"What happens in Dragonstone stays in Dragonstone"
"Where Rhaegar desires the twin Rhaenyra but also desires her uncle Daemon and her husband's father, Corlys."
Daemon Targaryen x Male Oc
Rhaenyra Targaryen x Male Oc
Corlys Velaryon x Male oc
El nacimiento de los mellizos Rhaegar y Rhaenyra Targaryen, hijos del rey Viserys I Targaryen y su primera esposa Aemma Arryn, marcó un hito de esperanza y renovación para la Casa Targaryen y todo Poniente. Después de años de angustia por embarazos fallidos, la noticia de la gestación gemelar había infundido un nuevo optimismo en la familia real. A medida que se acercaba el día del parto, la tensión en la Fortaleza Roja aumentaba.
El día comenzó con un cielo despejado y un sol brillante, un presagio favorable según las antiguas creencias valyrias. En los aposentos de la reina, Aemma Arryn se preparaba para traer a sus hijos al mundo, rodeada por las mejores damas de compañía y maestres de Desembarco del Rey. El ambiente era de expectación, mezclado con la inevitable preocupación por la seguridad de la madre y los bebés.
Mientras tanto, el príncipe Baelon, el patriarca de la familia, había viajado a Rocadragón en una misión especial. Sabía que la llegada de sus nietos debía ser celebrada con un símbolo del poder ancestral de los Targaryen: huevos de dragón. En Rocadragón, Baelon encontró dos huevos únicos, nacidos de Silverwing y Vermithor, los legendarios dragones que habían servido a sus padres. Uno de los huevos era negro con reflejos iridiscentes, que cambiaban de color bajo la luz; el otro, un dorado brillante que parecía brillar con luz propia.
Baelon, montando a lomos de Vhagar, emprendió el regreso a Desembarco del Rey con los preciados huevos asegurados en una bolsa especial. Su vuelo fue rápido y sin incidentes, con Vhagar surcando los cielos con la majestuosa gracia de un dragón experimentado en innumerables batallas.
En la Fortaleza Roja, el trabajo de parto de Aemma fue largo y complicado. Las horas pasaban lentamente, y la tensión entre los presentes aumentaba. Finalmente, al caer la noche, el primer llanto rompió el silencio, llenando de alivio a todos. El príncipe Rhaegar fue el primero en nacer, con un llanto potente que resonó por los pasillos de la fortaleza.
"Es un niño fuerte," dijo uno de los maestres mientras limpiaba al recién nacido y lo entregaba a su madre. "El príncipe Rhaegar Targaryen, primero de su nombre."
Aemma, agotada pero radiante, sonrió al ver a su hijo por primera vez. "Rhaegar," susurró. "Nuestro príncipe."
Poco después, el segundo bebé comenzó su camino al mundo. La princesa Rhaenyra nació bajo la luz de la luna, que entraba suavemente por las ventanas de la fortaleza. Su llanto fue igual de fuerte que el de su hermano, mostrando desde el inicio un espíritu indomable.
"Y una hija," añadió el maestre. "La princesa Rhaenyra Targaryen."
En ese preciso momento, Baelon, montado en Vhagar, se acercaba rápidamente a Desembarco del Rey. La silueta de la Fortaleza Roja apareció en el horizonte justo cuando la segunda bebé nacía. Baelon sabía que debía apresurarse; quería estar presente para este momento histórico.
Al aterrizar en los jardines de la fortaleza, Viserys, quien había estado esperando ansiosamente, corrió hacia su padre. "¡Padre! ¿Lo has logrado?"
Baelon desmontó con agilidad y abrazó a su hijo. "Sí, Viserys. He traído los huevos. Dos en total, y ambos extraordinarios."
Los dos hombres, unidos por la alegría y la esperanza, se dirigieron rápidamente hacia los aposentos de la reina. Al entrar, fueron recibidos por la vista de Aemma sosteniendo a los dos bebés, uno en cada brazo.
"Viserys," dijo Aemma, sonriendo débilmente. "Conoce a tus hijos, Rhaegar y Rhaenyra."
Viserys se acercó, con los ojos llenos de lágrimas de felicidad. "Son perfectos, Aemma. Nuestros hijos son perfectos."
Baelon se adelantó, mostrando los huevos de dragón que había traído. "Estos son para ellos," dijo, abriendo la bolsa con cuidado. "Uno para cada uno. El huevo negro con reflejos arcoíris es para Rhaegar. Es un símbolo de la fuerza y la dualidad, perfecto para un futuro rey. El huevo dorado es para Rhaenyra, simbolizando la luz y la esperanza."
Aemma miró los huevos con asombro. "Son hermosos," dijo suavemente. "Nuestros hijos serán grandes, estoy segura."
Los días que siguieron estuvieron llenos de celebraciones. La noticia del nacimiento de los mellizos y la llegada de los huevos de dragón se esparció rápidamente por los Siete Reinos. Nobles de todas partes enviaron sus felicitaciones y regalos, y Desembarco del Rey se llenó de alegría y festividades. Se realizaron banquetes y torneos en honor a los nuevos príncipes, y la ciudad entera vibraba con un nuevo optimismo.
El príncipe Rhaegar, el mayor, mostró desde el principio una disposición tranquila y reflexiva. A menudo se le veía observando con atención su huevo negro, fascinado por los cambiantes reflejos de colores que brillaban en su superficie. "Mira, madre," decía a menudo, señalando los colores. "Es como si tuviera un arcoíris dentro."
Rhaenyra, por otro lado, era una niña vivaz y decidida. Su huevo dorado brillaba intensamente en la luz del sol, y ella a menudo lo acariciaba, sintiendo el calor que emanaba de él. "Será un gran dragón," afirmaba con seguridad. "Y volaremos juntos por todo Poniente."
Pasaron los meses y llegó el día en que los huevos finalmente eclosionaron. Fue un evento milagroso, presenciado solo por la familia real. Del huevo negro con reflejos arcoíris nació una dragona impresionante, de escamas negras con un pecho que reflejaba todos los colores del arcoíris. La llamaron Valkyria. Del huevo dorado surgió una dragona igualmente majestuosa, cuyas escamas doradas brillaban con un resplandor celestial. La llamaron Syrax.
Rhaegar, ahora un joven príncipe, sostenía con orgullo a Valkyria, la dragona negra de pecho arcoíris. "Mira, madre," dijo, su voz llena de asombro y amor. "Ella es tan hermosa como los colores del arcoíris."
Aemma, con lágrimas en los ojos, acarició suavemente la cabeza de la dragona. "Es un milagro, Rhaegar. Ella será tu compañera y tu guardiana."
Rhaenyra, no menos orgullosa, acariciaba a Syrax, su dragona dorada. "Volaré sobre ella y seré la luz que ilumine nuestro reino," declaraba con la determinación que siempre la había caracterizado.
Así, con la llegada de Valkyria y Syrax, la esperanza y el poder de la Casa Targaryen se renovaron una vez más. Los mellizos crecieron, fuertes y valientes, junto a sus dragones, preparándose para el futuro que les esperaba. El reino entero miraba hacia adelante, esperando grandes cosas de los hijos del rey Viserys y la reina Aemma, y de los dragones que un día surcarían los cielos de Poniente con ellos.
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