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Arda Güler
—¿Estás seguro de que vendrá? —preguntó con inquietud en la voz.
Su compañero puso los ojos en blanco y soltó una carcajada.
—Tienes que aprender a relajarte, amigo. Además, es del club más recomendo del equipo —dijo, guiñando el ojo con complicidad.
El adolescente asintió nerviosamente, sintiendo un nudo en el estómago mientras pensaba en lo que sucedería en menos de una hora. Había pasado todo el día preguntándose si había hecho bien en enviar aquel mensaje de texto.
—Yo me marcho.–informó.–Pásalo bien, máquina, crack, ídolo —dijo su amigo, dándole una palmada en la espalda. Luego se detuvo, como si hubiera recordado algo importante—. Ah, cierto, casi me olvido.
Palpó los bolsillos de su pantalón y sacó una tira de preservativos.
—Antes de la acción, debes protegerte, amigo. Traje varios por si la noche se vuelve larga —añadió con una sonrisa pícara.
El rubio sintió cómo sus mejillas se sonrojaban intensamente. Tomó los preservativos con cierta vergüenza y los guardó rápidamente en sus bolsillos.
—Gracias —murmuró, asintiendo con una mezcla de gratitud y nerviosismo mientras veía marcharse a su amigo.
Miró la hora en su teléfono y notó un mensaje nuevo. Era ella, confirmando que estaba en camino.
15 minutos después...
La puerta sonó y, nervioso, el joven turco caminó hacia ella. Al abrirla, casi se le cayó la mandíbula al suelo. Frente a él estaba una hermosa chica con un vestido corto rojo que realzaba sus labios del mismo color, dándole a su rostro un toque angelical pero peligrosamente atractivo.
La joven era perfecta a los ojos del joven turco. Su corazón comenzó a latir con fuerza y sus manos empezaron a sudar. Cuando ella sonrió, el mundo pareció detenerse.
—Hola, ¿eres Arda, verdad? —preguntó ella con una voz suave y profunda. Él tragó saliva, tardando un momento en responder.
—Sí, umm... supongo que puedes pasar —dijo, haciéndose a un lado.
La joven sonrió, satisfecha por la reacción del turco, y entró en el departamento.
—Supongo que nunca has hecho esto antes —dedujo ella, observando la inseguridad en su semblante.
Él asintió, un poco apenado.
—Tranquilo, relájate. Estoy aquí para hacerte sentir mejor, para quitarte el estrés —dijo ella, guiñándole un ojo.
—Bien, pero primero... ¿deseas algo de tomar? —preguntó Arda, aún nervioso.
Ella lo encontraba interesante y tierno.