La semana que no debió ser I (o Traduttore Traditore)

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Lo prometido es deuda, aquí está el primer intento por retomar como debe de ser el ritmo de Demasiado; debo confesar que al estar reyelendo detecté algunos detalles, no obstante, decidí no hacer cambios para no alterar de más en esta primera ocasión; posterior a la finalización del Fic, lo corregiré como debe de ser.

Gracias por sus buenos comentarios y votos al anuncio de la edición anterior.


Espero que disfruten la lectura, quédense, no aseguro una joya de la literatura, pero sí algo entretenido.


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Domingo 8 de noviembre

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Sentada mirando al jardín, Ginny Weasley se daba a la tarea de contestar el correo que tenía rezagado desde que comenzó su padecimiento de hinchazón, días enteros sin tener ganas ni ánimos de revisar las cartas se desvanecían un poco con una buena taza de café a un lado; llevaba no menos de dos horas ahí sentada, y seguía el montón de sobres igual que al inicio, pero la bebida se había rellenado por lo menos tres veces ya; la realidad es que le preocupaba avanzar muy rápido y empezar a encontrarse las cartas que contenían el relato de la posible traición de Ron, los cuestionamientos sobre la ausencia de su hermano... los cuestionamientos sobre ella misma. Ginevra Weasley había corrido a ayudar en San Mungo porque Harry así se lo había pedido, aún débil para pelear (según su preocupón novio y su aún más posesiva y alterada madre), había encontrado en los pasillos del sanatorio mágico la oportunidad de ser útil, pero no había sido suficiente y aún tenía en las pupilas las filas de cadáveres grabadas; cerraba los ojos para ver aquello llenándose la boca del fuerte sabor del café sin azúcar.

Atormentada, volvió los ojos del jardín verde y fresco donde su madre desgnomizaba con entereza hacia la mesa con las cartas, y entre los muchos sobres uno atrapó su atención: un sobre oscuro, con un elegante listón que atrajo sobremanera su mirada; extendió la mano para sujetarlo, cuando la chimenea chisporroteó fuerte, un par de tizones dieron un salto y fueron a manchar de hollín la alfombra, se volvió, era Percy con las gafas en la punta de la nariz.

—¿Ginny y mamá? —La pregunta sonó un poco apurada, el chillante silbido de fondo lo acentuaba, además estaba ansiosa y preocupada.

—En el jardín, ¿pasa algo? —Se acercó rápidamente a la fuente de la voz, Percy pareció dudar un poco de decirle lo que le estaba perturbando, pero luego de fruncir el ceño y apretar los labios como a veces hacía su padre en un momento de embarazo, habló con la voz más ronca, tensa.

—Quisiera comentarle algo... ¿puedes decirle que sería bueno que viniera a casa? —Ginny sintió como que no quería confiarle algo importante, quiso decir algo y quizá berrear porque la estaba obviando a ella, pero al final lo dejó pasar; entendía que, por muy hermana que fuera de todos aquellos armatostes necios, pelirrojos y pecosos, ella, Ginny, no era su madre.

—Sí, se lo diré. —Percy asintió y cuando estaba por desaparecer, vio los muchos sobres en la mesa donde estuviera antes su hermana, y se volvió como tropezado para mirar mejor, llegando incluso a ajustarse las gafas con un movimiento torpe.

—Ginny... ¿y ese correo? —La aludida volvió apenas la mirada y señalando con el pulgar a su espalda atinó sólo a comentar.

—Es el trabajo acumulado de muchos días... me he dado demasiado tiempo libre. —Sonrió para restarle importancia, pero su hermano no lo hacía.

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