XXII

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El salón del trono de la Fortaleza Roja estaba impregnado de un aire sombrío y cargado, un preludio a la muerte que se cernía sobre los traidores. Rhaegar Targaryen, ahora el rey legítimo, estaba sentado en el Trono de Hierro, su postura imponente y sus ojos encendidos con una furia contenida. El sol se filtraba por las altas ventanas, lanzando haces de luz que parecían resaltar el brillo acerado de las hojas afiladas que formaban el trono, un símbolo brutal del poder que ejercía.

A su lado, Daemon Targaryen, su esposo y aliado más cercano, permanecía en pie con la temible espada Hermana Oscura en sus manos. Su rostro estaba tallado en mármol, inmutable y severo, listo para cumplir con el deber que le había sido encomendado. Los ecos del pasado, de las traiciones cometidas, parecían resonar en cada rincón del gran salón, donde los escudos de las grandes casas observaban en silencio.

Los traidores fueron conducidos al salón, uno por uno, arrastrados como corderos al matadero. Otto Hightower, Maestre Orwyle, Jasper Wylde, Tyland Lannister, y finalmente la Reina Viuda, Alicent Hightower, fueron obligados a arrodillarse ante Rhaegar, sus rostros pálidos reflejando una mezcla de miedo y resignación. Ninguno de ellos alzaba la vista, sabiendo que sus destinos estaban sellados, y que cualquier súplica sería en vano.

Rhaegar los miró uno a uno, con un desprecio frío e implacable. Estos hombres y mujeres habían conspirado contra él, habían destruido a sus seres queridos, y ahora, en el salón que debía ser símbolo de su poder y justicia, encontrarían el final que merecían.

El primero en ser llamado fue Otto Hightower. El antiguo Mano del Rey se acercó con paso vacilante, sus años de maquinaciones y ambiciones se reflejaban en sus ojos vidriosos. Daemon avanzó, Hermana Oscura brillando a la luz del sol, un arma forjada para traer la muerte.

"Otto Hightower," proclamó Rhaegar, su voz resonando como un trueno en el vasto salón, "por tus crímenes de traición, conspiración, y la ruina de esta casa, te sentencio a morir."

Otto alzó la vista, tal vez buscando una pizca de compasión en los ojos de Rhaegar, pero no encontró más que una fría determinación. Antes de que pudiera articular alguna defensa o excusa, Daemon levantó la espada. El filo de Hermana Oscura cortó el aire en un silbido mortal, y en un solo golpe certero, la cabeza de Otto Hightower rodó por el suelo de piedra, dejando tras de sí un rastro de sangre.

El cuerpo de Otto se desplomó con un golpe sordo, y un murmullo de aprobación recorrió la sala, donde los leales observaban con atención. Para muchos, este era el fin de una era de intrigas y manipulaciones, un justo castigo para un hombre que había creído que su poder y astucia lo harían intocable.

El siguiente fue Maestre Orwyle, que avanzó con las manos temblorosas, las cadenas de maestre tintineando levemente. Su rostro estaba empapado en sudor, y parecía aún más anciano y débil de lo que en realidad era.

"Maestre Orwyle," Rhaegar habló de nuevo, su voz cortante como el acero, "por tu papel en la traición y tus manipulaciones a favor de un usurpador, has perdido el derecho a la misericordia. Que tu conocimiento de hierbas y medicina no te salve hoy."

Daemon, sin titubear, volvió a alzar Hermana Oscura. El golpe fue rápido, eficaz. La cabeza de Orwyle cayó al suelo, rodando unos metros antes de detenerse. Sus cadenas tintinearon una última vez antes de que su cuerpo sin vida colapsara.

Jasper Wylde fue el siguiente. El rostro del Lord estaba blanco como la cal, sus ojos brillaban con desesperación. Había sido un hombre de gran poder, pero ahora se encontraba reducido a una sombra de lo que una vez fue, arrodillado ante el trono que había intentado destruir.

"Jasper Wylde," Rhaegar continuó, "has traicionado a tu reino, a tu familia, y a tu honor. Tu nombre será olvidado, y tu muerte será una advertencia para aquellos que piensen seguir tus pasos."

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