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Fontana abrió los ojos de la impresión al ver al hijo de su difunto amigo disfrazado de un respetable empresario. Traje azul profundo perfectamente planchado, camisa blanca y corbata de un tono rojo oscuro bien sujeta por un alfiler de plata; además del cabello peinado hacia atrás.

—Te ves bien —dijo aún sin salir de su asombro.

Esperaba que en cualquier momento apareciera el verdadero Neilan tras esa fachada, pero quien apareció fue Angela, y a diferencia del capo, ella lo saludó con una gran sonrisa y abriendo los brazos.

—¡Hola, tío Emi!.

—Hola, cariño.

Devolvió el saludo a Angela con la misma calidez abrazándola y dando unas cariñosas palmaditas en su espalda.

—¿Esto es obra tuya? —le preguntó, juguetón, mirando a Neilan de pies a cabeza. Ella soltó una risa.

—Sí, ¿no se ve lindo?.

La seriedad de Neilan se interrumpió cuando ella le acarició la barbilla tras hacer esa pregunta; sonrió, sintiendo como todo en su interior se ponía de cabeza. Incluso si ella era dulce, con su mirada risueña y su sonrisa a ojos arrugados, él no era capaz de controlar el rayo electrizante de deseo que lo atravesaba debido a su tacto. Quiso adueñarse de su boca pero era imposible allí, tuvo que conformarse con el fugaz beso que ella le dió en la mejilla.

—¿Dónde está papá?.

—En el jardín, te está esperando.

—Estaré allí —le dijo a Neilan antes de perderse en el interior de la casa.

—¿"lindo", eh? —preguntó burlón—. Están perdidos los dos. ¿Quieres un trago?.

Fontana caminó a la sala principal, que a esa hora de la mañana se bañaba por la luz del sol y se llenaba del frescor de otoño. Neilan siguió sus pasos de cerca y se sentó en uno de los sofás frente a la mesa de centro en la que el consejero se servía un vaso de licor dorado.

—No. No tomo por el juicio.

—Oh, cierto. ¿Cómo vas con eso?. Martinelli nos tomó por sorpresa.

—Mi mujer se siente optimista, y yo también.

—Es muy hábil. Encontrará un modo. No me preocupa lo legal, siempre hay maneras, Angela las conoce mejor que nadie. Lo que debes pensar es cómo te desharás de Martinelli cuando todo acabe.

—Tengo mucho más en qué pensar para lograr que todo acabe en primer lugar —Fontana lo miró fijamente el escuchar el tono gélido de su voz.

—¿Qué quieres decirme? —dejó el vaso sobre la mesa y le dedicó su completa atención.

—Un tal Di Perta, fuiste a visitarlo después de mi arresto, ¿por qué?.

El anterior consejero suspiró mientras asentía. Neilan observó, aplicó todo su esfuerzo en tratar de que su juicio no se nublara al analizar a un viejo amigo de la familia.

—Di Perta se vende al que le pague más o al que pueda sacarle mejor provecho; si esa es la policía, es el santo de los justos; si somos nosotros, considéralo un soldado más. Tenemos algo de historia. Se retiró hace diez años pero aún conoce muy bien todo lo que ocurre dentro de la fuerza. Cuando Martinelli involucró a la policía, supe que Di Perta sería de ayuda. Lo busqué luego de verte en las noticias de la mañana.

Fontana hizo una pausa, durante la que permitió que el hijo de su amigo sopesara sus palabras. Al ser la víctima del escrutinio de esos ojos oscuros lo impactó una fuerte sensación de déjà vu, tenían exactamente el mismo peso que los de Bruno. Exhaló con cierto alivio cuando Neilan bajó la mirada y asintió. Aún cuando no tenía nada que ocultar esas jodidas lupas color marrón no dejaban de revolverle los nervios. Ya había soportado más de treinta años de Bruno como para aguantar a su secuela durante lo que le quedaba de vida. Le urgía el retiro.

Angela ● abogada de la Mafia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora