XXI

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La atmósfera en Dragonstone estaba impregnada de desesperanza y muerte, una sombra oscura que se cernía sobre la fortaleza como una nube de tormenta. Desde que Rhaenyra Targaryen y Morgana Stark habían sido capturadas, la situación solo había empeorado. Las dos mujeres, herederas de linajes antiguos y poderosos, se encontraban ahora atrapadas en las mazmorras de Dragonstone, convertidas en rehenes en un juego de poder despiadado.

Rhaenyra y Morgana compartían una celda estrecha y húmeda, sus ojos acostumbrándose a la oscuridad y al frío. Las paredes de piedra eran implacables, y el aire estaba cargado con el olor de la sal marina y la sangre derramada. A pesar de las circunstancias, ninguna de las dos mostró signos de debilidad. Rhaenyra, con su cabello plateado enmarañado pero aún digno, mantenía la cabeza alta, sus ojos violetas brillando con una determinación inquebrantable. Morgana, la loba del Norte, tenía la mandíbula apretada, su postura firme y su mirada llena de un desafío que solo una Stark podía mostrar.

Los guardias que custodiaban la celda, Ser Willis Fell y Ser Rickard Thorne, eran hombres leales a Aegon II, pero incluso ellos no podían evitar sentir una mezcla de respeto y temor hacia las dos prisioneras. Sabían que estaban en presencia de mujeres que habían nacido para reinar, no para suplicar clemencia. Rhaenyra y Morgana no se mostraban suplicantes, ni bajaban la mirada, ni pronunciaban palabras de arrepentimiento o súplica. Estaban preparadas para lo peor, pero también estaban dispuestas a enfrentarlo con la cabeza en alto.

Finalmente, llegó el momento que ambas habían anticipado. Ser Willis Fell y Ser Rickard Thorne abrieron la celda, sus rostros serios y sin expresión, y les indicaron que las siguieran. Rhaenyra y Morgana intercambiaron una mirada rápida, un entendimiento silencioso pasando entre ellas, antes de levantarse con una dignidad que ningún enemigo podía arrebatarles. Sin protestar ni luchar, caminaron con paso firme tras sus captores, los ecos de sus pisadas resonando en los pasillos de piedra mientras se dirigían hacia el salón principal de Dragonstone.

El salón de Dragonstone estaba desierto, salvo por un trono de madera colocado en el centro, donde Aegon II Targaryen, el usurpador, se encontraba sentado. La figura de Aegon era una visión trágica y grotesca. Las quemaduras que había sufrido en la batalla contra Meleys lo habían desfigurado por completo; su rostro era una máscara de carne carbonizada, sus ojos ardían con un odio que se mezclaba con el dolor constante que soportaba. La parálisis que lo había atrapado desde ese fatídico día lo condenaba a una silla de madera, sin poder siquiera sostenerse en pie por sí mismo. A su lado, Larys Strong, el intrigante Señor de Harrenhal, observaba la escena con su eterna calma, su mente calculando cada movimiento con fría precisión.

Rhaenyra y Morgana fueron empujadas al centro del salón, sus ojos fijos en Aegon y Larys, pero no bajaron la cabeza ni un solo momento. No había rastro de miedo en sus rostros, solo una determinación desafiante que irradiaba fuerza.

"Creí que estabas muerto, hermano", dijo Rhaenyra, su voz resonando en el salón con una mezcla de desafío y amarga resignación. No había tristeza en sus palabras, solo la constatación de un hecho.

Aegon sonrió, o al menos lo intentó, pero el gesto resultó en una mueca dolorosa y grotesca. Su voz era áspera y rota, como el crujido de hojas secas. "Tú primero, después de todo, eres mayor que yo."

Morgana, observando a Aegon con una mezcla de desprecio y desdén, no pudo evitar intervenir. "Yo soy una Stark", dijo con firmeza, "no me arrodillaré ante otro rey que no sea el que le juré lealtad. O sea, el rey Rhaegar."

Las palabras de Morgana parecieron enfurecer a Aegon, aunque su rostro quemado apenas podía mostrar una expresión reconocible. Miró hacia Sunfyre, su dragón dorado, que yacía herido y maltrecho en un rincón del salón. Sunfyre había sobrevivido a la batalla, pero apenas. Sus alas destrozadas y su cuerpo quemado lo mantenían atado a la tierra, incapaz de volar, incapaz de luchar, una sombra de la majestuosa criatura que una vez había sido.

Dragón BloodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora