Los flashes me aturdían y la atención puesta sobre mí no hizo más que solo aumentar mis ganas de salir corriendo de ese sofocante lugar. Arquímedes acababa de decirme te amo... Esperé esa maldita palabra durante mucho tiempo y él tuvo que decirla frente a todo un jodido público... ¡Frente a toda la maldita empresa! ¿Acaso había perdido la cabeza? ¿Qué demonios le pasaba? Él no podía jugar conmigo de esa forma, simplemente no podía. Se suponía que yo le hiciera pasar vergüenza por todo el daño que me hizo, no que él me la hiciera pasar a mí. ¡Joder! ¡¿Por qué tuvo que hacerme eso?! ¡¿Por qué decirme eso justo en ese momento?!Los periodistas comenzaron a atacarme con preguntas y sentí que me faltaba el aire. Cientos de ojos me perforaban con la mirada, cientos de ojos me juzgaban con tan solo una mirada. Teresa me miraba con los ojos llenos de expectación, esperando mi reacción, pero yo estaba en una especie de shock, no podía mover ni un solo músculo de mi cuerpo. Los flashes se colaban en mi campo de visión y un nudo se formó en mi estómago; iba a vomitar. Sin mirar a mi alrededor, me levanté de la silla y salí corriendo del salón. Me sentía mareada, aturdida, y escuchaba las voces lejanas, como si el sonido de aquel lugar se estuviera desvaneciendo poco a poco. Tuve que sujetarme de la pared para no caer desplomada al suelo. Mi respiración estaba entrecortada, el oxígeno llegaba a mis pulmones de manera dolorosa y mi cabeza daba vueltas. Escuché el alboroto de los periodistas y mi corazón se paralizó. Divisé la puerta de la sala de juntas y caminé dando grandes zancadas hacia allí. Abrí la pesada puerta y entré a la sala, dando un portazo que retumbó por todo el lugar. Recosté mi espalda en la madera y corrompí en llantos. Las lágrimas salían por mis ojos sin ningún esfuerzo, brotaban como cascada y no podía hacer nada para detenerlas. ¡¿Por qué Arquímedes jugaba de esa forma conmigo?! ¡¿Cómo se atrevió a decir que me amaba?! Esperé que me dijera que me amaba durante tanto tiempo, que era incapaz de creer que lo hacía, era incapaz de creer que lo había dicho frente a todo un público, frente a Janette, frente a todas las personas que estaban allí presentes. Me negaba a creerlo, me negaba a creer que él me correspondía, que me amaba así como yo lo hacía.
Me tiré al suelo y comencé a golpear mi cabeza contra la puerta, con coraje, frustración. Sentía que me ahogaba con mis lágrimas, sentía que mi corazón se saldría de mi pecho, podía escuchar mis latidos contra mis orejas.
El sonido de la madera siendo golpeada me hizo dar un respingo. Me levanté del suelo como acto de reflejo y la voz que escuché detrás de la puerta me hizo temblar, me hizo retroceder y chocar contra la larga mesa de la sala de juntas. La puerta se abrió de golpe y entró Arquímedes. Parecía aturdido al igual que yo y sus ojos chispeaban; parecía entre enojado y preocupado. Cerró la puerta con dificultad por los periodistas que obstruían la entrada y cuando el silencio regresó al lugar, mis piernas me temblaban y yo era incapaz de mirarlo. Él se acercó e intentó tocarme, pero retrocedí con brusquedad, provocándome otro golpe con la mesa.
-¡No me toques!-chillé y pude ver cómo su rostro cambió; parecía que había sido golpeado fuertemente en el estómago y eso no hizo más que aumentar mis ganas de llorar. No intenté esconder mis lágrimas, yo solo lloraba incontrolablemente.
-Sol, no me hagas esto, por favor-dijo con voz enronquecida y negué múltiples veces con mi cabeza.
-¡No me hagas esto tú! ¡No tienes ningún derecho a jugar de esta forma conmigo!-grité y él dio un paso hacia el frente; intenté retroceder, pero la mesa me obstruía el paso.
-No estoy jugando contigo, Marisol. ¿Qué te hace pensar que lo hago? Nada de esto es un juego, nada-replicó y clavé mi vista en él. Parecía que lo estaban torturando y eso me quebró más aún. Sequé mis lágrimas con brusquedad, pero ellas se empeñaban en seguir brotando por mis ojos.
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•Un amor irreversible•
RomanceCada arruga que mis manos poseen me recuerda los trazos de un amor que nació por la fuerza del destino. Un amor que me subió, me elevó hasta lo más alto del placer, y así mismo me desplomó. ¿Y si te digo que ese desplomo solo fue la fuerza del desti...