como platos, excepto Arquímedes, que me miraba fijamente. No podía descifrar lo que había en su rostro. Mamá se levantó de golpe y me haló por el brazo. Me llevó hacia dentro de la casa y entramos a la cocina.

-¡Suéltame! ¡No me trates como si fuera la niña con la que podías hacer lo que te diera la gana!-le dije soltándome de su agarre con brusquedad. Ella tenía el rostro encendido.

-¡Pues compórtate como una mujer! ¡Madura, Marisol!-me dijo en voz baja, pero cortante. A ella no le gustaban los escándalos, pero en esos momentos me importaba verga lo que la gente pensara. Siempre me daba igual.

-¡No soy yo la que tiene que madurar! ¿Cómo puedes hacerle eso a Teresita? ¡Ella que ha cuidado de mí toda la vida! ¿Qué es lo que ella te ha hecho para que la trates así?-Le grité con un nudo en mi garganta. No entendía por qué mi madre trataba así a aquella mujer que de seguro daría la vida por nosotros. Ella era una persona noble, bondadosa, maravillosa. No merecía que la trataran como lo hacía mi progenitora.

•Un amor irreversible• Donde viven las historias. Descúbrelo ahora