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Monique, de familia lo suficientemente desdeñable para no tener ni necesitar apellido, se adentró en las callejuelas. Otra cosa que no necesitaba su familia y mucho menos tenía era, a parte de dinero, era honor. Su familia, una aglomeración de patanes y embaucadores más miserables que las ratas, le había enviado a recaudar dinero para el tratamiento de su hermana, aunque ella sabía que se lo quedaría el señor Roussel.

No era su verdadera familia, pero era lo que más se asemejaba, tras la muerte de sus padres Monique y su hermana pequeña se habían mudado con el casero de sus padres: ellos vivían en un cuchitril de apenas diez metros cuadrados e infestado por ratas, tanto era así que de niña creía que no existían aquellas personas de la que había oído hablar: que vivían en casa enormes llamadas palacios y tenían algo llamado carruajes. Cuando sus padres murieron, saltaron de la muralla de la ciudad, su casero las adoptó con la condición de que pagaran por sus propias vidas. Ella pagó con su cuerpo y Rose, su hermana al ser demasiado pequeña y enfermiza, era utilizada como cebo para sacar el mayor provecho posible de las donaciones de la iglesia.

Lo único que les quedaba a las hermanas de su verdadera familia, y los lejanos días de la niñez e inocencia, era la una a la otra.

Y la salud de su hermana había empeorado.

Sollozó ante la idea de que pudiera morir si no conseguía el dinero.

"Ella no, es lo único que me queda."-Suplicó en su rezo pre delito.

Si Dios la escuchaba, cosa que dudaba, sabría que todo lo hacía por el amor que profesaba a su hermana y su propia supervivencia, y le perdonaría sus pecados. Y si no era mucho pedir le guardaría un sitio en su celestial reino, lejos de las plagas y el frío de la noche.

-Si de verdad quieres salvar a tu hermana haz lo mejor que sabes hacer: Seduce a hombres y estáfalos, di que eres pura y que quieres experimentar el amor por primera vez con un hombre apuesto y experimentado, adúdales y usa tus prominentes encantos. Si no tu hermana no pasará de esta noche y últimamente estás resultando difícil de mantener: te lo dije una migaja de pan por persona, no un cuarto de barra.

Atravesó el estrecho callejón y llegó al distrito rojo.

Observó la luna llena, había quien la apodaba el ojo del diablo, pero a ella le llenaba de quietud como si alguien velara por ella.

Se despojó de su ropa en la primera esquina libre de mirones que encontró y se puso lo que el Señor Roussel llamaría "Ropa de ramera":

Unos pantalones cortos y rasgados en sus muslos e ingles, y un corset que le resaltaba los pechos prácticamente expuestos.

Mientras se cambiaba se le acercó un hombre repleto de ronchas y maloliente.

Sacó unos francos.

-Lo siento, los enfermos valen doscientos francos.-Dijo mientras contenía su cara de repulsión.

El hombre, que debido a la enfermedad o quizás a que los vendió no tenía dientes, balbuceó y sacó una pulsera de oro con incrustaciones de zafiro.

Algo en ella le gritaba que aceptase esa oferta: No tendría que prostituirse más que con ese hombre y tendría dinero suficiente para pagar la mitad del tratamiento de su hermana y el suyo propio si aquel hombre le contagiaba de la enfermedad que más tarde se conocería como Lepra. Y aunque la hubiera contagiado lo más probable es que la arena de su reloj vital no se hubiese agotado con la misma premura.

Empezó a bajarse el pantalón y a ofrecerle su intimidad al hombre, pero entonces alguien estampó contra el suelo al extraño,

El otro guarda de la ciudad se acercó a Monique e hizo el amago de apresarla.

OniriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora