XIX

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Rhaegar se encontraba en sus aposentos en la Fortaleza de Dragonstone, sentado en un sillón de cuero oscuro que había mandado traer desde Essos, observando la luz tenue de las velas que parpadeaba en la oscuridad. La habitación estaba en silencio, roto solo por el ocasional chasquido de la madera al ser calentada por las llamas del brasero cercano. El peso de la guerra, la responsabilidad de un reino y la incertidumbre del futuro pesaban sobre sus hombros, más que nunca.

Un mensaje había llegado esa mañana, sellado con el emblema de la Casa Velaryon, y su contenido había provocado un nudo en su estómago. La Triarquía, los aliados de Aegon y de la reina madre Alicent Hightower, había movilizado una flota impresionante. Noventa galeras, todas dirigidas hacia el Gaznate, con la intención clara de romper el bloqueo impuesto por la flota Velaryon en las aguas que rodeaban King's Landing. Si lo lograban, la capital recibiría refuerzos, suministros y una posición ventajosa en la guerra.

Rhaegar sabía que esta batalla sería crucial. Habían pasado semanas preparando la defensa en Dragonstone y en las aguas circundantes, pero nunca había esperado que la Triarquía movilizara una fuerza tan formidable tan rápido. La habilidad y experiencia de los Velaryon en el mar serían puestas a prueba como nunca antes.

El peso de la responsabilidad no era solo el suyo. Rhaenyra, su segunda esposa, había asumido su propio papel en la guerra. Pero, aunque él confiaba en ella y en sus decisiones, no podía evitar preocuparse por lo que se avecinaba. La guerra no solo estaba en el campo de batalla, sino también en las mentes y corazones de todos los involucrados.

Mientras Rhaegar reflexionaba sobre las próximas decisiones, la puerta de sus aposentos se abrió lentamente. Rhaenyra entró, su vestido negro ondeando con el viento que se coló brevemente por la abertura. Sus ojos violeta lo miraron con preocupación, pero también con una determinación inquebrantable.

"Has recibido el mensaje", dijo ella, más como una afirmación que una pregunta.

Rhaegar asintió y le hizo un gesto para que se acercara. Rhaenyra se sentó en el borde de la cama cercana, sus manos entrelazadas en su regazo. Parecía más tranquila de lo que se sentía, lo cual era algo que Rhaegar apreciaba. La compostura en tiempos como estos era vital.

"La Triarquía viene", dijo él finalmente, rompiendo el silencio que se había asentado entre ellos.

"Lo sé", respondió Rhaenyra, con la voz tan fría y afilada como el acero. "Pero no los dejaremos pasar. Corlys está preparado. Nuestras galeras están en posición y nuestros dragones están listos. Dragonstone no caerá".

Rhaegar observó a su esposa por un momento. Su confianza era un bálsamo para sus preocupaciones, pero también sabía que las cosas podían cambiar en un abrir y cerrar de ojos. "¿Y si no es suficiente?" preguntó, permitiendo que un atisbo de sus dudas se asomara.

Rhaenyra lo miró, sus ojos brillando con una mezcla de desafío y comprensión. "Entonces lucharemos hasta el último hombre, hasta la última gota de sangre. Esta guerra no la empezamos nosotros, pero la terminaremos".

Las palabras de Rhaenyra resonaron en la habitación, y Rhaegar sintió una chispa de orgullo por la mujer que había elegido como su reina. Ella era más que una esposa, era su igual, una guerrera en su propio derecho.

"Valkyria y Cannibal están listos", continuó Rhaenyra, refiriéndose a los dragones que habían sido sus compañeros en esta guerra. "Nosotros lideraremos la defensa desde el aire. No les daremos cuartel".

Rhaegar asintió, sabiendo que no podía permitirse dudar en este momento. "Yo volaré con Cannibal. Su fuego será nuestra primera línea de defensa. Rhaenyra, tú deberás cuidar de Dragonstone en mi ausencia. Si las cosas salen mal..."

Dragón BloodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora