◾Capítulo XXXI: Un Nuevo Amanecer◾

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Habían pasado cinco años desde aquel fatídico día en que Ian Aldridge derrotó al Rey Ashel, poniendo fin a la tiranía que asolaba los tres reinos. Con la victoria en sus manos, Ian asumió la responsabilidad de reconstruir lo que la guerra había destrozado. Bajo su liderazgo, el muro que rodeaba los reinos fue reforzado y ampliado, garantizando la protección de todos los habitantes del Reino Diamante, que ahora abarcaba una extensión mayor, incorporando vastas tierras del bosque que antes pertenecían a los reinos derrotados.

El Reino Diamante, con Ian como su soberano, se convirtió en un símbolo de paz y prosperidad. Ian se ganó el título de Rey de todo el bosque, un honor que reconocía su dominio sobre las vastas tierras y su capacidad para unir a los tres reinos bajo una sola bandera. Aunque el título le otorgaba un inmenso poder, Ian lo utilizó para promover el bienestar y la armonía, dedicando su tiempo a escuchar a su pueblo y a implementar cambios que mejoraran la vida de todos.

La vida personal de Ian también había florecido. Su amor por Belly se había mantenido firme a lo largo de los años, y su relación se había fortalecido aún más con el tiempo. Juntos, se convirtieron en la pareja más influyente del reino, trabajando codo a codo para garantizar que el Reino Diamante siguiera prosperando. Por otro lado, Alex, habiendo superado la trágica muerte de su padre, encontró la felicidad en los brazos de Jenny. Juntos, formaron una familia y vivieron en paz en el nuevo reino, disfrutando de la tranquilidad que Ian había ayudado a construir.

Un día, mientras el sol iluminaba los techos de la ciudad con su luz dorada, Ian se dirigió a la forja más prestigiosa del reino. El calor del fuego llenaba el aire, y el sonido del metal golpeando el yunque resonaba en sus oídos. Ian entró en la forja, y el maestro forjador, un hombre robusto con brazos tan gruesos como troncos de árbol, lo recibió con una reverencia.

-¿En qué puedo ayudarte hoy, mi rey? -preguntó el forjador, limpiándose las manos ennegrecidas en su delantal de cuero.

Ian le sonrió y, tras una breve pausa, respondió:

-Necesito que me forjes un objeto especial. Algo que no puedo confiar a nadie más.

El forjador, intrigado, asintió.

-Dime el tamaño y el metal que prefieres.

Ian le dio las especificaciones necesarias, sin revelar en ningún momento de qué objeto se trataba. Quería que fuera una sorpresa, incluso para aquellos que lo rodeaban.

-Vuelve en unos días, mi rey -dijo el forjador con una sonrisa-. Lo tendré listo para ti.

Ian agradeció al hombre y se marchó, su mente ya proyectada hacia el futuro, hacia lo que ese misterioso objeto significaría para él y para todos aquellos que había jurado proteger.

Ian salió de la forja, sintiendo el calor del metal en su espalda mientras se alejaba. El cielo nocturno brillaba con millones de estrellas, un manto silencioso que cubría el bosque. Cada estrella le recordaba la paz que habían logrado tras años de guerra y lucha. Los muros que rodeaban los tres reinos se alzaban imponentes, una obra monumental que él mismo había liderado para asegurar la protección de todos. El Reino Diamante, su hogar, ahora era más grande y próspero, lleno de vida y esperanza.

Caminó hacia el castillo, sus pasos resonando suavemente en los pasillos de piedra. Al llegar al gran salón, su mirada se suavizó al ver una escena que lo llenó de calidez. Belly estaba sentada en el suelo, jugando con los hijos de Alex y Jenny. Los mellizos, un niño y una niña, corrían y reían alrededor de Belly, mientras ella les seguía el juego con una sonrisa radiante.

-¡Ian! -exclamó Alex al verlo entrar. Se acercó junto a Jenny, ambos luciendo felices y en paz.

-¡Hola, familia! -respondió Ian con una sonrisa mientras se acercaba al grupo.

Infierno SilenciosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora