36 Lienzos

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Miró con desmayo los estragos ocasionados en el lienzo. Esa mañana Crisonta y Emma lo habían citado en el taller subterráneo de la Galeria Bonse para que finalmente tuviera un acercamiento más personal con el lienzo que había dejado incompleto antes de morir. Ese lienzo estaba bien pese a lo que había ocurrido durante los últimos instantes que Giulio había estado cerca de él cinco siglos atrás. El que lo consternaba era aquel otro que tenía enfrente, con el vidrio de protección trizado por los tres impactos que algún desdichado había efectuado en su contra.

Lo habían traído de Monte Morka durante la madrugada, según había dicho Emma. La tarde anterior tres personas habían acudido al museo Mictlezzi con mazos y martillos en mano y habían atacado dos de sus obras exhibidas. Una era de Giulio, llamada los Querubines Traviesos. La otra era de un artista posterior a su época llamado Rembrant. Uno de los querubines había recibido un golpe directo en la nariz y el vidrio se había trizado de tal forma que la cara del pequeño lucía deforme.

Emma había explicado muy consternada que había sido obra de activistas. Al parecer algunas personas creían que atacando obras de arte antiguas la gente les iba a prestar atención para dejar de contaminar el mundo. Pero las cosas no sucedían así, había intercedido Crisonta, que parecía al borde del llanto por la furia. Era la primera vez que Giulio la veía tan fuera de control de sus emociones. Si bien los activistas atraían la atención dañando objetos históricos, sólo conseguían ser repudiados por el público. La mayoría de las veces eran llevados a juicio, y aunque salían a los pocos días o meses bajo multas de sumas considerables de dinero, nadie hacía nada por detenerlos de manera definitiva.

Pero las obras agraviadas tenían salvación. Si bien no quedarían intactas de los impactos, alguien se encargaría de sanarlas. Las habían extendido ambas en dos mesas distintas, aún cubiertas por los marcos y los vidrios dañados, en espera de ser atendidas como un paciente esperaba a su médico. Giulio había ofrecido su ayuda al instante para retocar las partes que habían sido dañadas de su vieja pintura, pero Emma había sido muy enfática en que debía ser un restaurador profesional el que lo hiciera.

—Comprenderás que los pigmentos que usaste en su momento y los que existen ahora son distintos —añadió Emma—. La obra no es fresca además. El tiempo hizo lo suyo en ella antes de que el Mictlezzi la adquiriera y su tratamiento no será tan simple como solamente quitarle el vidrio, retocarla y ya. Hay procedimientos muy complejos y estrictos a seguir.

—¿Usarán pigmentos viejos en ella entonces? —la molestó Giuliuo, enarcando una ceja.

Si bien el daño ocasionado a su obra lo molestaba un poco, no lo enloquecía como a Emma y a Crisonta. Para él la solución resultaba tan sencilla como montar el lienzo nuevamente sobre un caballete y volver a pintar sobre las partes afectadas. Quizás hasta podría modificar algunos detalles que por ahí le habían atrapado el ojo.

—Sabes bien a lo que me refiero —refunfuñó Emma—. Eres un gran maestro del arte, pero este lienzo es muy delicado. Quinientos años de antigüedad no pueden tomarse a la ligera al momento de restaurar una obra que, además, acaba de ser terriblemente dañada.

Giulio suspiró. El cuadro no era suyo aunque él lo hubiera pintado, lo comprendía. Un Obispo lo había comisionado en su momento para exhibirlo en la catedral de las Lágrimas Santas en Bajamia, una ciudad de la actual región de Eniia. Una vez que Giulio había terminado de pintarlo y el Obispo la había aprobado personalmente, no había vuelto a saber del cuadro.

—¿No tienen suficiente seguridad para impedirlo?

—No toda seguridad es infranqueable.

Justo como había sucedido hacía algunas noches en su casa. Después de la fiesta que habían montado y del escándalo que habían hecho por más de tres días seguidos en la calle, la gente había comenzado a dispersarse, aunque no eran pocos los que aún permanecían en los alrededores. También habían dejado tranquilo el taller de Crisonta al constatar que Giulio no estaba asistiendo como Sofía había rumorado. No lo hacía porque no podía gracias a ellos específicamente.

El Lienzo Incompleto (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora