◾Capítulo XX: Muerte◾

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La tensión en la sala era palpable. El Rey, con una sonrisa sádica, levantó el cuchillo sobre el cuerpo inconsciente de Belly, preparado para asestar el golpe mortal. Pero en un instante, un destello de sombra y movimiento interrumpió su acción. Antes de que pudiera reaccionar, Ian apareció frente a él, sus ojos negros como el abismo, llenos de una furia incontenible.

Con una velocidad y precisión inhumanas, Ian desvió el ataque del Rey y levantó a Belly en sus brazos, alejándola del peligro. El Rey retrocedió, sorprendido y divertido al ver a Ian con un enorme agujero en su abdomen, un claro signo de que la muerte estaba cerca.

—¿De verdad crees que puedes salvarla? —rió el Rey con desprecio—. Mira tu abdomen, Ian. Estás muerto. Morirás en cuestión de minutos.

Ian no respondió. En lugar de eso, sus ojos se concentraron, y en un espectáculo impresionante, comenzó a regenerar su cuerpo. La carne y los músculos se reformaron, cerrando la herida hasta que no quedó rastro alguno de ella. La risa del Rey se desvaneció, reemplazada por una expresión de desconcierto y miedo.

—¿Qué eres? —murmuró el Rey, incapaz de comprender lo que veía.

Ian dejó suavemente a Belly en el suelo, asegurándose de que estuviera cómoda y fuera de peligro. Luego, se volvió hacia el Rey, su mirada llena de una determinación implacable.

—Soy tu peor pesadilla —dijo Ian, su voz baja y peligrosa.

En un parpadeo, Ian estaba sobre el Rey, su katana dirigida directamente al cuello del tirano. El Rey apenas logró esquivar el ataque, retrocediendo con rapidez. Por primera vez, el miedo genuino apareció en sus ojos.

La batalla comenzó con una ferocidad renovada. Ian atacaba con una velocidad y fuerza que parecía imposible, cada golpe lleno de una precisión mortal. El Rey, aunque un guerrero experimentado, se encontraba a la defensiva, incapaz de seguir el ritmo del rejuvenecido Ian.

La katana de Ian cortaba el aire, cada golpe acercándose más al Rey. Este, sudando y con la respiración acelerada, apenas lograba mantener su defensa, sus movimientos cada vez más desesperados.

—¡Esto no puede estar pasando! —gritó el Rey, su voz llena de pánico.

Ian no mostró piedad. Sus movimientos eran un torbellino de acero y furia, una danza de muerte que no dejaba lugar para errores. El Rey, sintiendo que su final estaba cerca, intentó un último ataque desesperado, pero Ian lo bloqueó con facilidad.

La sala estaba llena de la resonancia de metal chocando contra metal, los ecos de la batalla reverberando en las paredes. Ian, con una calma implacable, continuó su asalto, determinado a poner fin a la tiranía del Rey.

La batalla estaba lejos de terminar, pero el tono había cambiado. Ahora, era el Rey quien temía por su vida, y Ian, quien luchaba con la furia de un hombre resucitado, se aseguraría de que esta vez, el Rey no tuviera escapatoria.

La sala del trono resonaba con el sonido del combate, cada choque de espadas era un recordatorio del conflicto a vida o muerte que se libraba en su interior. lan y el Rey estaban inmersos en una danza mortal, cada uno buscando el punto débil del otro. La furia de lan, combinada con su velocidad y fuerza aumentadas, lo hacía un oponente implacable.

El Rey, aunque poderoso y astuto, comenzaba a mostrar signos de agotamiento. Sus defensas, que al principio habían sido casi perfectas, ahora eran imperfectas. lan, con una mirada fría y calculadora, no dejaba pasar una sola oportunidad para explotar cualquier brecha en la defensa del Rey.

-No escaparás esta vez -gruñó lan, su voz resonando con una intensidad amenazante.

Con una serie de movimientos rápidos, lan lanzó un ataque feroz. El Rey intentó bloquearlo, pero la fuerza de lan fue abrumadora. La espada del Rey fue arrancada de su mano, volando a través de la sala y clavándose en una pared distante. Desarmado y vulnerable, el Rey retrocedió, tratando desesperadamente de mantener una distancia segura.

Infierno SilenciosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora