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Gran parte de la juventud de Delroy pasó con más penas que glorias: era el vástago mayor de una familia de clase baja, su padre era un adicto a la bebida y su madre mantenía sus barrigas llenas a base de vender su cuerpo.
Como primogénito de esa extraña unión, que nunca se oficializó a los ojos de Dios, tenía que cuidar de sus hermanas menores; las acompañó y consoló en todos sus momentos: cuando se daban cuenta por primera vez de lo que conllevaba nacer mujer en aquella sociedad arcaica, en sus primeras decepciones amorosas y en los cambios de la pubertad. Algo que lamentaría toda su vida fue que no pudo asistir a ninguna de sus bodas. Ya que al enfermar su madre y el no querer que sus hermanas siguieran su oficio, Delroy se alistó en el ejército real a cambio de que cada mes enviaran, escasas, provisiones a su familia.
Durante su formación militar se perdió la boda de las dos mayores y durante su servicio en La Guerra De Los Siete Años las demás excepto la de Marie, su hermana pequeña. Le prometió que asistiría, pero el destino tenía otros planes para él.
Su momento de más orgullo fue el día que le entregaron la medalla al valor por salvar a Antoine de Versailles, futuro consejero del rey y gran héroe de guerra, del impacto de una bala de cañón. Además perdió la capacidad de oír en un oído por lo que le compensaron con una modesta, pero agradecible, suma de francos que sumó a los que consiguió vendiendo las medallas a las artesanos de la forja. Con esa cuantiosa suma de dinero le financió la boda a Marie.
Todo iba sobre ruedas, faltaban dos días para la boda cuando recibió una visita inesperada.
Marie abrió la puerta convencida de que era su pareja que no soportaba esperar hasta la boda para verla, pero frente a ella había un extraño, aunque no para su hermano; pues era el hombre al que debía la gloria al igual que este a él la vida.
Era un joven de pelo castaño despeinado por montar a caballo, mandíbula fuerte y cuerpo que parecía estar hecho por un escultor.
"Relájate, Marie, faltan dos días para unirte en sagrado matrimonio con otro hombre, no puedes huir con él por muy apuesto que sea."-Se dijo conteniéndose, aunque si le hubiera pedido ir con él no se habría visto capaz de decir que no.
Pero, para sorpresa y envidia de todas las hermanas, esa petición se la iba a hacer a su hermano.
-Saludos, Bella joven.-Hizo una reverencia antes de hacer la pregunta.-¿Está Delroy Alaire?
-Un momento.-Le contestó y fue a buscarlo.-Hermano, hay un hombre preguntando por tí ¿has cometido algún crimen?
-Depende... ¿Es un crimen amenazar al futuro esposo de tu hermana menor con mutilar sus partes íntimas si hace infeliz a mi hermana?
-¿De verdad has hecho eso?- Preguntó sorprendida.
-Solo bromeaba. Ya voy.
Se encaminó hacia la puerta y quedó frente al hombre que le esperaba pacientemente.
-Lord Antoine.-Hizo una reverencia.
-Soy yo quien debería hacerle una reverencia, al fin y al cabo me salvaste la vida. Y por eso te voy a hacer una oferta...
Le explicó la oportunidad en detalle: quería que él fuera su sirviente personal, donde lo entrenaría para algún día ocupar un puesto de poder, a cambio de asegurarse de que sus familiares vivan entre lujos por cuatro generaciones mínimo; luego él mismo tendría las herramientas para lograrlo en las nuevas generaciones.
-Es muy buena oferta, pero pasado mañana es la boda de mi hermana, si me da cuatro días para despedirme de mis seres queridos aceptaré encantado.
Antoine se sintió honrado de que Delroy aceptara su oferta, pero tenía que negociar aquel último detalle.
-No tengo cuatro días, me voy a mudar a palacio como consejero del rey y la vida ahí está llena de intrigas y puñaladas por la espalda. No confío en nadie más que en usted, puesto que me salvó la vida. Si aceptas el trato, y esta es su última oportunidad, partiremos al alba.
Se lo pensó durante un largo rato, pero al final su ambición ganó. Cosa que provocaría uno de los días más felices de su vida, pero que lo llenaría de remordimientos hasta el día de su muerte.
-Supongo que este día es más que suficiente para despedirme de mis allegados.-Cedió sin querer admitir que desde la muerte de su madre no tenía a nadie más en la suficiente estima para considerar despedirse de esa persona.
-Nos veremos en cuanto nos iluminen los primeros rayos de sol.-Dijo y se marchó en el mismo caballo en el que había llegado.
"Todos los buenos caballos tienen nombre ¿Algún día poseeré uno?"-Pensó entusiasmado ante su ascenso en la pirámide social.
Más tarde descubriría que aquella yegua se llama Blanche.
Volvió a entrar en su hogar.
-¿Qué quería ?- Preguntó su hermana impaciente.
-Era el nuevo consejero del Rey, quería que fuera su sirviente personal, a cambio de que nunca os falte nada.
-Eso es genial, ¿Has aceptado?
-Verás, hermana mía, todo tiene un pero, me marcho al alba.
-¿Qué? Te perderás mi gran día.
-Lo siento, pero lo hago por vosotras. Lo entenderás cuando crezcas.
-Por favor.-Suplicó, pero Delroy no cambió de opinión.
Se pasó el resto del día en escribir cartas de despedidas a sus hermanas explicándoles la situación y pidiéndoles que estén presentes en el gran día de su hermana menor y la alenten a olvidar su ausencia.
Después de eso se dispuso a preparar el baúl de viaje, para cuando terminó la fría oscuridad de la noche se desvanecía poco a poco.
La luz del primer rayo de sol le dio la bienvenida a la mañana y servía a su vez como despedida a su antigua vida.
Dejó caer el pesado baúl sobre las hojas caídas debido al otoño que comenzaba, estas crujieron al contacto.
Deroy observó un caballo acercándose en las lejanías.
Antoine, que iba sobre el animal, llegó puntual como la muerte cuando le llega a uno el momento, una metáfora acertada pues suponía el final de una etapa.
-¿Cómo llevaré mis pertenencias?-Preguntó confuso.
-No las llevará, no me fío de que no se haya colado un asesino a sueldo en ella cuando no miraba.
Lo miró con una mirada desconcertada.
-Era broma, enseguida llegará el carruaje de viaje.-Dijo humilde y jovial.
Al final no era tan paranoico cómo Delroy creía, solo era lo justo y necesario para sobrevivir en un puesto de poder.
-Bien, avisaré al asesino cuando esté dormido.-Bromeó también.
Sin saberlo esa sería una de las muchas interacciones de genuina amistad entre ellos, quizás la única verdadera de ambos.
Esperaron al carruaje charlando animadamente y una vez llegó dos criados temporales le ayudaron a subir el baúl a la parte trasera,
Tras un viaje de tres horas en el que compartieron anécdotas graciosas, se conocieron mejor e intercambiaron recuerdos de la terrible guerra en la que lucharon.
Cuando llegaron a palacio ya eran íntimos y todo fue viento en popa durante el primer año que Alaire pasó en el palacio.
Fue entonces cuando pasó el suceso que Delroy pensó que arruinaría la amistad y la confianza que ambos compartían, junto a su grandiosa oportunidad de ocupar un puesto de poder.
Aquel fatídico día en que la conoció.
Era la primavera de mil setecientos sesenta y cinco, en la ciudad se respiraba la fragancia de la naturaleza y el amor estaba en el aire.
Esa semana se sucedían una serie de bailes organizados por las casas más importantes de la nobleza francesa.
Iba a acompañar a su amigo y amo Antoine al de esa noche, el primero de todos.
Se estaba probando el traje y dando instrucciones al sastre que le estaba dando los últimos retoques.
Cuando hubo terminado se reunió con Antoine dentro del carruaje.
Media hora más tarde llegaron a la casa Voland, la anfitriona del baile de esa noche, al igual que el rey Luis de Francia (que moriría más tarde ese mismo año) prestaría el palacio para la fiesta de dos noches después.
Entraron en la casa que veintidós años más tarde pertenecería al marido de Etoile y donde esta tendría un amorío clandestino con la joven que más tarde el propio Delroy conocería como Alize. La casa, a pesar de su tamaño, estaba abarrotada de invitados. Tantos que se preguntó cómo tendría lugar el baile.
Se separó de su amigo, pues este le había dado órdenes de dejarlo a su merced previamente para que este pudiera conquistar alguna joven.
Así pues se colocó en la cola de las bebidas y cuando llegó su turno se sirvió una jarra de cerveza. Entonces se le acercó una encantadora damisela pelirroja, a pesar de la suspectición hacia el color de su cabello, le sirvió una espumosa jarra y se la entregó.
-Gracias, ¿Cómo te llamas?
-Delroy.-Le hizo una reverencia
-Encantada, Delroy, yo me llamo Giselle.
-Igualmente.
- Tu nombre denota un destino asombroso en la realeza. ¿Quieres charlar un rato?
Así lo hicieron hasta acabar ebrios y en una de las habitaciones de los Voland.
No recordó qué pasó después de eso, pero no la volvió a ver en el siguiente baile.
No fue hasta el baile organizado por el mismo Rey que la encontró de nuevo. Pero ella no le vio.
Sucedió así: Antoine y él estaban sentados en unos sillones bebiendo y quejándose de su carencia de vida amorosa. Delroy le iba a contar la fugaz aventura de dos noches atrás y que no había podido dejar de pensar en ella cuando su compañero de bebida señaló a una muchacha entre la multitud, era Giselle.
-¿Ves esa chica? La voy a invitar a bailar. Esta noche no vuelvo a palacio si no es con una señorita.-Dijo y el plan salió a la perfección.
Bailaron toda la noche y se comprometieron.
La siguiente semana se casaron y unos días después anunciaron que esperaban un hijo.
Nueve meses más tarde la ayudó a dar a luz.
La sorpresa se apoderó de Delroy cuando el niño compartió su cabello rubio, rasgo característico de su familia.
Disimuló la confusión.
-¿Cómo llamará al bebé?
Le dijo el nombre en su último aliento, pues había perdido demasiado sangre en el parto.
El momento de ver como a la única mujer a la que había amado y madre de su hijo se le apagaba el brillo de los ojos fue terrible.
Entonces salió de la estancia y se dirigió a su amigo.
-¿Mi niño está bien?-Preguntó.
-Sí
"Sí, ella está bien"-Se reservó ese comentario.
Le entregó al bebé.
-¿Cómo se llama?
-Annabelle.
-Mi linda Annabelle mira a tu padre.
"No es usted"-Pensó, pero en realidad su amigo estaba enfocando la vista del bebé a Delroy.
-¿Cómo lo ha sabido?
-Hace siete meses hubo una feria ambulante y aproveché para preguntarle a una pitonisa sobre la salud del bebé. Me dijo que no era mío, sino tuyo y que no tenía nada de qué preocuparme, pero lo extraño es que dijo que sería un niño.
-¿No está enfadado?
-¿Cómo lo voy a estar?, eres mi mejor amigo y tal vez el único. Sé por tu mirada que aun la amas y renunciaste a tu historia de amor por mí. Muchísimas gracias.
Lo abrazó fuertemente.
-Pero eso sí lo criaré como mío, tendrá más futuro así. Aunque como es natural te dejaré estar junto a él, pero tendrás que camuflarte como mi sirviente.

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