◾Capítulo XXIX: El Amanecer del Armagedón◾

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Alex despertó en medio de la oscuridad, su cabeza palpitando con un dolor sordo que le recordaba el momento de su captura. Al abrir los ojos, lo primero que notó fue la presión sofocante de las paredes a su alrededor. El aire olía a humedad y a sangre seca. La tenue luz que se filtraba a través de una pequeña rendija en la parte superior de la celda apenas le permitía distinguir su entorno.

Intentó moverse, pero un dolor agudo en su brazo izquierdo lo detuvo. Bajó la mirada y vio su brazo torcido en un ángulo extraño, claramente roto. Su cuerpo estaba cubierto de moretones, evidencias claras de la brutalidad que había soportado antes de ser arrojado a esta prisión. Apretó los dientes, conteniendo un grito de dolor, mientras se incorporaba lentamente.

Cada movimiento le costaba, pero sabía que debía actuar rápido. Sus enemigos no le habían dejado ningún tipo de atención médica, pero Alex siempre había sido ingenioso. Sin ninguna otra opción, arrancó un pedazo de su camisa rasgada y comenzó a improvisar un vendaje alrededor de su brazo. Sujetó la tela firmemente para inmovilizarlo, tratando de ignorar el dolor mientras apretaba la herida.

Una vez que terminó de vendarse, miró a su alrededor con más atención. La celda era pequeña, apenas lo suficiente para que se moviera, con paredes de piedra áspera que parecían ser impenetrables. La puerta de hierro estaba cerrada con un pesado candado, y la única fuente de luz provenía de la rendija en la pared, demasiado alta para alcanzarla.

Alex se apoyó contra una de las paredes, intentando reunir sus pensamientos. Sabía que tenía que salir de allí, pero primero necesitaba evaluar su situación. Respiró hondo, obligando a su mente a despejarse.

Comenzó a tantear la pared, buscando cualquier señal de debilidad, alguna grieta o piedra suelta que pudiera usar para su ventaja. Sus dedos recorrían la fría superficie, sintiendo cada imperfección en busca de algo, cualquier cosa, que pudiera darle una oportunidad de escapar. No podía permitirse quedarse allí; sabía que sus amigos, especialmente Ian, contaban con él, y que cada segundo perdido podría significar la diferencia entre la vida y la muerte.

Finalmente, sus dedos encontraron una pequeña abertura, una grieta que apenas era visible en la penumbra. Alex forzó sus uñas en la grieta, intentando agrandarla lo suficiente como para meter un dedo. Sentía como si las paredes estuvieran empujando en su contra, pero no se rendiría. Si había aprendido algo en todos esos años de entrenamiento, era que siempre había una salida, por más desesperada que fuera la situación.

El tiempo pasaba lentamente mientras trabajaba en la grieta, sudor corriendo por su frente, mezclándose con la suciedad y la sangre seca. El esfuerzo de usar su brazo herido era casi insoportable, pero Alex continuó, sin permitirse un respiro. La idea de permanecer allí indefinidamente, prisionero, era inaceptable.

Finalmente, logró aflojar una pequeña piedra. No era mucho, pero era un comienzo. Siguió trabajando, ignorando el dolor y la fatiga que se acumulaban en su cuerpo. Su respiración se volvía más pesada, y el espacio comenzaba a sentirse aún más opresivo, como si las paredes se cerraran sobre él. Pero el avance, aunque lento, le dio esperanza. Si podía sacar más piedras, tal vez podría crear un agujero lo suficientemente grande como para abrirse paso, o al menos crear un arma improvisada.

Mientras trabajaba en su escape, no podía dejar de pensar en lo que había dejado atrás. ¿Cómo estaban Ian, Belly, Wei, y los demás? ¿Habrían notado su ausencia? ¿Estarían en peligro? Estas preguntas rondaban su mente, alimentando su urgencia por escapar.

Sabía que su captura había sido un golpe duro, pero no podía permitirse perder la esperanza. Alex había enfrentado desafíos antes, y aunque esta situación era más desesperada que cualquiera otra, aún creía que había una forma de salir.

Infierno SilenciosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora